"Hope comforting love in bondage" de Sidney Harold Meteyard. Reino Unido 1901.
Me mantuve a la espera, inmóvil, viendo como literalmente mi vida se escapaba entre mis manos, aterrada me encontraba, este hombre había sido el primero en arrancar de mí aquella sensación de pánico, incertidumbre y de miedo. El anillo que se encontraba en el dedo corazón de mi mano derecha, aquella que reposaba en mi boca, resonaba como un tambor de semana santa contra mis paletas, este me lo había regalado mi madre tras cumplir mis dieciocho años, significaba todo para mí, porque mi madre era todo lo que yo tenía y no dejaba de pensar en lo que pasaría a causa de este energúmeno, la rabia se apoderaba de mí de pensar que alguien pudiera hacerle algo a mi madre, aunque esta vez sería de una forma indirecta, ella iba primero ante todo y todos. Pequeñísimas convulsiones eran incontrolable pero sonoras y no había forma de detenerlas.
Cautelosa salí de aquel microscópico cuarto, me deslicé cual animalillo herido, aparté con sumo cuidado todo aquello con lo que había atrancado la puerta. Antes de siquiera terminar, de forma incesante se escuchaban portazos y golpes contra la puerta de contrachapado, las demandas y los alaridos circulaban de forma incesante alrededor mía aturdiendome por completo. Una orden directa mantuvo durante unos pocos segundo a mi cuerpo estático, al tiempo después este reaccionó y desenmarañando el embrollo que había causado con los aparatos de limpieza para atrancar la puerta, salí del servicio. Aquellos rostros desconocidos mostraban frustración y extrañeza y el mio se sumaba a la manada.
Una mujer uniformada bajó corriendo por las escaleras de salida, no me había percatado siquiera de que estaba tan cerca de la salida del metro. Esta se me acercó junto a unos enfermeros, la marabunta se dispersó, mientras que yo me dejaba hacer por ellos. Salimos del metro como una verdaderas celebridades, los paramédicos interceptaban todo contacto del ambiente de la ciudadanía para conmigo y me ocultaban de todo, yo solo intentaba sincronizar a mis piernas que en ese momento no daban pie con bola. Como a un paso en Semana Santa me llevaron a rastras hasta depositarme como a un nuevo mueble en un virginal salón sin ornamentos. Los enfermeros seguidos por la policía, de los cuales no me había percatado hasta ahora, comenzaron con su trabajo, miles de preguntas pero yo no encontraba respuesta alguna.
Era mayor mi ansiedad por toda la atención recibida por parte de los cuatro agentes que por el estrés postraumático de lo acontecido y casi suplicando les pedí un momento a solas. Una dulce chica se quedó tras de mí, con su mano entrelazada con la mía. Fueron realmente insistentes con el hecho de ir a comisaría y poner una denuncia y yo estaba realmente convencida de que debía hacerlo, ¿pero a quién debía denunciar? ¿Quién era ese hombre?
Como pude, me puse en pie y seguí mi camino, había sido un arduo trabajo el convencerlos para interponer la denuncia en otro momento, en un principio quería volver a emprender el camino hacía la cita que tenía aquella noche pero en cuanto más me alejaba de la parada del metro, que un divisaba, más desechaba aquella fatídica idea. A paso lento me dirigí a la calle paralela, adentrándome por callejuelas, entre en una avenida llena de pequeños pubs y bares. Había uno que me llamó mi atención particularmente, era una pequeña tetería de estilo bohemio. Tras sostener la caliente taza de té entre mis manos, sentí como la vida volvía a mi cuerpo.
Hacía un buen rato que había llegado a la avenida por la cual bajaba a casa, en mi mente tan solo encontraba preguntas sin respuesta alguna y una que realmente ocupaba mi mente era ¿Quién era aquel hombre? ¿Quién habría llamado a la policía?
Como respuesta a la primera pregunta había desarrollado por el camino la hipótesis de que aquel señor tenía que trabajar para alguien, en aquella frenética situación me pude percatar de lo rápido que actuaba y que lo hacía a sabiendas, no dudo en ningún momento en venir a por mí. Fui yo porque estuve en el peor de los momentos y lugares, por simple mala suerte, me tocó a mí. Sus rasgos eran tan comunes, cabello oscuro no tanto como el mio, con un subtono acaramelado, unos ojos marrones claros con una pequeña aureola más oscuras alrededor y acompañándola unas motas del mismo tono, unas largas densas pestañas, seguidas de unas cejas extremadamente pobladas pero definidas, unos labios gruesos y una nariz prominente. Tenía un cuerpo robusto y trabajado, su ropa no podría llamar la atención aún queriéndolo, y de una altura considerable para la media de la población masculina del levante. Era un señor al cual podría haber visto en cualquier negocio o en la misma universidad, demasiado corriente y común respecto a su aspecto físico y eso me desconcertaba completamente. Debía saber de dónde venía este hombre y qué relación tenía que tener conmigo. Porque yo había sido su víctima por azar pero algo me decía que algo más lo llamaba hacía mi. Estábamos atados de alguna forma.
Respecto a la segunda pregunta, me parecía insólito el que nada más yo esconderme en el servicio, llegase tantísima de gente a socorrerme. Si en aquel momento estábamos tan solo nosotros, si estábamos tan cerca de la boca del metro y si yo me había escondido como es que llegaron la ambulancia, la policía y la gente al mismo tiempo, a los pocos minutos. Tal vez gracias a ellos seguía viva pero seguía sin comprender nada de lo acontecido y eso me iba a llevar a la locura. Esto me iba a desquiciar y de eso estaba segura.
A cada paso que daba hacía el portal de casa, más largo se me hacía el camino y más me costaba seguir andando, no me dolían los golpes, no todavía, pero mi cabeza me pesaba más que nunca, una tremenda jaqueca me invadía y era más por las vueltas que le había dado a esta situación que los golpes que él me había propinado. Un tsunami de sentimientos me embriagó subiendo aquellas escaleras, a cada peldaño era un nuevo sentimiento con el que no me veía capaz de lidiar, era demasiado abrumador. Me sentía como San Sebastián fusilado por flechas. A cada flechazo un río de lágrimas recorría mi rostro. Ya cansada, casi me arrastré a casa, como la serpiente que tentó a Eva y Adam, caí en mi cama, era consciente de que alguna de las chicas me habría visto entrar a casa de esta guisa pero poco me interesaba, había pasado la tarde rodeada de seres y no podía soportar a ninguno más por hoy.
Es que ni aquí me sentía segura. "Casa" para todos y cada uno de nosotros siempre sería aquel lugar a donde regresar, donde poder volver a respirar. Cuando éramos pequeños y jugábamos a cualquier cosa, para protegernos, subíamos a cualquier lugar medianamente alto y gritamos a todo pulmón "casa". Cuando vuelves en la madrugada y tienes que avisar al resto de tus amigas que llegaste a salvo, dices casa. El haber profanado mi espacio personal, mi cuerpo.En una tarde que prometía ser estupenda y si problema alguno. Tal vez debería volver a casa de verdad.
Cuando fui consciente del panorama que tenía en mi habitación, el cual había creado yo sola, me dispuse a recogerlo todo, a darme una ducha rápida e ir a por otra infusión para calmarme. De pequeña había estado varias veces en el hospital por crisis asmáticas y recuerdo que mi madre al volver a casa siempre me sentaba en la barra de la cocina, me plantaba dos mil besos en la cara y me dejaba entre las mano una taza de té. Y cuando la situación lo ameritaba entraba muy bien.
Me sentía derrotada porque en aquella pelea, en la que yo había huido, no me había defendido lo suficiente, no como me había enseñado mi madre, no había sido suficiente para ninguno de los dos y aquello me preocupaba. Aquel hombre había atacado con un propósito y debía averiguarlo cuanto antes.
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Mistakes
AçãoAres bajará desde el mismísimo Olimpo de los Dioses para enfrentarse con la cruda realidad de los humanos, estos disfrazados de corderos le enseñarán la más valiosas de las lecciones y no siempre de la mejor manera. Solo querrá volver a casa, pero...