"La Crucifixión de San Pedro" de Caravaggio. Italia 1600.
No había sido el metal de la hebilla de este animal sino un metal inclusive más oxidado y grueso, el que no dejaba de emitir sonidos horrendos e irritantes. Giré por un instante mi cabeza hacía la izquierda, esta en menos de dos segundos volvió a su posición inicial a causa del dolor que me tenía atolondrada e inmóvil. Mi cuerpo estaba inservible, pero sobretodo acongojado e incómodo por todo el tiempo en el que estuvo en aquella posición. Poco pude ver, pero si encontré al causante de ese ruido que martilleaba mis tímpanos, unas cadenas que mantenían mis brazos anclados a una enorme pared de hormigón, crucificada me encontraba y frente a mi estaba aquel individuo, inmaculado, galante adornado como los perros, con preciosas cadenas y accesorios de todos los metales preciosos habidos y por haber en la faz de la tierra. Una sonrisa torcida se dibujó y su mano derecha se alzó hasta mi rostro, su dedo anular y corazón, juntos y en una ligera curvatura mientras que el resto reposaba, estos dibujaron a la perfección en la posición en la que me encontraba, una perfecta cruz, mis piernas eran incapaces de estar sobre sí misma y esta manera era la única en la que aguantaban.
- Bendice señor este alimento que has dispuesto frente a mí- Y tras un sonoro suspiro siguió con sus plegarias. -Pero sobre todo, bendíceme a mí por ser tu hijo pródigo-. Un beso, pegajoso y vivaz fue a parar a la imagen del cristo que tenía en su cadena, que había llevado hasta sus labios previamente.
Levanté la mirada y el nado en mis ojos, mientras rebuscaba en la poca ropa que llevaba puesta. Se despojó de sus costosas y flamantes galas y no se detuvo ni un segundo. Entró y salió, y se repitió en bucle hasta la saciedad. No había tenido relaciones sexuales en mi vida y después de él, algo me aseguraba que no volvería a tenerlas jamás, por lo menos consentidas. Se estaba apoderando de aquello que era mi propiedad, aquello que era parte de mi, mi cuerpo. Estaba grabando en su perversa mente cada célula. Y ahora era yo el que captaba el horror en su mirada. No le agradaba nada esta situación, estaba incómodo y empezaba a astiarse, lo podía notar, su cuerpo debatiéndose, tenso y a punto de romperse. Era como un ordenador bloqueado, no sabía si reiniciarse o forzarse a seguir y por lo tanto decidió que lo mejor sería bloquearse para siempre.
Estaba su miembro dentro del mío, estaba él en la comisura de mis pechos, escuchando a mi corazón latir, se encontraba él pegado a mi, abrazándome y sudoroso. Salió, se vistió y se marchó, pegando un sonora patada a la puerta de acero que a su vez pegó otro grandísimo estruendo contra el marco de la puerta y siguió así por la inercia del golpe y el viento que la ayudaba a seguir moviéndose.
Yo, que ya había muerto, estaba inducida en una maravillosa melodía, la de la lluvia.
Vestida con una falda de vinilo rojo, una camiseta ajustada de tirantes y una cola bien alta y atada, se acercço aquella mujer a la presa crucificada en la pared, llena de cadenas oxidadas, que por la humedad y la lluvia dejaba sobre ella rios rojizos, con la ropa rasgada y el semblantes poseído.
Me desató, y en aquel momento mis rodillas acabaron el suelo y a rastras me llevaron hasta una habitación, más bien un antiguo salón. Partido en dos por un muro de dimensiones asimétricas y con un ladrillo visto, al menos unas diez adolescentes frente a un espejo, todas paralizadas, mirándome a través del espejo y mis ojos despidiéndose de la forma más triste posible de mis pupilas. Me colocaron en una silla de plástico y aquella matriarca, se acercaba a nosotras en un triste intento de parecer autoritaria e indiferente a esta situación.
Yo, muerta, pensé en lo fácil que sería correr, no sola, sino todas juntas, salir en aquellos momentos de ahí, como aquella mujer podría caer en cuestión de segundas y todas juntas, revivir. Pude ver en sus miradas, aquella pena que las consumía tanto o más que a mi, llevarían tanto tiempo aquí a la intemperie y a los caprichos del seco masculino. Podía ver sus moratones, las marcas, las cicatrices sobresalientes de su piel, y ese horror en sus rostros. Sus ojos pedían piedad a aquella mujer y a mi me desearían un futuro a meno, de alguna forma podía verlo, tal vez porque tras lo vivido ya no me sentía tan valiente y sentía lo que ellas.
Ella llegó y yo por inercia me moví de ahí, chocando con la pared, se acercó y con una indiferente mirada me tendió algo de ropa, un rápido movimiento de cabeza y yo me encontraba cambiandome a la velocidad de la luz rodeada de miradas. Tiró de mi brazo y me llevó por pasillos mohosos, con ninguna iluminación a excepción de alguna ventana que por casualidad nos alumbraba tristemente. Me dejó a la espera en un despacho, con condiciones similares al resto del edificio en el que nos encontrábamos, lo único que relucía era un gran ordenador imac en la mesa y una gran caja fuerte, me resultaba irónico aquello.
-La puta virgen llegó- Me susurró al oido mientras acariciaba mi cabello. Sus manos se entrelazaron alrededor de mi cintura, tal cual un cinturón bien apretado. -Bien compensada, buena genética- dijo contra mi espalda, sus labios circulando por mi columna. Como una talentosa bailarina se contoneó hasta llegar frente a mi, le ganaba en altura y lancé dagas directas a sus pupilas y me las devolvió, junto a una sonora nalgada en mi lado izquierdo. Asqueada, lo empujé, este no se lo vió venir y cual fue mi fuerza que sus dos pies daban trompicones hacia atrás mientras sus manos buscaban a la desesperada un lugar firme, el cual no consiguió y siguió moviéndose desorientado hasta caer entre el escritorio y unos sillones al lado del mueble, por milímetros, su cabeza no se dió contra la esquina del escritorio de hacer, eso lo hubiera quitado del medio por un rato largo. Encima de él me heche, a horcajadas, firme y decidida y con llamas en mis ojos, era él o yo.
Si él no se dio en el escritorio, si él no se rompió la cabeza lo haría yo, por aquella familia, por esas mujeres, por todo aquel al que el destrozó la vida. Por el cuello de su camisa, hasta el suelo, con todas mis fuerzas, una y otra vez, más fuerte, más rápido, con mayor inercia y una sonrisa malévola salió de mis labios, deje el cuello de la camisa y con el único mechón de cabello, lo volví a estampar contra el suelo y no fue sorpresa el riachuelo de sangre que mojaba mis rodilla y mis manos, posteriormente su cara, con semblante agonizante también se vio bañada de aquella sangre.
No tardaron en entrar me agarraron a mi y después lo levantaron a él, y mucho le rezo a satanás para que tan solo lo levantaron del suelo y no de la muerte. A mi, mientras tanto me dejaban encadenada en aquel muro de hormigón, me había cansado de luchar, de correr, era como ir contra corriente, debía buscar una manera más coherente y realista de terminar con esta situación, pero lo que a mi mente perturbaba era que no solo yo estaba involucrada en todo esto, aquellas mujeres estaban metidas hasta el fondo, y si alguna de nosotras salía era para poder sacarnos a todas. Una gran incógnita remoloneaba por mi mente y era el hecho de porque seguían aquí, si como parecían estos hombres solo nos quería para ser sus muñecas ¿no hubo ningún momento en el que escapar?¿nadie que las ayudara?¿Tan complicado se volvería todo esta situación?
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Mistakes
ActionAres bajará desde el mismísimo Olimpo de los Dioses para enfrentarse con la cruda realidad de los humanos, estos disfrazados de corderos le enseñarán la más valiosas de las lecciones y no siempre de la mejor manera. Solo querrá volver a casa, pero...