Capítulo Cinco

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"Tabla 3" de Joan Miró. España 1956.

Ya llegando a casa, dejé todo lo que llevaba encima en la habitación, desempacando lo más rápido que pude, una ansiedad se apoderó de mí de una forma inaudita, sentí en aquel momento como debía limpiarme o purificarme o ambas cosas, ya que no soportaba el tener en mi cuerpo aquellas marcas, las cuales en un comienzo mi mente amo. Las amo, porque significaban el haber sobrevivido, las quiso, porque de alguna forma sabía que si había pasado por aquello, el resto de los obstáculos que la vida me ponga encima serían minucias. Y ahora se las quería arrancar de la piel, eran un reflejo de mi debilidad, de mi falta de fortaleza, una vergüenza al no haber sabido defenderme como me enseñaron. Habían dos personas debatiéndose dentro de mí, y aquella que había entrado última estaba ganando la batalla. Decidí en su momento no decirle nada a nadie sobre lo que ocurrió, pero esta vez no fue por vergüenza sino por ahorrarles una preocupación innecesaria, sobre todo a mi madre, no me importaba lidiar con esto yo sola, de todo se podía aprender y tal vez debía aprender a ser más precavida y estar más atenta. De vuelta a casa solo imaginaba esos ojos caramelo, mirándome, penetrándome con mirada hasta traspasarme el alma, clavados en mi. Me seguía debatiendo en poner la denuncia ya que no había nadie a quien denunciar, ese señor no tenía rostro ninguno y para colmo habían pasado ya varios días, pero mañana iría sin falta alguna, era mi deber de cierta forma, ya que tal vez yo tuve mala suerte al estar en el momento más inoportuno pero tal vez cualquier otra persona no tendría mala suerte sino que se cruzaría en el destino de ese desquiciado porque él no estaba encerrado.

Dos de mis compañeras de piso estaban en la cocina debatiendo arduamente, en esta casa se encendían más petardos que en las fallas valencianas, por todo había un debate, llamándolo de una forma falaz. Estas me comentaron rápidamente una salida que tenían para dentro de dos días por algunos bares de Barcelona y yo que necesitaba el aire de la calle, como si hubiera estado horas bajo el agua, acepté sin pensarlo y lo mejor sería toda la gente que tendríamos en casa acompañándonos.

Habían pasado cerca de dos semanas, había interpuesto la denuncia y por parte de los oficiales había recibido más burlas que atención, inclusive habían llevado el parte médico de aquel día con las heridas y contusiones. Esto me había desanimado más que cualquier otra cosa, y lo lleve como un poema estampado en el rostro, aquel día la que era mi jefa me forzó casi a tomarme el día libre y me había puesto el "ejercicio" de confesarle todo aquello que me ocurría, por lo menos de este índole, más como amiga que como jefa, nos llevamos unos seis años de diferencia que eran imperceptibles y agradecí esa confianza que me brindaba. Yo me forcé a contarle a mi madre lo ocurrido pero maquillando un poco la realidad, ya que según mi nuevo relato, yo solo había tenido un pequeño encontronazo con un señor un tanto desagradable y nada más. Respecto al viaje, ya estaba todo más que resuelto, mi madre estaba estrechando la relación con sus familiares y yo con ella pero desde la retaguardia, dejando a un lado todos los sentimientos que había tenido aquel fin de semana.

Iba de camino al trabajo, hoy tenía turno partido, lo que me dejaba todo un día ocupada, me había obligado estos días a no pensar, en los encontronazos que tuve con los policías a la hora de poner la denuncia y en lo acontecido en el metro, pero me había resultado imposible, las noches en vela no me las quitaba nadie y los paquetes de tabaco que me había fumado tampoco, cada día me veía más demacrada, esta situación me estaba comenzando a superar, intentaba salir, quedar más, seguía hablando casi a diario con mi madre, pero nada era un estímulo suficiente para distraerme de todo lo que pensaba mi mente, la pregunta sustancial y principal que me acorralaba cada noche era ¿Por qué aquel hombre me había atacado a mí? pero sobre todo ¿Por qué de esa forma tan salvaje y hostil? Además ya no sabía si había desarrollado manía persecutoria o algún tipo de TOC que no me abandona ni estando acompañada, a cada momento sentía esos ojos caramelos comiéndome con la mirada, poseyéndome como a un títere, cuando me sobrepasaba aquel sentimiento, simplemente dejaba lo que estaba haciendo y me iba, a otro lugar o volvía a casa derrotada. Ya era algo insostenible, no sabía que me mataría antes si aquel hombre o mi mente.

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