¿Me creerán cuando les digo que veo todo azul?
La piel, los autos, los árboles, el cielo; Irónico, ¿No?
No recuerdo exactamente cuando empecé a tener este peculiar don, pero si sé que, por más que me esfuerce no logró ver más allá de las tonalidade...
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Si le es posible, escuchen CallForDesolation de Ed Shields en Spotify, les servirá para ambientar el capítulo.
Sin más que decir, que comience su lectura.
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A lo doce años me diagnosticaron daltonismo. Juré con toda mi vida que yo lograba ver los colores, realmente lo creía. Hasta que hice el Test de Ishihara; la de las famosas láminas de números formados por puntos.
Confundí la mayoría de los números, puesto que veía totalmente azul la figura que me mostraban. En muy pocos casos y no tan notables, los tonos variaban. Era exasperante.
Dos años más tarde, cayó en mí la enorme bomba que prácticamente me destruyó. Parecía Hiroshima. Totalmente destruída. A pesar de que la ciudad ha vuelto a renacer, yo no. Nunca lo logré.
"-Su hija padece depresión endógeno, es un tipo de depresión muy grave. Raramente ocurre en niños y en adolescentes; este fue un caso particular...-."
Recuerdo aquellas palabras que siguen provocándome cortadas en el corazón y alma. Aquellas que me dejaron llorando por más de cinco meses y que provocaron un gran vacío en mí.
Recuerdo las veces que ahogaba mis gritos en las almohadas de mi habitación por las noches, cuando nadie me escuchaba, y por ende, nadie iba a consolarme.
Recuerdo también las veces que no me levantaba de la cama ni siquiera para ir al baño, las veces que no comía. Las veces que parecía que no tenía vida.
Y lo peor, es que lo pasaba sola. Sin mamá, sin papá, sin nadie...
¿Cómo es posible que una niña de trece años fuera tan fuerte con una depresión del tipo grave y lo padeciera sola sin ninguna contención familiar? Sería muy imposible, sin embargo, yo pude lograrlo.
Yo sola tenía que apañármelas para poder soportarlo. Como les comenté, mi madre y padre trabajan, así que en esos tiempos, en casa éramos Olivia, la maldita niñera y yo.
La niñera nunca se atrevía a acercarse a mí, se lo había aclarado muy bien con la puerta cerrada con seguro y un cartel que decía: "No molestar, chica depresiva tratando de vivir". Admito que es cruel, pero de otra forma, ella y mis padres no me dejaban ni respirar. Por lo menos, había logrado estar sola.