CAPÍTULO V

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Los príncipes practicaban el tiro de flecha. En realidad, era el príncipe Seung Jo quien practicaba, su hermano jugueteaba con su arco mientras le contaba lo que ocurrió en su encuentro con Yeon Woo.

—Hermano, la reina partió ayer por la noche al imperio Otomano —dijo el príncipe Seung Jo vislumbrando el objetivo y dejando libre la flecha.

—¡Objetivo alcanzado! —vociferó el guardia elevando una especie de bandera.

El joven príncipe sonrió y dedicó su atención en su hermano mayor.

—¿Al imperio Otomano? ¿Por qué motivo? —preguntó Moon.

—No lo sé.

Moon asintió desinteresado, cuando de pronto una sonrisa le iluminó el rostro. Seung Jo supuso que algo le pasaba.

—¿Qué ocurre?

—Me siento enamorado. ¿Quién pensaría que encontraría el amor?

Su hermano negó con la cabeza, aunque cómplice.

—Me siento feliz por ti, pero me pregunto si realmente tu amor tendrá un buen final.

—¿De qué hablas Seung Jo? Por supuesto que sí, y te aseguro que mi amada se convertirá en princesa.

Seung Jo lo vislumbraba prácticamente imposible, pero evito desilusionar a su hermano. Se le veía tan entusiasmado como nunca antes.

En el imperio Otomano.

El sultán se paseaba de un lado a otro pensando en la carta que había leído, sellada por el rey de la dinastía Joseon. Conversaba mucho del tema con Emir pasha, su fiel amigo y consejero.

—¿Realmente debería casar a una de mis hijas con aquel príncipe de Joseon?

—Mi sultán, yo creo que es una buena oportunidad para ser más poderoso y obtener beneficios. Formar alianzas favorece en gran manera a nuestro imperio en favor de Alá.

—Creo que tienes razón, sin embargo...

La conversación fue interrumpida por un guardia.

—Majestad. —Mantuvo la cabeza lo más agachada posible.

—Dime.

—Me informaron que la reina de Joseon está aquí.

—Que tenga el mejor recibimiento y bienvenida. En seguida bajaré.

—Si majestad.

La reina observaba cada detalle del palacio, era precioso sin duda. El suyo no era ni la cuarta parte de majestuoso que el otomano. Las construcciones en mármol, las pinturas y cortinas de seda la dejaron anonadada.

De pronto se anunció la llegada del Sultán. Inmediatamente se puso de pie a saludarlo. Ambos se observaron y se saludaron con una reverencia.

—Es un placer tenerla aquí.

El traductor que la reina había llevado se encargaba de facilitar la comunicación.

—Gracias majestad. Creo que ya conoce los motivos de mi visita.

—Efectivamente. He decidido a darle una de mis hijas como nuera.

—No puedo sentirme más honrada.

—Sin embargo, no sé cuál de ellas cumple sus expectativas. Le daré la oportunidad de elegir.

La reina se limitó a sonreír llena de satisfacción.

—Emir pasha, ve se buscar a las sultanas.

—Sí majestad.

En la dinastía Joseon.

UNA REINA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora