CAPÍTULO XI

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En los aposentos del príncipe Yi Moon.

Hatice había sido llevada a sus aposentos. Observaba las amplias decoraciones de dragones y los pequeños muebles, que los reconocía procedentes de la dinastía Ming. Le encantaba observarlos.

—Alteza, la próxima vez quisiera ir con usted a uno de sus viajes —dijo intentando romper el hielo.

El príncipe salió detrás del biombo —en crema y pintura de árboles en negro—, y se sentó frente a ella.

—No sé si será posible.

—Viajar es una de mis pasiones. En mi nación solía acompañar algunas veces a mi padre a Manisa y Edirne. Yo nací en Manisa. Cuando aún vivía mi abuelo el difunto Sultán Beyazied, mi padre gobernaba Manisa, en ese entonces era príncipe de la corona, y yo aún era muy pequeña. Luego de la muerte de mi abuelo, nos mudamos a Constantinopla la capital donde mi padre fue nombrado Sultán.

—¿Cuántos hermanos tienes? —preguntó curioso.

—Siete. La primogénita la sultana Geverhan hija de la sultana Armin. La segunda, mi hermana la sultana Efsun hija de la sultana Ayse mi madre. Luego nació el príncipe de la corona Selim hijo de la sultana Armin. Luego nací yo; después mi hermano el príncipe Boram, hijo de mi madre, después la sultana Narim hija única de la sultana Cansun, después nació el tercer príncipe, Mustafá hijo de otra sultana; y por último la sultana Fatma.

—Hay muchas sultanas —mencionó rascándose la barbilla.

—Se le llama sultanas a las mujeres del Sultán que le otorgan hijos; y a sus hijas.

—¿Pero ¿quién es la reina?

—Al Sultán no se le permite casarse, sin embargo, lo hizo con mi madre. Mi abuela murió quien tenía el título de Valide Sultana que dirige el harén, entonces el título pasó a mi madre.

—Qué interesante.

—Y usted alteza, ¿ha nacido aquí?

—Así es. Era un bebé cuando mi padre se convirtió en rey. Luego de la muerte repentina del abuelo, mi tío abdicó el trono en él, pues no tenía hijos varones y no estaba interesado en el trono, luego nació mi hermano y tiempo después la princesa.

—Somos afortunados, ¿no cree alteza? Bebamos por ello. —Le sirvió vino de arroz en una pequeña copa de porcelana.

—No deseo beber.

—¿Acaso me dejará bebiendo sola? Por favor sólo una copa. —Sus hermosos ojos se tornaron suplicantes.

El príncipe suspiró. Estaba siendo demasiado hostil con aquella sultana. Cuando ella no tenía ninguna culpa no ser amada.

—De acuerdo solo una.

Hatice se aseguró que beba todo, esperando que el afrodisíaco funcione.

—Mi príncipe ¿desea que baile para usted? —Se puso de pie sin esperar respuesta.

—¿Eh?

Hatice inició uno de esos bailes del imperio Otomano. Su madre le enseñó a bailar desde pequeña.

El príncipe la miraba atentamente deslumbrado. No había duda que esa mujer era hermosa y persuasiva. Se había preguntado si todas las mujeres de su imperio eran así de bellas.

Finalmente, la sultana consiguió su objetivo, y estaba dispuesta hacer de todo por convertirse en reina.

En los aposentos de Yeon Woo.

—Buenos días alteza —saludó su dama.

La muchacha se desenvolvió a duras penas. Al instante las demás damas le alcanzaron agua para que se lave el rostro. Jamás se acostumbraría a semejante trato.

UNA REINA©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora