VIII. EXPECTATIONS

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Miraba concentrada como daba vueltas sobre sí mismo aquel boli azul entre sus manos, pero realmente estaba tan perdida en sus pensamientos, ahí sentada, en su despacho que ni tan siquiera se dio cuenta de que Álex ya llevaba bastante rato apoyado en el marco de la puerta observándole con un gesto pícaro, como descubriendo los pensamientos de la chica.

- No quisiera interrumpir el momento de meditación, pero últimamente estás más empanada de lo normal. - y el boli dejó de dar vueltas sobre sí mismo y cayó encima de la mesa. Mimi levantó su mirada.

- ¿Qué necesitas? - se recomponía en su asiento.

- Nada. - se sentaba en una de las dos sillas que quedaban frente al escritorio de la rubia. - Pero, ¿tú? ¿Qué necesitas?

- No te pillo, Álex. - seguía moviéndose nerviosa y cogía uno de los montones de folios de un lado de su mesa. - Dime lo que quieras que tengo mucho lío.

- Sí... Pues parecía que los malabares con el boli los tenías controlados. - se levantaba para marcharse. - La invitación del otro día sigue en pie.

Mimi titubeó durante unos segundos, como sopesando las ventajas e inconvenientes de hablar o mejor callar hasta la muerte.

- Sé que me voy a arrepentir, pero cierra esa puerta. - Y Álex sonrió sabiendo que había ganado. - A ver, no es nada, lo que pasa es... - no sabía realmente cómo explicarse, se estaba poniendo nerviosa por momentos. - Quiero decir, yo... - Álex alzaba una ceja. - Que es una tontería, ¿eh?

- No, si eso es lo único que me ha quedado claro.

- De verdad, no sé para qué te digo nada. - se rascaba la frente incómoda.- El caso es que... - y el teléfono sonaba interrumpiendo el momento.

Lo que le rondaba a la rubia y que era incapaz de verbalizar era esa necesidad por bailar que había empezado a sentir desde aquel día en el que vio a Ana cantar. Sin saber cómo ni de qué manera volvía a sentir ese hormigueo, esa emoción de mover su cuerpo al son de la música, pero no de cualquier música, sino de lo que Ana le hacía sentir. Recordaba aquel día en mitad de la noche, aisladas del mundo, y Ana cantando con su eco retumbando y ella siguiendo el ritmo de sus palabras... Jamás, jamás había sentido tanto, jamás se había dejado transportar tanto por la música, pero Ana cantando era otra historia, porque Ana no cantaba, Ana interpretaba, y conectaba con algo en el interior de la rubia que le descolocaba tanto... Además, que Ana también se tuvo que quedar enganchada con Mimi, porque desde aquel día le daba los buenos días con una canción diferente que había descubierto y que le comentaba lo brutal que sería verla bailándola. Y a Mimi se le instalaba una sonrisa que le duraba todo el día.

Ya había pasado algo más de 15 días desde que Clara se marchó a Colombia por trabajo. Ella era ingeniera de telecomunicaciones, su valía y su trabajo habían servido para que le ofrecieran un puesto al finalizar las prácticas de la carrera. De ahí, empezó a escalar puestos en la compañía telefónica, y ahora era una de las directivas de la sede en la que estaba. Por ella pasaba las decisiones y los acuerdos más importantes, por eso estaba obligada a viajar cuando el tema era tan importante como ser el máximo accionista de la telecomunicación en aquel país. La transacción era transcendental y no podía fallar ningún detalle. Todos se jugaban mucho, y Clara poseía un don a la hora de cerrar acuerdos.

Al principio del viaje hablaban prácticamente todos los días por videollamada, pero conforme pasaron los días, se fueron reduciendo dichas llamadas, mantenían el contacto a base de mensajes de whatsapps, que Clara contestaba cuando podía conectarse a la red abierta del hotel. Y estaba claro que todo eso se debía a que la negociación no estaba yendo todo lo bien que se esperaban, y le estaba tomando un tiempo que en principio no debería, pero a Mimi le preocupaba... Sólo era un mes, pero reflejaba tan bien el estado en el que se encontraba su relación, y reflejaba tan bien lo mezquina que se sentía cada vez que respiraba aliviada cuando Clara le decía que era imposible realizar la llamada en horarios compatibles entre ambos países. ¿Qué clase de novia era que estando separadas a miles de kilómetros no extrañaba ni un poco a su pareja? Pues una muy mala, estaba claro. Y peor se sentía cuando en su interior reconocía, que si bien deseaba que las negociaciones llegaran a buen puerto, tampoco le importaba si su estancia en aquel país se alargaba más de lo previsto, porque había llegado un punto en el que Mimi se sentía atada.

DECISIONES - warmi -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora