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Ese día, ese 24 de febrero algo cambió en mí. No sé si fue porque tuve mi primer cita en toda la extensión de la palabra o porque algo dentro de mí se despertó, quizás fue por ambas cosas.

Hasta antes de ese día, yo me había hecho a la idea de que estaría soltero por siempre; no porque no tuviera atributos suficientes para conseguirme una pareja sino porque no encontraba a la persona indicada.

Modelos, fotógrafos, poetas, deportistas, intelectuales... todos querían hablar de una solo cosa, de ellos mismos. Vale, que es importante el amor por uno mismo pero si estas conversando con alguien, al menos esperas que se interesen un poco por ti. Hablaban tanto sobre ellos que era como una entrevista de trabajo, con ganas de decirles "mándame tu currículum y ya yo luego te marco".

Entonces ya te imaginarás como me puse cuando en el desayuno la plática no giro a su alrededor sino que fue un ir y venir de preguntas, desde las triviales como su color favorito hasta aquellas más personales como cuál había sido la mayor locura que había hecho en su vida.

Al terminar el desayuno, salimos a caminar un rato y sentía como la cita estaba por terminar. No porque se estuviera volviendo aburrida sino porque el tiempo corrió más deprisa, porque los mejores momentos duran solo un instante y eso los hace especiales. Total, que ya sabía lo que vendría después y supongo que tú también ya tienes una idea de a que me refiero: el beso de despedida.

El Príncipe Solitario 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora