4. Moretones y raspones

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Un par de días después, Temo y yo estábamos entrando juntos al salón, conversando de cómo había cambiado su vida en los últimos días. Tenía una expresión intranquila, triste incluso, y pensé que hacer que se expresara haría que se sintiera mejor.

Le puse una mano en el bicep y la dejé ahi mientras nos sentábamos el uno junto al otro.

-¿Y tu papá?-le pregunté.-¿Cómo va todo con él?

Tenía la esperanza de que su humor cambiara al mencionarlo, pues hasta donde yo sabía el suyo era mucho más abierto que el mío.

-La neta es que mi papá le está echando muchas ganas para aceptarme, pero yo sé que le cuesta.-contestó mi amigo encogiéndose de hombros, con un tono de preocupación que hizo que se me erizara la piel.

-¿Y tus hermanos?

-Pues Julio es el que me preocupa.-dijo Temo en voz baja, inclinándose hacia mí. Yo moví mi silla en su dirección y acerqué mi cabeza a la suya para escucharlo bien.-Él fue el primero en decirme que no quiere que yo sea gay.

Pensé unos segundos en lo que debía responderle, sin estar seguro de lo que sería lo correcto, y finalmente le respondí:

-Bueno, pero sabes que siempre voy a estar aquí para ti.-le aseguré, mirándolo a los ojos, intentando transmitirle confianza. Quizás no podía hacer que el mundo lo aceptara, pero yo sí lo haría.

Abrí la boca para decirle que no se preocupara, que todo iba a salir bien, cuando uno de nuestros compañeros, Ben, se levantó de su silla con una sonrisa socarrona y dijo:

-Temo y Ari acaban de confesar que son gays.

En mi mente sonó una alarma de inmediato. No iba a dejar que se burlara de Temo, y menos en un momento como ese donde se sentía tan vulnerable, así que me levanté también, mirándolo para que se diera cuenta de que no iba a aguantarme que nos molestara.

-Hay que tener cuidado en las regaderas, eh, se tapan bien.-continuó, con su tono burlón y su expresión de soberbia que hizo que mi sangre empezara a hervir de rabia.

Antes de que me diera cuenta, mi mano ya estaba cerrada en un puño. Recordé todas las veces en que se había reído de mí, que había molestado a Temo, que había fomentado la discriminación, y sin poder detener el impulso, ignoré la voz de mi amigo que gritaba "No, no, Aristóteles, no" y lo golpeé de lleno en el rostro.

Su cabeza dio un latigazo hacia atrás, y yo quise aprovechar para darle otro puñetazo, pero mi mano solo pegó con el aire segundos antes de que Ben me metiera un gancho en el estómago y me golpeara en la mandíbula.

El dolor que me recorrió la cara me aturdió unos segundos; solo escuchaba la voz de Temo gritándome "Párale ya, Aristóteles" pero no podía dejar que ese imbécil nos tratara así. Ben aprovechó que el dolor me había paralizado para golpearme de nuevo en el rostro, lanzándome hacia atrás. Yo no me lo pensé ni un segundo y me abalancé contra él para golpearlo en el estómago.

Intercambios un par de golpes más, Ben me encajó la rodilla entre las costillas y me sacó el aire, por lo que fue una bendición cuando alguien nos separó, agarrándome de los brazos por un par de segundos.

En cuanto nos libramos de quienes nos estaban deteniendo, Ben intentó patearme pero yo salté hacia atrás. Sentía mi corazón latiendo a toda velocidad y mi respiración acelerada, me obligué a mi mismo a ignorar el dolor y la voz de Temo que me suplicaba que parara, ya era demasiado tarde para eso.

Como pude me puse detrás de él y lo tomé por el cuello con una mano para golpearlo en las costillas con la otra, lastimando mis nudillos al mismo tiempo. Finalmente, lo tiré al suelo, donde nos golpeamos y revolcamos por unos segundos, intercambiando puñetazos y miradas de odio, hasta que llegó el profesor tocando el silbato para separarnos.

El Plan de la Azotea | AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora