24. Sala de espera

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Llegamos al hospital una hora después de la ambulancia. Temo seguía en urgencias y cuando llegamos Pancho intentó explicarnos lo poco que le habían dicho los médicos, pero en el estado en el que me encontraba apenas y entendí algunos términos como hemorragia, traumatismo, posible contusión, y fractura.

En resumen aún estaban evaluando la gravedad de sus heridas y no sabían si el desmayo se debía a la perdida de sangre o algo mucho peor.

Pasamos un par de horas en la sala de espera sin tener noticias de Temo. Todos se quedaron dormidos en las sillas incómodas excepto Pancho y yo, que permanecíamos perdidos en nuestros pensamientos, aterrados como nunca habíamos estado.

Él esbozó media sonrisa triste cuando reparó en mi mirada, y yo se la devolví, pero al instante mis ojos se llenaron de lagrimas y volteé el rostro para que no me viera llorar de nuevo; tenía suficientes problemas como para que su supuesto yerno fuera otro de ellos.

Cada vez que comenzaba a quedarme dormido, el recuerdo de Temo en el bosque regresaba a mí y me espabilaba con la respiración acelerada. Intenté obligarme a mí mismo a pensar en otras cosas, y sin poder evitarlo a mi mente llegaba la memoria del beso que habíamos compartido esa misma noche.

Recordé la forma tan inocente en la que me lo había propuesto: "¿Te puedo besar?", y un escalofrío me recorrió cuando la mirada llena de deseo con la que había acompañado su pregunta regresó a mí. Toqué mis labios con el pulgar inconscientemente y cerré los ojos, era como si todavía pudiera sentir su lengua en ellos y saborear el gusto a ron de la boca de Temo. La pregunta del millón se coló entre mis pensamientos, y por más que quise no pude ignorarla: ¿esa había sido la última vez que nos habíamos besado?

De tan solo considerarlo un dolor terrible se asentó en mi pecho.

Todo se había desenvuelto tan rápido, ese beso fugaz pero significativo del concurso, la aceptación de que lo que sentía respecto a Diego eran celos, los comentarios de Carla que evidenciaban que entre Temo y yo había algo más que una amistad, la respuesta a la pregunta de Lupita en la fogata que había salido de mí con facilidad, el beso del bosque y luego la caída de mi amigo.

Me puse a pensar en todo lo que habíamos pasado, en la forma en la que había descrito estar enamorado; la calidez, los celos, las mariposas en el estómago, la necesidad de tocar a la otra persona, y me di cuenta de que no eran sensaciones recientes. La primera vez que había querido abrazar a Temo y no soltarlo jamás fue cuando tocó a mi puerta y salí llorando por mis problemas familiares, la primera vez que había sentido esa calidez en mi pecho fue cuando rompimos su alcancía en la azotea y me regaló su dinero, la primera vez que había sentido mariposas en el estómago fue cuando había tomado su mano en la azotea, el día donde decidimos dar marcha al plan, y los celos habían estado presentes desde que vi una foto de Diego en su departamento.

¿Podía ser cierto? ¿Me había estado enamorando de mi mejor amigo por meses sin siquiera darme cuenta?

De pronto el miedo de perder a Temo se mezcló con el miedo de la posibilidad de quererlo como más que un amigo y con el miedo de no llegar a decírselo jamás.

Escuché un suspiro que venía de mi izquierda y en consecuencia miré al toluqueño por el rabillo del ojo. "No le digas a Diego, porfa" me había suplicado antes de echar a correr por el bosque, pero ¿qué razones tendría para hacerlo?

Pasó otra hora y de pronto salió un doctor preguntando por la familia de Cuauhtémoc López. Todos nos levantamos para escucharlo.

-Tiene las costillas y el brazo fracturado.-comenzó a explicar con una expresión consternada.-Queremos hacerle un estudio para asegurarnos de que no haya hemorragias internas antes de llevarlo a terapia intensiva.

El Plan de la Azotea | AristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora