Capítulo Uno

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-¡No quiero verte más en esta casa!

Mamá me lanza un montón de ropa arrugada a la cabeza y hace que me incline hacia delante y sienta un golpe en la nuca. Lo meto a base de golpes y puñetazos en la maleta y cierro la cremallera rompiéndome una uña. Después, la dejo caer bruscamente al suelo y salgo de mi habitación.

Recorro el pasillo arrastrando la maleta y bajo la mirada desviada del novio de mi madre, que está medio borracho en el salón, recostado en el sofá y con la lata de cerveza vacía apunto de caérsele de la mano. Probablemente no vea tres en un burro de lo colocado que va, si le sumamos el hecho de que le encanta fumarse porros en casa y llenarla con ese asqueroso olor.

-¡Lárgate de una jodida vez! ¡Nunca haces nada!- me vuelve a gritar mi madre, con la cara arrugada de rabia.

-¿¡Por qué no le dices eso al borracho de tu novio, puta!?- contesto, encolerizada, las palabras me salen solas y no logró controlarlo. Mamá me mira con los ojos inyectados en sangre y abiertos de par en par. Se acerca a mí a base de zancadas y, cuando está justo delante de mí, levanta la mano y me da una bofetada.

Siento el ardor de mi mejilla y las lágrimas resbalar por mi cara.

-Si te vuelvo a ver por este barrio, haré que te lleven al hospital de urgencias- me advierte, en un susurro que hace que se me congele la sangre. Me muerdo el labio inferior y aprieto el mando del carro de la maleta.

Mi propia madre.

-Eres la peor madre de este mundo y de todos los demás, Cassandra- la miro a los ojos con rabia y ella retrocede un poco, pero frunce el ceño. Su mano me empuja, abre la puerta y me señala la calle.

-¡Lárgate de una puta vez, y no vuelvas!

Salgo de casa y la puerta se cierra de golpe. El cabello se me mueve a causa de la fuerza con la que se ha cerrado y escucho la cadena del cerrojo caer al suelo. En el bolsillo de mi chaqueta escondo dos mil dólares que he robado antes de que me echaran.





Redondeo el número de teléfono de un restaurante en el que necesitan personal para atender mesas. No tengo ni idea de hostelería, pero aprendo rápido. Además, ya llevo cinco meses sin trabajo, y necesito uno rápido para poder pagar el alquiler del apartamento.

Tiro el periódico en la mesa y el boli rueda por la misma hasta caer al suelo, pero no me molesto en recogerlo. Recuesto la cabeza en la mesa y cierro los ojos. Estoy agotada, destrozada. No sé qué hacer.

Mis manos recogen mi móvil del suelo y marco un número de memoria.

-¿Hola?

-Hola, Jess...- saludo a mi amiga por teléfono.

-¡Gisa!- parece sorprenderse al escucharme -¡Oh, Dios mío! ¡Hace casi dos años que no te he visto! ¿Dónde estás? ¿Por que has dejado la universidad? ¿¡Por qué no respondes a mis llamadas!?- suspiro. Son demasiadas preguntas para responder de una sola vez. Han pasado tantas cosas en estos dos años, que incluso ya no me acuerdo de la mayoría.

-Es una larga historia...- murmuro, rascándome la cabeza.

-¡Pues necesito escucharla!- hay unos segundos de silencio, como si esperara que dijera algo. Después, escucho su voz de nuevo: -Tenemos que vernos ahora mismo- sentencia -: nos vemos en Ginoz en media hora. ¡No faltes!

Cuelgo el teléfono y me levanto de la silla. Voy hacia mi habitación y abro el armario.

Aparco el Fiat en el parking del restaurante Ginoz y el coche suelta un pequeño frenazo antes de que pueda terminar de echar el freno de mano. En este lugar nos veíamos mucho Jessica, sus amigas y yo cuando iba a la universidad, mucho antes de que me echaran de casa.

Salgo del coche y saco mi bolso de la parte de atrás. Cierro la puerta con fuerza para que no se quede medio abierta con seguro y me guardo las llaves en el bolsillo de mi chaqueta de cuero. Me apresuro a entrar rápido al restaurante y una chica en la entrada, vestida con una camisa blanca, una falda negra y un delantal rojo me saluda con educación.

-Viene conmigo, señorita- brama Jessica, desde la mesa en la que está sentada. La chica me deja pasar y voy hacia mi amiga -¡Me alegra muchísimo de verte!- mi amiga se levanta y me da dos besos. Después, me estrecha entre sus brazos -¿Cómo has estado?

-Bien- musito, sentándome frente a ella y son mirarla a la cara. Jessica me mira achinando sus ojos ámbar.

-Me estás mintiendo.

Bufo.

-Es que han pasado tantas cosas, Jess- gimoteo, frustrada. Acabo de llegar y ya siento que voy a romper a llorar. Mi amiga me mira con los ojos muy abiertos.

-¿Qué ha sucedido?- pregunta ella, preocupada.

-Mi madre me echó de casa hace dos años- Jessica abre la boca y hace una mueca de confusión mezclada con asombro -, tuve que dejar la universidad porque no podía pagarla, tuve que alojarme en un apartamento de mierda y necesito encontrar un trabajo para pagar el alquiler...- siento que me vengo abajo. Las lágrimas se agolpan en mis ojos mientras un nudo en la garganta me impide tragar y respirar y comienzo a sollozar.

-Dios mío, Gisa...- Jessica se cubre la boca con las manos -¿Por qué ha pasado todo es...?

-¡No lo sé!- me lamento, interrumpiéndola -¡No lo sé, no lo sé!- bajo la cabeza -Ni siquiera sé qué hice mal...

Jessica toma mi mano y me acaricia el dorso con su pulgar. Yo rompo a llorar, pegando mi frente a mi brazo, apoyado en la mesa, y procuro no hacer mucho ruido para no montar una escena en el restaurante.

Han pasado casi dos años, y lo único que se me ocurre hacer en este momento es ponerme a llorar como una niña pequeña, cuando ya debería tenerlo asumido, haberlo superado... pero no puedo. Es como si cargara con unas pesadas cadenas.

-Encontraremos una solución, ya lo verás- me sonríe. Yo me seco las lágrimas y asiento -. Venga, vamos a comer algo. Mañana te ayudaré a buscar un trabajo en el que te paguen bien, ¿vale?

Vuelvo a asentir, cogiendo de la mano a mi amiga.

Me despido de Jessica con la mano y vuelvo a entrar en el coche. Enciendo el motor, que se cala antes de terminar de salir del aparcamiento, y conduzco de vuelta a casa por el camino más rápido. Estoy cansada y quiero irme a la cama cuanto antes.

Al llegar, aparco el coche cerca del edificio en el que vivo y salgo de este. Cierro con seguro y me cuelgo el bolso del hombro. Abro la puerta del portal con las llaves y subo por las escaleras hasta el tercer piso. Cuando llego, preparo la llave para abrir la puerta. Pero me paro en seco al encontrarme una caja de color azul en el suelo, con guijarros y una cerradura de color dorado.

Me agacho y la cojo del suelo con las dos manos, percatándome de que no tiene candado.

Repentinamente, comienza a brillar.

Stockholm[Jason the toymaker]© Book 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora