Capítulo Nueve

773 102 85
                                    

La música está tan alta que ni siquiera puedo escuchar mis propios pensamientos. Abby y Jessica se han ido directamente a la pista de baile y se están restregando con varios chicos, mientras que Daisy se ha quedado conmigo en la barra, ella con una Coca-Cola y yo con una cerveza sin mucho alcohol.

Suelto un profundo suspiro y apoyo los antebrazos en la barra mientras jugueteo con la jarra, que está por la mitad. Daisy se gira a verme con una ceja alzada en cuanto termina su Coca-Cola para pedirle otra al barman, que está hasta arriba de trabajo.

—¿Qué te pasa? Llevas con cara larga todo el día— inquiere, aunque no parece muy interesada en la respuesta, porque mira de un lado a otro en la discoteca.

—Nada— respondo, encogiéndome de hombros —. Simplemente he tenido un... encontronazo con un amigo— resumo, sin querer dar muchos detalles.

—¿Estás segura de que es solo un amigo?— pregunta, con una mano apoyada en su cadera y otra en la barra. Se ha girado a verme completamente desde su altura. Ahora está mucho más alta con los tacones y el vestido de lentejuelas doradas que se ha puesto, corto, ajustado y con la espalda al descubierto. Aunque no tenga mucho pecho, está realmente guapa. Varios hombres se han girado a verla y han intentado invitarla a una cerveza, pero ella los ha ignorado completamente.

—Sí, bueno... solo nos besamos una vez, pero no fue nada— me apresuro a aclarar. Ella ladea la cabeza y se inclina hacia mí —A ver, es muy guapo, y pensé que me gustaba, pero...

—¿Pensabas? ¿Es que ya no te sigue gustando?

—No..., sí... ¡no lo sé! Es que...— trago saliva y me llevo una mano al cuello, inquieta. Un calor extraño me recorre todo el cuerpo y agradezco haberme recogido el pelo en una cola alta para venir —no le conocía bien— explico. Por alguna razón, tengo ganas de llorar. Estoy decepcionada y me apetece volver a casa.

Suspiro otra vez y me llevo la jarra de cerveza a los labios para darle un largo trago, sin acabarla. Vuelvo a dejarla en la barra y me peino el flequillo con los dedos. Daisy me mira y su mano se posa sobre la mía, tira de mí y me arrastra hasta la pista de baile con una sonrisa. A pesar de llevar tacones, no tropieza ni una sola vez. Yo, que llevo unos con cuña mucho más ancha, soy más torpe.

—¿Qué haces?

—Te vendrá bien distraerte— me dice. Y comienza a moverse. Sus contoneos van al son de la música, como si la sintiera dentro de su pecho. Cierra los ojos y se desata el moño que sostiene su largo cabello rubio teñido. Entonces, se acerca a mí y pega su pecho a mi espalda. Su ritmo es tan contagioso que acabo imitando su movimiento mientras su caro perfume me envuelve.

En ese momento, sus manos toman mis caderas y me las acaricia. Me sobresalto y siento que mis mejillas se sonrojan, pero no me aparto. Al contrario, sigo bailando. Cierro los ojos y siento el hormigueo de sus manos acariciar mi piel por encima de la ropa. El pulso se me ha acelerado y se me ha olvidado todo. En lo único en lo que puedo pensar es en las manos de Daisy, que están recorriendo mi cintura y van subiendo lentamente hasta mi pecho. Sus uñas me acarician el escote en forma de v de mi vestido negro y su aliento choca contra mi oreja.

—¿Mejor?

Asiento lentamente. No obstante, me detengo unos instantes y abro los ojos.

Daisy es mi jefa, no debería estar haciendo esto.

Doy un paso hacia delante para alejarme de ella, pero vuelve a tomar mis caderas y me pega a ella de nuevo.

—No te vayas— me pide en un susurro. Un hormigueo entre las piernas me provoca un temblor y siento un escalofrío recorrer mi espina dorsal. Cuando arqueo la espalda, ella acaricia mi nuca y pasea sus uñas de gel por mi cuello.

Siento que me voy a derretir. Se me pone la piel de gallina y vuelvo a cerrar los ojos.

Súbitamente, algo me atrapa el brazo y me saca a la fuerza de la pista de baile. Suelto un grito y miro hacia atrás, pero ya he perdido a Daisy. Cuando mis ojos vuelven al frente, una cabellera pelirroja que se me hace conocida me devuelve de una patada a la realidad y el hormigueo que estaba sintiendo desaparece por completo. Atravesamos la puerta de la discoteca y soy arrastrada a un callejón, donde soy estampada contra una pared.

—¿¡Qué demonios estabas haciendo!?— la voz de Jason me asalta y tardo unos segundos en responder.

Lo observo atónita. Tiene la mandíbula apretada y los ojos verdes. Su mano me aprieta el antebrazo con fuerza y gimo cuando sus uñas se me clavan en la piel.

O sea que no fue imaginación mía. Sus ojos cambian de color de verdad.

—Jason..., para...— le suplico, sin comprender la situación.

—¿¡Por qué me traicionas así!?— me grita, enfurecido. Parpadeo varias veces y frunzo el ceño.

—¿Traicionarte? ¡Yo no te estoy traicionando!— me libero de su agarre y me acaricio las heridas con los dedos —¡No tengo por qué darte explicaciones, no somos nada!

Jason se queda en completo silencio, observándome desde su altura con los ojos llenos de rabia.

El miedo me oprime el corazón como una mano enorme estrujándolo. Me cuesta respirar.

—¿Por qué me has arrastrado hasta aquí? ¡Déjame en paz!— le espeté —¡No he hecho nada malo! Eres tú el que me ha ocultado cosas. ¡No puedes apartarme de la gente así, ¡estás siendo cruel!

—Tú...

Su mano me agarra la mandíbula y me la aprieta con fuerza. Se inclina sobre mí y acerca su rostro al mío.

—¡Pensé que serías tú!— grita. Yo no logro entender nada.

—Me estás haciendo daño, ¡suéltame!— y me suelta. 

Me mira con seriedad y observo que sus ojos vuelven a su color original, el amarillo similar al oro.

—No quiero hacerte daño, Giselle— murmura, usando mi nombre.  Pero no parece arrepentido.

—Entonces para, por favor. Déjame volver dentro con Daisy...

—¡No!— le da un puñetazo a la pared muy cerca de mi rostro y escucho cómo se quiebra —¡Tienes que ser tú!

—¡No entiendo lo que quieres decir!— admito, frustrada y con el corazón lleno de miedo. De repente, escucho el ruido de la pared rompiéndose y los pedazos caer al suelo. Jason me toma de la cintura y me da la vuelta para que pueda ver una puerta azul emerger de la nada, como la que una vez soñé —¡Dios mío! ¿¡Qué está pasando!?

Pero él no responde, simplemente abre la puerta y me toma de la mano.

—Vamos, querida Gisa.

—¡No! ¡Espera!

Stockholm[Jason the toymaker]© Book 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora