Capítulo Seis

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—Espera, ¿me estás diciendo que anoche no pasó nada?— Abby me mira con cara de circunstancia mientras tira una percha de un mono detrás de ella y encesta en uno de los contenedores transparentes de milagro. 

—Bueno... nos besamos— vuelvo a repetir, con la cara más roja que el color con el que me he pintado los labios. Hoy, Abby y yo nos habíamos quedado dormidas y habíamos llegado tarde. Kayden y otra chica se estaban ocupando de la caja mientras Daisy nos había puesto a nosotras a colocar la ropa que estaba en el almacén en las estanterías y percheros de la tienda como castigo. 

—¿¡Solo eso!?— me pregunta, alzando la voz. Una familia se gira a mirarnos extrañados y luego abandonan el pasillo. Yo me doy la vuelta para fulminar a mi compañera con la mirada —Lo siento, pero normalmente la gente suele ir más lejos, ¿sabes? Ya no tienes dieciséis años. Eres una joven adulta, Gisa. 

—¿Más lejos?— pregunto, alarmada. 

—¡Pues claro, tonta!— responde, alzando la voz de nuevo —Ugh, ¿qué tienes, doce años?— cuestiona, poniendo los brazos en jarras sobre su cadera —Ya sabes. Podrías haberle invitado a pasar, seguir besándolo, quitarle la ropa, llevártelo a la cama y...

—¡No!— la interrumpo, gritando. Me tapo la boca con las manos y rezo por que no me haya escuchado nadie —Por el amor de Dios, Abby, ¡no lo conozco! ¡No voy a...!

—¿Qué más da? Es solo sexo, no es nada relacionado con el compromiso— argumenta ella, encogiéndose de hombros y quitándole importancia.

Un calor sofocante me obliga a desabrocharme un tercer botón de mi camisa. Miro hacia otro lado y me muerdo el labio inferior, recogiéndome el cabello en una cola alta con las manos para que me llegue algo de frío a la nuca. Mi imaginación vuela por unos instantes y unas imágenes ficticias de mis manos quitándole la ropa a Jason me hacen ahogar una exclamación. Se me corta la respiración y me llevo una mano al cuello, intentando alejar la sensación imaginaria de sus manos recorriendo mi espalda baja.

—¿Qué te pasa?— me pregunta Abby, preocupada —Tampoco he dicho que tengas que dejarte azotar por él ni mucho menos...

—Es que... yo...— intento decir, balbuceando. Mi compañera me toma por los hombros y me acaricia de arriba a abajo hasta los codos.

La sola idea de tener sexo con alguien ya me resulta vergonzosa. Que Jason y yo...

—Espera— Abby interrumpe mis oscuros pensamientos involuntarios y abre la boca todo lo que puede, en una mueca de sorpresa —¡Eres...!

—¡Ssshh!— le cubro la boca con las manos antes de que pueda terminar de gritarlo —Sí, ¿vale? Soy virgen. No he tenido sexo con nadie. Ni siquiera me habían besado antes— me quedo en silencio unos segundos, pero continúo para que lo termine de entender: —Jason ha sido mi primer beso.

—Oh, ¡Dios mío, Giselle!— frunzo el ceño cuando escucho mi nombre completo salir de sus labios.

—Chicas, ¿qué estáis haciendo? ¡A trabajar!— nos regaña Daisy, cuando pasa cerca de nosotras. Rápidamente nos dispersamos por los pasillos de la tienda y seguimos colocando todo lo que nos había mandado.

  

Al final del día, Daisy se despide de nosotras con un breve sermón tras cerrar. Yo soy la última en ir hacia el aparcamiento, encontrándome a mi Fiat blanco. Abro la puerta del piloto y me dejo caer sobre el asiento, me pongo el cinturón y enciendo el motor. Salgo del aparcamiento y me incorporo a la carretera para volver.

Ayer por la noche, cuando Jason me recogió en el trabajo y me llevó hasta casa, pude ver mi coche en el aparcamiento de en frente del edificio. Sin embargo, yo recordaba habérmelo llevado al trabajo.

¿Por qué le estoy dando tantas vueltas si él me dijo que me vio coger el bus aquella mañana?

Alejo esos pensamientos de mi cabeza en cuanto encuentro un sitio cerca de mi portal, salgo del coche y entro en el edificio. Esta vez, me da por subir las escaleras hasta el tercer piso, sintiendo el corazón rebotar una y otra vez contra mi pecho, esperando encontrarme a Jason bajando las escaleras para saludarme.

No me puedo quitar de la cabeza ese beso.

Sin embargo, lo que me encuentro en el pasillo del tercer piso es un vacío y un silencio sepulcrales. La decepción me crece en el interior de mi pecho y me muerdo el interior de la mejilla. Jugueteo con las llaves en mis dedos y me dirijo a la puerta de mi apartamento, cuando una cajita de color azul parada frene a mi puerta me obliga a detenerme. Me agacho para cogerla y la abro: dentro hay una nota con una letra cursiva preciosa y una pequeña muñeca de cabellos castaños y ojos brillantes y oscuros. Tiene un vestido de lolita de color azul y los brazos muy largos a rayas rosas y azules. Sus piernas son de trapo, como el cuerpo y lleva zapatitos negros. Es muy extraña y me recuerda a mí. Tiene el mismo cabello y los mismos ojos que yo, ¿la habrá hecho él?

Mis ojos viajan hacia la nota que viene con la muñeca:

Un regalo muy especial.
—Jason.

Y ya está.

Me esperaba algo más. Quizá un "me gustaría volver a verte" o "quiero repetir ese beso que nos dimos en el ascensor".

Niego con la cabeza y entro en casa con la muñeca en mis brazos. En cuanto me deshago de mis cosas, me doy una ducha rápida después de cenar algo ligero y me meto en la cama, dejando la muñeca en mi estantería y la caja al lado de mi escritorio.

Una sensación incómoda me obliga a despertar. Estoy empapada en sudor en mi cama, con los brazos y las piernas extendidas y boca arriba. Acabo de despertar de una pesadilla.

Me llevo la mano al pecho e intento calmar mi respiración y desvío la mirada del techo hasta mi estantería, donde la muñeca de Jason me mira fijamente en la oscuridad, ligeramente doblada.

Hago una mueca y me doy media vuelta para no tener que verla.

—¿Un mal sueño?

Ahogo un grito y me incorporo de golpe en la cama, pálida y sin respiración. Una voz varonil y muy grave ha sonado dentro de mi habitación, en una de las esquinas alejadas de mi cama.

—¿Quién está ahí?— me atrevo a preguntar, con la voz temblorosa. Por el rabillo del ojo veo las tijeras que descansan en mi escritorio. Sin embargo, un par de luces brillantes captan toda mi atención.

Un par de ojos verdes que me observan en la oscuridad.

Siento que los latidos de mi corazón se detienen por un segundo.

—Giselle...

No me da tiempo a escapar, algo me agarra de la muñeca y tira de mí con fuerza hacia él, pero me resisto.

—¡No!— grito, aterrorizada y aferrándome al cabecero de mi cama con la otra mano y haciendo fuerza.

Entonces, mis ojos se abren de golpe. Me incorporo lentamente en la cama y observo la habitación en la oscuridad. Ni rastro de aquellos ojos verdes.

—Dios...— murmuro, dejándome caer sobre la cama.

Solo ha sido una pesadilla.

Stockholm[Jason the toymaker]© Book 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora