~Capítulo 4: La mañana de la charla~

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Casi un mes después del día que hice el examen mi madre recibió un mail diciendo que había sido aceptada en el programa de intercambio. ¡No daba crédito! Mundo aparte, había conseguido la cuarta plaza de las doce que quedaban, un gran logro a pesar de mis nervios.

Nada más conocer el resultado llamé a Fer para contárselo.

Durante este último mes, hemos estado hablando casi todos los días y quedado unas cuantas veces. Nunca ocurrió algo fuera de la zona de amigos pero no me importa. Con el tiempo he podido conocerle más profundamente y me alegra tenerlo como amigo.

— ¡Pez, eso es fantástico! ¡Adivina quien es otro de los doce seleccionados!— contestó Fer con ilusión al no ser el único de los dos que había sido aceptado.

— No dudé ni un solo segundo que entrarías— dije con sinceridad. Fer no fue aceptado en la otra agencia porque al parecer hizo tan bien el examen de ingreso que pensaron que había hecho trampas y le dijeron que probase en otro sitio. Subnormales.

— Me vas a hacer llorar de alegría Pececito. ¿Entonces te veré en la charla informativa mañana?

— Of course Ferum. Como podria faltar a una charla tan educativa que probablemente durará hora y algo— dije marcando el apodo que le puse después de nuestra segunda quedada.

El muy tonto me llevó a la biblioteca nacional para estudiar física y química. A ver, no me quejo por la biblio, si no porque me hizo aprenderme la tabla periódica de pe a pa cuando ni siquiera tengo ninguna asignatura de ciencias. Mientras me la explicaba había varios elementos que no tenían nada que ver con su nomenclatura, como el hierro. De ahí su mote.

— ¡Estupendo! Nos vemos allí. ¡Si llegas antes que yo guárdame un sitio a tu lado!— exclamó sin notar mi ironía.

— Por supuesto que lo voy a hacer. Si me tengo que tragar esta bazofia tu caes conmigo —Antes de colgar escucho las risas de Fer por el otro lado del teléfono.

Esa noche dormí con una sensación de tener un peso menos encima. No saber si había sido elegida me carcomía por dentro y me hacía pasar las noches en vela pensando en el posible fracaso, pero creo que por primera vez en el último mes iba a tener un sueño agradable.

Estaba bajando del avión y lo primero que noté fue el aire puro y lo extenso que parecía todo. Lo único que podía divisar era una explanada verde y el aeropuerto grande y gris que contrastaba con aquel precioso paisaje.

Al descender de las escaleras estas crujían con mi peso. El ruido de la gente arrastrando sus maletas no pegaba con la hermosura que tenía delante. El hombre que tenía detrás carraspeó dándome a decir que me estaba tomando mi tiempo y se estaba impacientando de mi tardanza.

Con una sonrisa escondía los nervios que sentía por dentro.

No volveré a pisar España en casi diez meses.

Eso me aterraba, pero a la vez algo en me decía que esto es algo bueno, muy bueno.

Nada más llegar a la zona de recogida de equipaje una dulce voz con un acento algo extraño exclamó mi nombre. O por lo menos lo intentó.

— ¡Pez!

Delante mío había un chico moreno que llevaba puesta la sonrisa más bonita que mis ojos habían presenciado. Sus ojos de color chocolate dieron con los míos y su sonrisa se ensanchó como si yo fuese su luz en una noche oscura.

El lindo desconocido no dejaba de repetir mi nombre cada vez acercándose más a mi, siendo su voz más fácil de escuchar.

Cuando llegó a mi altura en vez de darme un abrazo empezó a zarandearme como si fuese un cojín al intentar buscar dinero dentro.

Estudiante extranjeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora