Prologo.

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Salí por la puerta trasera a apoyarme en la pared de ladrillos húmedos por la llovizna, me coloqué el cigarrillo en los labios apretando el encendedor varias veces para que soltara el fuego, prendió, y aspiré el cilindro quemando el tabaco el humo se metió de golpe por mi garganta.

La noche estaba oscura, y el pub estaba llenísimo de gente, y la música sonaba y sonaba, la cabeza me dolía, había pasado todo el día entre el hospital y la universidad, me restregué la cabeza sintiendo la brisa otoñal acariciarme el rostro, metiéndose por entre la chaqueta.

Volví a aspirar, cerrando los ojos para descansar, mis párpados se abrieron con el sonido de la puerta, sonreí, me observó como si no le importase que yo estuviera ahí, se acercó con el cigarrillo en la boca y acorté distancia para apretar el encendedor un par de veces escuché el papel quemándose cuando dio la primera calada.ñ, guardé el encendedor y él se irguió a mi lado estirándose en todo su alto porte.

Llevaba una chaqueta de cuero verde con mangas blancas, jeans negros y botines café, bajé la mirada a mis botas negras escupiendo el humo entre mis labios.

– ¿Qué estás haciendo aquí? – Habló sin observarme.

– Fumo un cigarrillo, está prohibido fumar dentro...

– No habló de eso ¿Qué haces aquí en El pony?

– Me bebo una cerveza – Me observó alzando una ceja notoriamente cabreado – Puedo beber aquí o ¿no? Ustedes estuvieron hace unas semanas en el tandemonium y yo no dije nada.

Me encogí de hombros lanzando el cigarrillo al suelo para pasar delante de él, su mano me retuvo por el antebrazo dejándome de espaldas a la pared y quedándose enfrente de mi.

– ¿Qué estás vendiendo?

– Estoy comprando. Me gusta más tu producto ¿Sabes? Es más limpio – Observó alrededor dándole otra calada al cigarro – más suave, pero fuerte – Bajó la mirada extendiendo una mano contra la pared para sonreír – todo lo que una chica como yo necesita.

– Eres una arpía – Dejó caer el cigarrillo pisándolo para subir su mirada avellana a mí – Olimpia McMahond – Sonreí.

– ¿Eso crees?

– Eso sé.

– ¿Eso sabes?

– Eso es lo que dicen – Respiró profundamente dejando caer su respiración sobre mi frente.

Charlie O'Connell era el hijo del líder de Los Renacidos, un antiguo linaje de mafiosos Escoceses que, antaño, se habían dedicado al tráfico de licor, cocaína y armas, desde los años veinte se peleaban con nosotros Los zorros rojos, ahora, por territorios de venta de drogas, tráfico de armas, trabajadores y empresas, por el comercio de prostitutas, por cualquier cosa por la que pudiéramos pelear.

Charlie era el mayor de dos hermanos, era el chico bonito de Edimburgo y la mayoría de las chicas de su instituto habían pasado la adolescencia fantaseando con que se las cogia.

Si, era bastante guapo, con casi un metro noventa de estatura y un físico bastante trabajado, llamaba la atención de inmediato, cabello y barba rubio, y ojos de avellana; era consciente de que su aspecto le daba privilegios, un hombre de veinticinco años, seguro, firme, con el mundo en sus enormes manos y los bolsillos llenos de dinero, respetado.

– Si sabes que esto no es Edimburgo ¿verdad? – Bajó la mirada abriendo la boca para lamer con la punta de la lengua su labio inferior mientras asentía con una sonrisa al ver el cañón de mi arma dándole golpecitos en el centro del pecho.

– Si sabes cómo usar una de estas ¿Verdad? – Le encantaba responder a mis preguntas con preguntas, y yo hacía lo mismo.

– Claro que sé cómo se usa ¿Quieres ver? – Alcé las cejas con el dedo pulgar sobre el seguro, él negó observando mi cabello – ¿Cuando te vas?

– Aún no he hecho las maletas.

– Deberías hacerlas, Glasgow es mi ciudad – Sonrió negando con la cabeza – Y cuido mucho mi ciudad.

– No, amor, verás...

– No me llames así...

– Tu papi y mi papi tienen un trato ¿verdad? Tus hombrecitos se mueven en mi ciudad, mientras los míos hagan lo mismo aquí; Glasgow no es tuya, es nuestra.

– Entonces debería irme a Edimburgo. No me gusta compartir. Bang – Sonreí haciendo que mi mano retrocediera para guardar mi arma, me deslicé por su lado para acercarme a la puerta.

– No te quiero vendiendo tu porquería aquí – Advirtió girándose a verme levanté mi mano para mostrarle el dedo medio, él rió.

– Que te jodan.

– Si, eso espero, pecosa – Entré nuevamente al pub encontrándome con que estaba aún más lleno, la gente bebía, reía y cantaba, caminé entre la multitud haciéndole una señal al barman para despedirme.

Yo no venía a comprar nada, venía a vender, y la verdad era, que mi producto era el mejor.

Charlie O'Connell

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Charlie O'Connell

The last resort. [{COMPLETA}]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora