Parte XI

859 62 13
                                    

Gimió contra mi cuello agarrandose a mi cintura para dejarse ir continuando con movimientos pausados hasta detenerse y echarse sobre mí, boqueando, me recosté sobre mi estómago observando la enorme habitación en el medio de la cual estábamos, el ventanal a mis espaldas dejaba entrar la luz de la luna.
– ¿Vas a ayudarme? – Pregunté sentándome en la cama para abrazarme a mis rodillas, Thomas estiró su mano para acariciar con su dedo índice mi espalda, se acercó besándome la piel.
– ¿Te acuestas conmigo porque quieres la protección de los blinders? – Bajé mi mirada a observarlo con una sonrisa.
– Claro que no – Respondí divertida – los zorros rojos cuidan de mí.
– ¿Por qué lo haces?
– Porque haces que mis piernas tiemblen – Sonrió, sonrió abiertamente como si mi respuesta lo complaciera completamente, metió su mano entre mi cabello para acercarme a él besándome.
– ¿Ya te acostaste con él?
– ¿Eso que importa?
– Siento celos – Anunció tomando mi mano para recostarme en su pecho dejando su mano tras mi cuello – estás volviéndome loco – sonreí para besarlo.
– Curiosamente tengo un imán para volver locos a los gangster de Birmingham – Me reí sentándome sobre cama, se acomodó contra el respaldo de la cama para tomar mi mano.
– Qué coincidencia ¿Que cosa tan terrible te hizo?
– ¿Qué cosa? ¿Quién?
– Tu padre – Bajé la mirada.
– Jamás he sido suficiente para él ¿sabes? – Sonreí irónica – Siempre he sido una hija terrible, me obligó a dispararle a mi caballo trueno – Su rostro fue una duda silenciosa – tenía doce años, trueno era un hermoso potro azabache, me pagaban grandes sumas porque preñara a otras yeguas. Un día cayó, no fue una caída de gran altura, un metro quizás, se rompió la pata derecha, mi padre me dio un revólver y me hizo dispararle "le disparas tú o lo hago yo" tuve que hacerlo; siempre ha sido un maldito conmigo. Quizás él tiene razón y solo soy una niña malcriada – Estiró su mano a mí para acariciarme el rostro. Me escuchaba como una malcriada, pero habían cientos de cosas que no yo no era capaz de pronunciar.
– ¿Cómo vas a hacerlo?
– Rápido – Me levanté agarrando mi ropa interior del suelo, me observó detenidamente.
– Me encantas, me encantas – Repitió apoyando el rostro en la palma de su mano.
– Entonces ayúdame – Pedí apretando su garganta contra mi mano.
– Claro que lo haré – Anunció sosteniendo mi muñeca – Quedate conmigo. – Asentí. Estaba hecho.
La luz natural que se metía en la habitación hacía imposible que siguiera durmiendo, me moví en la cama encontrándome a solas, Thomas y yo habíamos charlado, reído, besado y manoseado gran parte de la noche, contándome cosas que quizás no le había contado a nadie, me vestí con la camiseta de Shelby para bajar las enormes escaleras siguiendo el ruido de las tazas hasta el comedor.
– ¿Por qué no me despertaste? – Pregunté caminando hasta él, a sus espaldas había un enorme cuadro a óleo de Thomas y un caballo blanco, estiró su mano a mis caderas para acercarme, besé su mejilla.
– Bésame bien – Tomó la camiseta acercándome a su boca – estabas muy cansada – Dijo levantándose para mover la silla y permitirme sentarme, de inmediato una mujer con un vestido negro apareció en el comedor – May – Saludó con una gran sonrisa – ella es Olimpia McMahon, futura señora Shelby – contuve una carcajada cubriendo mi rostro al sentir el calor en mis mejilllas.
– Enhorabuena señor Thomas, señorita – Se veía muy seria, me sirvió té tomando mi plato para partir un trozo de pastel de chocolate y servirlo – hay algo más que pueda hacer por usted.
– Muchas gracias, May – La mujer se alejó dejándonos a ambos a solas – Aún estoy casada con Brown.
– Espero que no por mucho tiempo – Bebió de su café tomando el periódico – ¿pasarás el día conmigo?
– Creí que estarías con tu hijo hoy.
– Está con su abuela materna – Explicó estirando su mano por la mesa hasta tomar la mía – ¿Por qué esto te pone incómoda?
– Realmente no lo sé – Besó mi mano escudriñando en mi rostro – ¿es por lo que le dije a May?
– No parecí agradarle.
– A ella no le agradan mucho las mujeres que han venido aquí – Sonreí.
– Ya veo porqué no le agrado.
– ¿Es por lo de futura señora Shelby?
– Ni siquiera tengo un anillo.
– ¿Quieres un anillo?
– Claro que lo quiero, y una ostentosa fiesta de compromiso y que pidas mi mano en público – Dejó su mano en mi barbilla con una amplia sonrisa mientras yo comía el bizcocho de chocolate.

The last resort. [{COMPLETA}]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora