1. Sin rostro.

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Era muy temprano en la mañana y tenía que bajar lista a recibir clases y entre la multitud de niñas con largas túnicas carmesí distinguí esa melena color marrón característica de mi amiga quién se acercaba con pasos apresurados hacía mí esquivando a las demás chicas que estaban delante de ella.



-¡Eh tú!- le escucho decir con esa sonrisa característica suya, y sabía que vendría con una nueva locura.



-¿Qué hay para hoy?- le atino a preguntar.

-¿Ya sabes sobre la nueva directriz?- me dice ella y entrecierra los ojos.

-No, dime que sabes.

-Dicen que es muy rara. No se relaciona con las demás directrices y sólo cruza algunas palabras con la madre superiora. Ya ha dado clases con otras alumnas y eso es lo que opinan de ella.- Dice acercándose a un umbral que daba vista a el patio de descanso halandome de la mano para que la siguiera.- Mira por ahí.- me señaló con la mirada a la nueva.

Se encontraba con el rostro relajado sentada en un banco sola con la vista baja, leyendo un libro.

-Es muy joven y hermosa-. Dije un poco extrañada, y para mis adentros asombrada, ya que por lo general las directrices eran mujeres de mediana edad.

-Lo sé. -Dice mi amiga igual de anonadada. - Pero supongo que algo de especial ha de tener para hacer ese cambio tan estricto, ¿no?

-Mmm.- No lo sé pero me resulta muy raro una nueva inducción en este internado, he escuchado que ha pasado más de un siglo para un nuevo ingreso.

El reloj de péndulo general retumba nuestros oídos anunciando que inician las clases, y nos encaminamos hacía allá bajando por los escalones y pasando las habitaciones de nuestras compañeras que ya se encuentran saliendo a los pasillos para tomar sus respectivas clases.

Margisia me acompaña a la entrada de mi siguiente clase y ahí se encuentra ella a pocos metros. Margisia y yo nos miramos ella me hace una seña que sólo nosotras entendemos y nos despedimos.


Entro a la clase con mi actitud desinteresada de siempre. Me siento y me dedico a mirar a la joven frente a nosotros. Era más joven que las demás, su cabello color carmesí daba a juego con su piel de porcelana y nos miraba detenidamente a cada una de nosotras como intentando escrutar en nuestras mentes. Cuando sus ojos se detienen en mí, nos miramos fijamente unos segundos hasta que escucho a la directora hablar.



-Buenos días niñas.- dice con su voz arrogante de siempre.


-Buenos días...- responden todas al unísono y con monotonía.


-Les presento a la señorita Rahel, la verán muy menudo por aquí para ser su guía religiosa.


-Hola niñas- nos dice ella mientras nos sonríe con una cálida y tierna sonrisa.


Al rato vemos salir a la directora por la entrada. Las horas transcurren mientras yo me encuentro pérdida en mis propios asuntos y soy interrumpida de lo anterior cuando siento algo golpear mi pupitre, es Rahel.



-Veo que ya eres muy experta en este asunto que te parece importar poco mi clase.- Dice ella un tanto molesta por mi poca atención.

-No veo necesaria esta clase, ya sé hacer el rosario.- Digo con un toque de sarcasmo molestándola.-No es propio de mí, pero me pongo a la defensiva.

-¿Ah sí?, pues espera a ver qué hace el rosario, cuando tu única voluntad sea la de implorar misericordia.- Escupe ella con cinismo.

-¿Implorar misericordia?, ¡oh vamos! ¿qué es esto, un panteón?

-Oh, mi querida Fela, tú no tienes ni idea que ocurre aquí. -Me dice en un tono audible sólo para las dos y una risita se pinta en sus labios.

《No comprendo cómo es que sabe mi nombre》

Nos miramos fijo y yo trato de descifrar algo en su mirada, se ve diferente hasta que somos interrumpidas por la campana del gran reloj anunciando el fin de la jornada.

Tomo mis cosas y salgo un poco desconcertada con su actitud, voy caminando por los pasillos entre mis compañeras y siento más frío de lo habitual y me cruzo de brazos para evitar que mis dedos se congelen. He estado distraída pensando en que hace algunas noches he estado teniendo pesadillas y me despierto muy tarde en la madrugada, esto me ha impedido descansar y conciliar el sueño. En ellas siempre hay un hombre, no recuerdo muy bien el aspecto de un hombre, hace tiempo que no veo uno personalmente, pero me hago una idea mejor con los libros que he leído. Él siempre me guía en las pesadillas en que las tinieblas me devoran o alguien me intenta alcanzar, me siento en una persecución en mis sueños, hasta que aparece ese hombre sin rostro, sé que es un hombre porque en ocasiones escucho que me habla en mis sueños, pero olvido y no recuerdo muy bien que trata de decirme, así que yo simplemente lo sigo.

Camino hasta el comedor mirando y noto que el clima parece empeorar cada vez más, voy en busca del rostro de mi amiga para contarle lo extraño que han sido las palabras de la directriz, pero de repente me detengo a recordar cuales han sido, lo recuerdo cada vez menos así que me apresuro a escribir lo que pronto se empieza a borrar como si fuese viruta de lápiz en un vendaval de mi mente.


Mikaiyáh: príncipe inmortal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora