Demetrio se despertó en mitad de la noche empapado de sudor. Se levantó tan de golpe que chocó su cabeza contra el techo de la improvisada choza de madera. Al abrir sus ojos, encontró su querida armadura y su espada apoyadas sobre la pared. Se frotó los ojos y bostezó, después comenzó a recordar donde estaba y porqué estaba allí.
Una angustia se apoderó de su pecho, había visto caer a Julio y a muchos otros compañeros en batalla: hombres humildes, trabajadores, maridos y padres de familia. Las pesadillas no cesaron desde aquel momento, de hecho, se incrementaban por cada día que pasaba. El incidente que su buen amigo Julio había sufrido, le creaba un vacío en su corazón tan grande que nada ni nadie podría remplazarlo.
Demetrio se levantó esta vez con cuidado y salió muy despacio por la única apertura de la pequeña choza. Miles, Mirto, Timeus y un imberbe muchacho llamado Arion estaban sentados en círculo sobre la hierba mientras mascaban con avidez el desayuno. Demetrio no había tenido la oportunidad de entablar una conversación precisamente larga con ese enclenque y asustadizo muchacho, Arion. Sólo recordaba haberlo visto alguna vez, escondido entre los aldeanos mientras escuchaba con timidez las aventuras que él relataba. Sin embargo, en la aldea todos conocían sus nombres o al menos de oída. Las piernas del muchacho eran quebradizas, más que carne en ellas, sólo se podía apreciar hueso. Su aspecto enfermizo y pálido le hacía parecer débil ¿Cómo habría conseguido escapar aquel chico?
El sol apenas había salido, sólo se podía apreciar una tenue luz en el horizonte. A pesar de ser tan temprano, allí estaban todos, con unas ojeras exageradas, las cuales le daban un aspecto aún más fatigado. Cuando los cuatro hombres repararon en la presencia de Demetrio, éstos les ofrecieron asiento y alimento. Comieron en silencio pero al terminar, éste se rompió: – ¿Tú tampoco has podido dormir? ¿otra pesadilla verdad? – preguntó Miles mientras apoyaba su mano en el hombro de Demetrio – No tuvimos más remedio, si no hubiésemos...
– lo sé – le interrumpió bajando la mirada al suelo y Demetrio cambió de tema drásticamente: – ¿Dónde está el resto?
– Algunos salieron temprano a por subsistencias y otros aún duermen- contestó Timeus en un tono de voz apagado.
– Vayamos desmontando el campamento mientras tanto. No podemos dejar ni una sola huella, probablemente los enemigos nos sigan buscando.
– los hombres están demasiado agotados, no hemos parado a penas desde que salimos de Laften. No podremos continuar así – dijo Miles y los otros tres asintieron.
– Ya sé que todos estamos cansados, pero debemos proseguir. Ya tendremos tiempo de descansar en el bosque, el cual es más seguro.
– Esta bien, recojamos el campamento mientras el resto regresa pero, al menos, danos unos minutos de respiro.
Demetrio no dijo nada sino que se limitó a desmontar las chozas y ocultar o enterrar los palos y ramas con que se habían construido. El cuerpo le pesaba y tenía las fuerzas mermadas, lo que no le impidió continuar su tarea. <<Estoy muy mayor para tales aventuras y eso que he participado en miles de escaramuzas y guerras>> pensó.
Tras unas horas, los dos hombres que estaban descansando ayudaron con la próxima partida y más tarde llegaron cuatro más: El panadero, el padre y el hermano de Arion, y Lander, el cuñado de Cassandra y marido de Hésper. Lander llevaba consigo un saco empapado, el cual abultaba considerable
– Ya tenemos almuerzo y cena para hoy – dijo mostrando el saco repleto de peces y añadió: – había un riachuelo cerca, si tenéis sed deberíais... – no hizo falta que terminara la frase, sino que Arion le preguntó con un deje de voz: ¿dónde?, mientras se llevaba los dedos a sus agrietados labios.
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La reliquia encantada
FantasiaEn Irëdia, un reino mágico y sombrío, estalla una cruenta batalla entre humanos y demonios. El conflicto da lugar al gobierno del tirano rey Baltor, cuyas ansias de poder y control amenazan con resquebrajar los cimientos de las alianzas y la paz de...