Los sentimientos de Dante

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Dante se apartó del grupo para disfrutar de la soledad y se sentó en el césped, mientras contemplaba el horizonte. Desde el cual tan sólo se apreciaba la vegetación del bosque y varias hileras de árboles. No fue su intención, pero empezó a rememorar los acontecimientos pasados desde que se encontró con Ariadna y el resto del grupo en el bosque. Cómo había cambiado su vida desde entonces: de ser un honorable guerrero al servicio de Baltor a ser un buscado criminal o, al menos, eso pensaba él que se convertiría después de que su señor se enterase de que había confraternizado con el enemigo.

No obstante, se sentía en deuda con ellos, pues le habían salvado la vida aquella vez que un enorme lobo blanco les atacó en el bosque; o aquella vez que le defendieron frente a los centauros; habían compartido semanas de viaje y aventuras en el bosque; y por algún extraño motivo que no lograba comprender quería que eso siguiera así ¿acaso había cogido afecto a esas personas? ¿las amaba? Él nunca antes había sentido algo similar ni siquiera por sus padres o sus hermanos. Y no se culpaba por ello, pues ninguno de ellos le había procesado el más mínimo cariño, sino sólo desprecio. Sin embargo, Ariadna, Ciro, Helena y Dafne se preocupaban por él, e incluso lo habían tratado con más cariño que nunca antes nadie lo había hecho.

Sus cavilaciones fueron interrumpidas por un grito a unos cinco metros de distancia. El ambiente estaba infectado por un olor putrefacto. Dante giró la cabeza hacia la dirección en la que escuchó el alarido. Justo a sus espaldas una figura se alzaba sobre el césped, la cual emitió un gruñido familiar.

Su cuerpo se quedó paralizado al ver ese rostro demacrado, esos ojos inyectados en sangre, sus dientes amarillos y sus enormes garras. El demonio emitía sonidos graves desde su garganta como si estuviera preparándose para hablar: –¡Eh, Dante! – dijo – ¿Por qué ibas con estos centauros si se puede saber?

Lo reconoció enseguida, no cabía duda se trataba de Desolación, pero ¿Cómo sabía él que había estado con los centauros? ¿Acaso llevaba tiempo espiándolos? A juzgar por el grito de antes no estaba solo.

Armándose de valor se levantó del suelo y se puso frente al ser: – Estaba intentando descubrir sus planes, pero lo has echado todo a perder.

– Al señor no le gustará que te haya visto rodeado de infieles como si fueses uno más de ellos.

– No pongas en duda mi condición sin siquiera saber. Sé dónde está el espejo ¿Habrías descubierto eso sin mí?

– ¿Cómo es posible eso? Llevamos muchos días buscándolo sin siquiera dar con una pista.

– No soy tan incompetente como tú – Desolación gruñó con fuerza, pero se contuvo en pegar un golpe a Dante.

– Si no fuese porque el señor te protege, ya te habría matado. Supongo que piensa que eres útil, pero a mí no me engañas, no eres más que un infame híbrido.

– ¡Retira eso! No olvides que soy tu comandante, te guste o no yo mando sobre ti y no voy a sentir piedad porque seas mi hermano menor.

De repente, aparecieron dos demonios más: – ¡Eh, Desolación! ¿Dónde estabas? ¡Los hemos capturado ya a todos!

– Dante palideció, temía por el pequeño Ciro – ¿por cierto ese no es el comandante Dante?

– Si soy yo – Contestó él muy firme – Buen trabajo chicos ¿Dónde están?

Dante siguió a los demonios y sus sospechas fueron confirmadas: los centauros estaban completamente atados entre sí, sin embargo, no había ni rastro del pequeño y su mascota ¿Habrían escapado?

Había tres demonios más vigilando a los prisioneros y Desolación dijo en voz alta: – ¡Mi hermano es un traidor, debemos matarle! – los demonios se miraron entre sí confusos y luego miraron a Dante. Él se defendió: – Estaba investigando tal y como ya te he dicho ¿A quién crees que van a creer? Me he ganado la confianza de Baltor, al contrario que tú. Uno de los centauros consiguió soltarse la mordaza y gritó: - ¡Traidores del bosque! ¡Ayuda!

La reliquia encantadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora