I. Pez Bailarina

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Porque estoy perdiendo mi cabeza, 
estoy perdiendo mi mente, 
esta vez estoy perdiendo el control de mí mismo.
Bruno Mars, Lost.


Capítulo I


Un año después

En aquel lugar, el único ruido que se escuchaba era una especie de tamborileo que se generaba por el movimiento —inconsciente— de las piernas de Kim JongIn al chocar entre ellas, como una especie de tic nervioso, producto del estrés que le producía el estar allí.

El joven sentado en la punta de un largo sofá de cuero negro, mantenía una postura levemente encorvada, con sus manos entrelazadas y su mirada fija en el gigantesco acuario, localizado en el fondo del amplio consultorio. Intentaba seguir los movimientos de un pez bailarina, que le recordaba su fascinación por el ballet, y cómo de niño siempre quiso tomar clases de baile, pero finalmente había desistido cuando-.

—He notado que te agrada ver el acuario. —Una voz de tono grave con un timbre dulce, interrumpieron sus pensamientos.

JongIn dirigió su mirada a la persona sentada frente a él, notando la figura del hombre de labios que parecían tomar la silueta de un corazón con apenas una ligera sonrisa y ojos grandes que lo miraban con serenidad y algo de curiosidad; lo que le daba cierta aura de seguridad, invitándolo a exteriorizar toda eso que vivió el año pasado. No aparentaba ser muy alto, además lucía bastante joven; su psiquiatra debía ser una especie de genio.

Cuando creyó que lo había observado por demasiado tiempo, un tanto avergonzado, JongIn desvió su mirada hacia la decoración del consultorio, tenía lo justo necesario —supuso él—: un escritorio de caoba negra, en el que reposaban algunas carpetas, probablemente de los expedientes de sus otros pacientes; hacia el otro lado, una biblioteca con gruesos libros y en una pared, colgados los diplomas enmarcados que lo acreditaban en su profesión, y su especialidad en psicoterapia, razón por la que estaba allí.

"¿Sería que todos los consultorios debían verse así tan impersonales?".

No había notado fotos de su familia, ni objetos que le indicaran algo de esa persona. Las demás paredes se encontraban tan vacías, que el lugar parecía casi muerto, a pesar de lo pulcro de este.

Lo único con vida, era el acuario que se extendía de esquina a esquina con peces de diferentes especies, moviéndose de aquí para allá hasta toparse con una de las paredes. En lo profundo del acuario, crecía un arrecife de colores brillantes y llamativos a la vista; pero lo que le había llamado la atención desde la primera vez que estuvo allí, era un pez bailarina, que se movía como una pluma atrapada en el viento.

—No sé si ya lo sabes. —El psiquiatra al notar que su paciente no se uniría al intento de conversación, insistió un poco más—. Observar diferentes especies de peces proporcionan efectos calmantes y tranquilizadores en el individuo, además ayuda a mejorar el estado de ánimo —añadió, mostrando una sonrisa que hizo que el corazón de sus labios se agrandara.

Tal vez por la impresión de serenidad que le producía su mirada, JongIn finalmente decidió que era momento de exteriorizar algunos de sus pensamientos. Además, parecía que el psiquiatra dejaría de ser amable si seguía negándose ante cualquier intento de conversación.

—Me gusta el pez bailarina —opinó tímidamente, alzando lo suficiente la voz para que el otro hombre le escuchara—, es realmente agradable de ver, se mueve como si diera su vida por cada movimiento que realiza en el agua.

Se sentía un tanto inquieto mientras dejaba que sus pensamientos, por primera vez en ese consultorio, se materializan en palabras. Jongin pudo notar la sorpresa del otro hombre cuando apenas habló, así que continuó:

—Está bailando y no se da cuenta que es prisionero en ese acuario, que su vida se limita a esas cuatro paredes, no sabe que hay mares, océanos... Alguien lo mantiene en cautiverio, pero sigue bailando porque no tiene idea que hay algo más que controla su pequeño e insignificante mundo. —El muchacho finalizó algo exaltado, apenas notando que sus manos se habían cerrado y su respiración se volvía agitada.

Su psiquiatra, quien advirtió las pequeñas señales de enojo que se reflejaban claramente en su paciente, le indicó lo que había dejado entrever en aquella opinión respecto al pez bailarina.

—JongIn, acabas de mencionar las palabras: prisionero, controlar, cautiverio —mencionó calmadamente—. ¿Realmente estabas hablando del pez o estabas reflejando tus propias inseguridades en este?

El más alto no daba crédito a lo que oía, por lo que se limitó a observarlo perplejo con su ceño fruncido.

"¿Acaso insinuaba qué lo que tenía era simplemente inseguridades? ¿Y cómo es que esas palabras se relacionaban con mi situación, si solo estaba hablando del ¡maldito pez!?".

Fueron los pensamientos que le inundaron la cabeza, al punto de sentirse colérico por las declaraciones tan absurdas del otro hombre.

Precisamente por ese tipo de opiniones es que había aprendido a guardar sus cosas y no exteriorizarlas. Siempre malinterpretaban sus palabras, al punto de retorcerlas y hacerlo ver como un maldito demente.

Decidió que en los restantes diez minutos que faltaba para dar por finalizada la sesión de ese día, se limitaría a ignorarlo, mientras mantenía sus brazos cruzados, mirando al pez bailarina.

Desde luego, en el consultorio el ambiente era tenso e incómodo. Con un sonoro suspiro por parte del más bajo, se limitó a hacer unas pequeñas observaciones en el expediente de su paciente. Parecía que JongIn por fin se abriría para él; ¡estuvo tan cerca!

Como en la sesión pasada, en esta tampoco había ocurrido un avance significativo. Y la paciencia del psiquiatra se estaba resquebrajando, no quería perder los estribos, pero esta situación ya le estaba cansando.

Cuando el pequeño timbre sonó en el consultorio, indicando la finalización de la consulta, JongIn se paró rápidamente y se dirigió hacia la salida, sin siquiera despedirse del profesional.

—JongIn, espera.

El doctor intentó que se detuviera, era importante recordarle que lo esperaba la próxima semana en una nueva sesión. Era necesario que acudiera a sus sesiones.

Ya con la mano en el pomo de la puerta y a punto de salir, un joven visiblemente alterado, dio media vuelta para confrontar al doctor, quien estaba a una corta distancia con un semblante preocupado en su rostro.

—¡Para usted soy el señor Kim! No me llame por mi nombre de pila y mucho menos me tutee. Usted no es mi amigo y ciertamente yo debo ser mayor que usted —indicó secamente, dejando entrever su enojo.

El otro hombre lo observaba con el rostro sonrojado, JongIn no sabía si era de la rabia o de la vergüenza. No esperó que le contestara y simplemente se marchó, azotando la puerta.

JongIn nunca notó la sonrisa que se asomaba en los labios de su psiquiatra.

Depredador || Kim JongInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora