Ciudadela - Caverna

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  El sol se elevaba por el horizonte, oculto tras la espesura y la densa neblina. La Ciudadela sigue erguida ante la gran tormenta de anoche. 

  Cuál pozo, la zona céntrica aún acumula 50 centímetros de agua, pues los canales de desagüe fueron tapados con mercancía de mercaderes y basura de la clase baja, que al apuro, huyeron de aquellas rocas de hielo que cayeron desde el día de antes de ayer y sin cesar, hasta las pasadas media noche de ayer.

  Las personas creyentes tienden a madrugar para dar ofrenda a sus dioses. Por lo que fueron de los primeros en iniciar su búsqueda de objetos perdidos en el agua que todo lo está rodeando. Siempre con la intención de apropiarse de todo lo que de valor encuentren, así como también estaban en lucha contra los desamparados que aún seguían vivos luego de la instantánea gripe sufrida y las inmensas pestes traídas y esparcidas por el agua, por toda la Ciudadela.


  Acompañaba la escena un lugar débilmente iluminado, con vida silvestre pequeña, imperceptibles ante la densa oscuridad del inmenso y milenario lugar. La vida era escasa en color, plantas que parecen rocas, brillantes rocas que parecen insectos e insectos que parecen hongos. La vida allí abunda, a la vez que son escasas las plantas y bichos que se dejan admirar más de la cuenta por las pocas razas que frecuentan llegar allí, con mucho esfuerzo. La empinada bajada a los adentros de estos lares, hace imposible entrar de otra forma que no sea a pie. Agua dulce rodea y choca contra rocas en caminos por entre las paredes, que suben hasta perderse la vista, así como acompaña a las mismas paredes por su extenso camino hasta la otra salida.

  Este inmenso lugar oculto para muchos y conocido por todo aquel que necesitase desaparecer de la paz de las tierras por un tiempo, se extendía por todo el basto reino. Teniendo una cantidad exagerada de túneles que derivan a armarios, a cocinas, baños y salas de estar, de la corte y alta realeza, en lo alto del castillo y sus torres. Cuenta con una entrada y una salida separados por seis días de distancia.


  Dentro de aquel enorme lugar, resonaba rebotando en las paredes de la gran fortaleza oculta por debajo de la ciudad, a varios metros bajo tierra, un fuerte eco de débiles gemidos acompañados de gruñidos brutos y el inconfundible sonido de latigazos. Se podían divisar las sombras de un hombre golpeando alguien encapuchado y se reflejaban hasta casi la entrada de la caverna, por la antorcha que llevaba el hombre.

  Un cuarto les estaba esperando adentrándose un poco más, con antorchas y herramientas de tortura, cama de hierro; ganchos cual garfios; cadenas y candados; sogas y poleas; cuchillas; baldes con agua; una forja con un hierro ardiendo al rojo vivo; bozales; mecanismos de desmembración y un largo etcétera.

  La joven pendía colgada de una mesa, mojada con sudor y sangre, de los azotes sufridos en el transcurso del día, gracias a su necedad y terquedad. Desgastó sus dientes de tanta fuerza con la que mordía soportando el dolor orgullosa y haciéndolo parecer fácil, acompañando todo con una sutil sonrisa. Había pasado toda la mañana y tarde, aguantando latigazos por parte de ese monstruo. De todas formas aquel gigante hombre sin estado de forma se cansará pronto.

- ¡Malnacida! Aquí deberían estar todos los de tu calaña para recibir más de esto. - Pasa a sujetar el látigo de muchas cerdas con ambas manos, mientras escupía y azotaba con más furia. 

No sé porque aguantas tanto de esto sin inmutarte, pero no creo que aguantes mucho más princesa.—  Sonriendo de oreja a oreja.

 Todo ese valor y orgullo tuyo se te irá bien a la mierrrda. - Gritó carraspeando, acercándose y sujetándola de los cachetes embarrados con polvo y sudor, dándole una lamida por toda la cara manteniendo una perversa sonrisa mientras veía el disgusto de ésta.

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