Capítulo 4: Eres repugnante

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Desperté con Cadillac laminendome los pies. "Cadillac sál" exclamé corriendolo y fregando mis pies con las sábanas. Eché un vistazo al reloj de la mesita de luz: eran las 6:58. Bajé las escaleras aprisa y casi me resbalo con los muñecos de mi hermano. Él estaba descansando en el sofá abrazado a Max Steel. Es tierno... Cuando no hace berriches o intenta pintarme con sus fibras mientras duermo. 

- ¿Qué haces papá?- pregunté. Él se encontraba en la cocina.

- Nada, _____. Sólo leo algo.

- ¿Y qué lees?

- Oh nada, es el periódico. "Demasiado aburrido para una adolescente"- dijo burlón, imitando mi voz como alguna vez lo había dicho yo. Reímos.

- Está bien. Estoy aburrida- me quejé dejándome caer en una de las sillas de la gran mesa de madera. 

- Puedes ir a dar una vuelta por el barrio, si quieres.

- Buena idea, papá.

Tomé las llaves y mi celular y abrí la puerta intentándo hacer poco ruido por Lucas. Salí y crucé el patio delantero. Volteé mi cabeza y ví que ese niño de ojos extraños me estaba mirando. Era aterrador. No que me estubiese mirando, sino que me estubiese mirando con esos ojos tan extraños que me provocaban querer salir corriendo. Estaba hablando por teléfono sonriendo. Giré mi cabeza intentando demostrar indiferencia y seguí caminando hacia el lado contrario. Caminé hasta llegar a la esquina y allí doble a la izquierda. Miraba para abajo, atenta al el aparecer y desaparecer de mis pies debajo de mis pechos. Soy alta. Ni muy delgada ni muy gorda. Creo que estoy bien. No soy una Barbie, pero lo bueno es que no espero serlo. Aparté mi vista del suelo y continué caminando un poco más. Había una tienda de "cachibaches" una cuadra más atrás y luego de siete manzanas más en linea recta nacía una avenida en donde, desde donde yo me encontraba, se podían alcanzar a ver unas lineas borroneadas de colores. Autos. Regresé por donde había venido y me encontré de nuevo frente a casa. Me encontré de nuevo con ese extraño muchacho. Había salido con su Pennyboard sabe nadie para qué. Lo vi alejarse y doblar en la esquina de su lado de la manzana. Yo seguí mi camino hacia la puerta de entrada. Abrí con la llave correspondiente a la cerradura y procuré subir las escaleras sin hacer tanto ruido habiéndole hecho señas a papá previamente para visarle que llegué. Abrí la puerta de mi habitación y saqué mi pijama de unicornios. Me quedaba un poco apretado, pero daba igual, en fin es un pijama. Metí mi cabeza por el pequeño agujero y luego pasé los brazos. Me quedaba por encima del ombligo y las mangas eran demasiado cortas como para cubrirme más de medio brazo, pero era suficiente. Me puse el pantalón rosado de nubecitas azules que al ser elásticos aún me entraban. Me calcé unas pantuflas blancas y bajé las escaleras. Eran las 8:7 pero la mayoría de las casas estaban apagadas. Papá estaba cocinando.

- No tengo hambre, papá.- dije sacando un plato de la mesa. 

- Está bien, no comas. Dile a tu hermano que se levante del sofá y que venga a sentarse. 

- Bueno.- salí de la cocina y me paré frente al sofá.

- Lucas...- susurré acercándome a su oído.- ¡Lucas!

- ¡¿Qué pasa, tonta?! ¡¿Por qué me despiertas?! ¡Estaba soñando con que Max vencía a Elementor! 

- Papá dice que es hora de comer- respondí tranquila sin acceder a sus quejas-. Vé a lavarte las manos y siéntate en la mesa.

- Te odio- respondió con la cara roja y el ceño fruncido.

- Nadie te pregunto.

Subí las escaleras y me recosté en la cama una vez más, y una vez más me encontré con el chico de la tarde. No me estaba mirando pero... ¿Se estaba sacando la remera? ¿Y no cierra la ventana? ¿ O eso es cosa de mujeres? Debo admitirlo, no tenía para nada mal físico. Me acerqué al valcón... ¡Un segundo! ¡¿Qué estoy haciendo?! ¡Va a pensar cualquier cosa! Era tarde, para cuando lo pensé ya estaba allí.

- ¡Hey, tú, morocho! ¿Acaso es necesario que te cambies con tanta... Libertad?- él me miró desconcertado por un momento, pero respondió luego de dos segundos:

- Oh, lo lamento. ¿Te molesta?

- N...No es que me moleste pero creo que es un poco...- no me dejó terminar. Ni siquiera yo sabía por qué estaba ahí. Él estaba en todo su derecho de cambiarse pero... Pero simplemente me parecía repugnante.

- Es una lástima que no me importe lo que creas- y se bajó los pantalones. ¡No puedo creerlo! ¡Se los bajo! ¡Y en frente mío!-. Además... No me digas que no te gusta.

- Eres repugnante...- murmuré. Mis ojos no podían desatascarse de sus piernas desnudas. Mi mirada subió y bajó por su torso y...- ¡Repugnante!

Corrí la ventana del valcón y cerré las cortinas. Le chasqueé los dedos a Cadillac para que viniera y me recosté con él a dormir. Ese niño es asqueroso.

La niña de sus ojos- Hayes GrierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora