Capítulo 11: La fiesta.

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Al fin viernes. Hoy es la fiesta de la que me habló Nash la semana pasada. Papá quiere que causemos buena impresión a los vecinos esta noche, aunque sinceramente no me importa e interesa lo que piensen pero supongo que no tengo demasiadas alternativas, en realidad ninguna. Realmente no son los vecinos los que me sacan el gusto de ir si no Jeis. Ese idiota me irritó toda la semana. Me tiraba del pelo cuando almorzaba en la cafetería y se comportaba estresantemente mugroso cuando eructaba cerca mío o escupía en el cesped del campus, y luego de hacerlo levantaba la vista hacia mí con expresión burlona y a la vez "ganadora", pero para su mala suerte no jueog su juego y no le voy a seguir la diversión. Admito que ayer estuve casi por cruzarme de valcón y romperle la cara, pero no voy a salirme de mis cabales, no lo haré, voy a seguir adelante como si él no existiera hasta que se canse de molestar a alguien para quien no existe. No me voy a doblegar ante su talento de irritabilidad. No voy a dejar que se note mi estrés. Me mantendré fría e indiferente y me olvidaré de que comparto mi oxígeno con ese imbécil. 

Tomé una corta ducha y luego me vestí. Me puse un vestido blanco de flores en variados tonos de rosa y unas sandalias color crema, casual pero justo para la ocasión. Pinté mis labios con rouge rosado, delineé el contorno de mis párpados superiores y esperé a que papá esté listo con Lucas en el living.

- ¿Ya están listos?- preguntó papá bajando por la escalera a pasos apurados.

- Si papá, hace quince minutos lo estamos- le respondí.

Cruzamos el jardín y tocamos timbre. Dos "ding dong"s seguidos se escucharon dentro y luego de unos segundos una mujer morocha y de mediana estatura nos atendió sonriente. "Pasen" nos invitó y la seguimos hasta el jardín trasero pasando por un ahora más organizado living que la última vez que la ví. En el patio había mucha gente bebiendo y comiendo cosas de las mesas que allí habían acomodado. El sol se recostaba entre los árboles y la luna se divisaba cada vez más entre las rosas y anaranjadas franjas de las nubes. Me senté en una de las sillas y saqué mi celular.

- ¿Aburrida?- preguntó Nash acercándose a mí.

- ¿Se nota mucho?- dije guardando el aparato en mi pequeña cartera.

- Oh, no. Claro que no, _____.- noté su sarcásmo y reímos al unísono. Se sentó junto a mí y comenzamos a hablar hasta que apareció Jeis, y debo admitirlo estaba muy bien...Vestido. Sí, eso. Lo ignoramos hasta que se acercó a nosotros y debimos resginarnos.

- Hola chicos ¿Cómo están?- preguntó él.

- Bien, Jeis.

Yo por mi parte lo mire con una débil sonrisa en la comisura de mis labios y me volteé otra vez hacia Nash. Hayes tomó una silla y se sentó a nuestro lado, aunque no consiguió robarme más respuestas que algunas pobres afirmaciones a sus preguntas. No iba a responderle, no le iba a dar tal impunidad de tratarme como una idiota en la semana y frente a toda la gente comportarse como un santo. No lo iba a conseguir. 

- ¿Quieres beber algo, _____?- me dijo Jeis. 

- Umm, sí, claro.- respondí. 

Me trajo un vaso con gaseosa. Ésto es tan extraño. Ese chico debía tener algún caso mental o alguna hormona aún no descubierta por la ciencia. Es imposible que una persona actúe como un patán cinco días y sea un adolescente totalmente diferente los otros dos. Conversabamos y de a ratos los vecinos que llegaban pasaban a saludarlo y terminaban saludándome a mí también. En serio no podía creerlo: Jeis Grair, mi irritable vecino, me sirvió de beber como un digno...Como un digno vecino normal y amable. Cuando le cuente ésto a Alex no me lo va a creer.

Pasamos la tarde conversando y Nash y Jeis me presentaron a algunos amigos suyos del barrio: un chico morocho con cara de osito, Aaron, una pelirroja divertida y con cuerpo de muñeca, Mahogany, un rubio alto y gracioso, Matthew, un castaño alto con boca estirada y amable y un ojo mocho, Shawn- como me corrigieron cuando escribí su nombre en mi teléfono como "Yon"- y un asiático que vestía una larga remera suelta, una gorra negra, y jeans que poco más y le llegarían debajo del trasero. Conocí a la Srta. Magnolia, la vecina de la esquina de 79 años y 10 gatos, al Sr. Brecker y a la Sra. Brecker, los vecinos del otro lado de casa millonarios pero sin amor en su relación, y a Susanita, una puertorriqueña dueña de un motel de pechos voluminosos y tez morocha que vivía en la otra esquina. Esas eran las personas con las que interactué un poco, pero entre todos sumabamos dos viejas gemelas que sólo asistieron por la comida, algunos hombres de camisa blanca y pantalones formales con esposas con la misma fineza, niños sonrientes que corrían de aquí para allá con los aperitivos en las manos y mujeres regordetas que cuchicheaban acerca de las jovencitas exageradamente sociables de la ciudad. Fuimos unos de los últimos en irnos. Fue una noche muy divertida y pude conocer rasgos de Jeis que jamás habría imaginado que poseía.

La niña de sus ojos- Hayes GrierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora