La lucha que cruzó dimensiones (Darker030)

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Un hombre adulto meditaba justo en el centro de una especie de pentagrama con inscripciones ilegibles esparcidas sobre los trazos de tiza roja que lo formaban

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Un hombre adulto meditaba justo en el centro de una especie de pentagrama con inscripciones ilegibles esparcidas sobre los trazos de tiza roja que lo formaban.

Tres objetos reposaba uno al lado del otro, iluminados por un escalofriante brillo: un cuenco rebosante de un líquido oscuro, un hueso negro en su totalidad y por último, pero no menos importante, un libro antiguo con indescifrables letras de oro.

Cinco cuerpos permanecían tirados en el suelo, todos ellos con la garganta cortada, pero a pesar de eso, ni una gota de sangre se asomaba. Parecían momificados, aun cuando murieron recientemente.

Un par de ojos sagaces de un intenso tono carmesí se abrieron repentinamente. Él observaba complacido al diminuto aro de luz azul que a cada momento aumentaba de tamaño.

Una malévola sonrisa surgió al instante. Todo estaba yendo de acuerdo con el plan.

En un extenso terreno abandonado, alejado de toda ciudad y desprovisto de todo ser viviente, pequeñas chispas azules iban tomando la forma de una línea recta, la cual se expandió hasta volverse un perfecto círculo rodeado de pura energía. Era un portal interdimensional, éste sacudía con fuerza los alrededores mientras la frágil tela del espacio-tiempo se rasgaba por un par de segundos, lapso suficiente para dejar pasar algo.

Ese algo apenas logró traspasar la barrera con éxito, quedó inmóvil. La radiante luz del sol era demasiado para sus ojos, fue cegado por un momento.

Al contrario de su hábitat natural en que la oscuridad y desolación reinaban, el planeta tenía una especie de gigantesca estrella en llamas. Él no le presto demasiada atención a las historias sobre esa dimensión.

Nada podría detener su ferviente deseo de poner a la tan famosa Tierra a sus pies, ni siquiera esa pequeña molestia.

La ciudad irradiaba vitalidad. Los altísimos edificios hacían difícil el hecho de contemplar las hermosas constelaciones que dejaban con la boca abierta a más de uno.

Jerome caminaba de un lado a otro repartiendo volantes, era su nueva ocupación. Había sido despedido innumerables veces, incluso llegó a renunciar otras tantas, sentía que no encajaba. Quería salir adelante con un trabajo que le apasionara, no quedarse detrás de un escritorio hasta jubilarse.

—¡Lyther, vuelve al trabajo! —gritó el dueño del establecimiento lanzándole una arrogante mirada.

—¡Estoy en eso! —gruñó, odiaba que lo llamaran por el apellido.

Las personas transitaban continuamente la calle, y apenas unos pocos se dignaron a darle su escasa atención cuando les ofrecía la hoja impresa.

Las horas pasaban lentamente. El cielo se tiño de naranja y varios tonos de amarillo, poco después el sol se ocultó completamente dejando paso a la tenebrosa noche. Jerome montaba su skate, deslizándose sobre la tabla con facilidad por las vacías calles de su ciudad natal. El aire frío contra su piel le provocaba espasmos, sus dientes castañeaban, sentía hormigueos y entumecimiento en ciertas partes del cuerpo, en especial los dedos de las manos al no llevar guantes.

Antología Villanos del Más AlláDonde viven las historias. Descúbrelo ahora