No me des regalos

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—¡No soy una puta, tía! —exclamo dando un puñetazo sobre la mesa. La Fanta de mi vaso sale disparada y pringa el bolso de cuero negro de mi amiga Andrea.

—¡Tía! ¿Qué coño te pasa? —se mosquea ella. El dueño del Kebab nos lanza una mirada enfadada y después vuelve a enredar con el cuchillo sobre el taco de carne, que da vueltas y vueltas chisporroteando y sudando grasa, como si no hubiera pasado nada.

—¿Qué te ha pasado? ¿Ese tío con que sales te trata mal? —se interesa Inés.

—Sí, no, no sé.

—¿Sí o no?

—Me ha regalado un chihuahua.

—¡Hala! Si tú siempre quisiste tener un perrito —salta Andrea. Parece haberse olvidada por completo de lo de su bolso—. ¡Cómo te conoce! ¿eh? ¡Capullina! —añade guiñándome un ojo.

—¡Qué no! Ahora es el chihuahua, ayer un peluche, el otro día rosas. Uy, y me olvidé del champán ese tan caro que me compró la semana pasada. Moët Chandon o algo así. Solo le falta abrirme la puta puerta cuando bajo de su coche.

—Joe, qué bien te trata. ¿No?

—¡Qué dices! Es un idiota. Le he intentado insinuar miles de veces que no quiero que me regale cosas, cuando yo no puedo permitirme hacerle regalos yo. Que tengo que pagarme la Uni y tal. El otro día se lo dije. Que me sabía mal no poder regalarle nada. Y va el tío y me dice que no hacía falta, que yo ya le regalaba mi cariño y que eso era lo único que quería. Mi cariño, ya... —Ruedo con los ojos y me termino lo poco que me ha quedado de mi bebida.

—Bueno, no sé, ojalá mi novio tuviera algún detalle así de vez en cuando —murmura Andrea.

—Oye —salta Inés—. Eso me recuerda a un novio que tuve. —Toma un sorbo de su zumo de naranja hasta que ambas la miramos expectantes—. Fue hace un par de años, en primero de carrera. Parecía un tío majo y sensible, pero cuando corté con él me di cuenta de lo idiota que era en realidad. Me dijo que le debía cientoveintisiete euros con quince céntimos.

—¿Cómo? —preguntamos Andrea y yo al unísono.

—¡Qué sí! Que se había apuntado todo lo que se gastó en mí durante nuestra relación y todo lo que me gasté yo en él y lo había apuntado en un Excel.

—¡No jodas! —Ahora hasta Andrea alza las cejas. Nos miramos, Andrea hace un ruido raro, como si le faltara el aliento, y escupe las burbujas de aire que se habían quedado aprisionadas en su garganta dentro de su Coca Cola. Estallamos en carcajadas.

—Sí, y hasta apuntaba tonterías, como prestarme quince céntimos porque no me llegaba para el billete del autobús y cosas así. —añade Inés cuando logramos calmarnos.

—¿Qué? —No sé por qué no me sorprendo. Andrea, en cambio, parece indignada.

—¿Pero por qué hacía eso?

—¿Veis? —la interrumpo—. Estoy segura de que Alberto me saldrá con alguna payasada así el día que tengamos algún problema. Si la verdad es que estaría genial con él si me escuchara y no me regalara nada. Pero no, no para. Y parece que tenga que alegrarme por obligación o algo así. ¿Por qué lo hace? ¿Acaso no me escucha?

—Pues no es por nada —dice Inés—. Pero parece que es de ese tipo de tíos, por lo que cuentas, de esos que te llenan de cosas que no has pedido y luego te lo echan en cara y te vienen a intentar hacerte sentir culpable.

—Pues sí.

—¿No creéis que estáis exagerando un poco? —pregunta Andrea—. A ver, digo yo que es normal que el tío con que sales te regale cosas. Es romántico.

—¿Por qué debería ser normal? —pregunto.

—No sé, siempre se ha hecho.

—Antes también se creían que, si eras mujer, tenías que quedarte en casita, cuidar de los hijos y prepararle la cena a tu maridito. Pa que al volver de su dura jornada de trabajo pudiera echarse sobre el sofá sin más y esas mierdas.

—Ya, bueno, pero no jodas, no es lo mismo.

—No sé yo, así se empieza. Yo me mantengo sola. ¿Tan difícil es de entender?

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⏰ Última actualización: Jan 11, 2019 ⏰

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