Dio las puntadas finales a la brecha que estaba cosiendo, tiró del hilo con fuerza, asegurándose de que quedaba tenso y firme sobre la piel, y cortó el cordel apurando el espacio con la herida. Levantó el corazón con ambas manos y, después de ajustarse las gafas contra la nariz con el dedo índice, examinó los puntos de sutura uno por uno hasta que se mostró satisfecho con el resultado. Solo entonces lo introdujo en una caja de cartón, la llenó de papel de burbujas e introdujo dentro una nota:
''Te deseo tengas mejor puntería la próxima vez. Era profundo el corte y temo la cicatriz no desaparezca. A pesar de esto, no pierdas la esperanza: he dejado a tu corazón en perfecto estado, y le he curado algunos rasguños que conservabas aún de la adolescencia. A enamorarse.
P.d: tu amiga Laura te mira con buenos ojos.
Selló la caja con cinta aislante y la colocó en un rincón cerca de la puerta. La habitación era pequeña, con tres ventanucos. En el centro de la estancia había un escritorio cubierto de papeles y fichas, junto a una mesa de trabajo donde reposaban varias herramientas: destornilladores, martillos y brocas y algunos ovillos de lana. Varios frascos de cristal opaco marcados con etiquetas de colores colgaban del techo y en una esquina un cubo recogía las gotas de agua que se filtraban del techo por una gotera. El sonido constante del agua que caía se acompasaba con la aguja de un reloj de pared colgado en la cara norte.
El anciano volvió a su lugar de trabajo y se sentó en un taburete sin respaldo que había entre las dos mesas. Se acarició la barbilla mientras contemplaba un cubo que había frente a él en cuyo fondo se amontonaban algunos corazones. Cogió uno, leyó su historial en un folio del escritorio y lo aprisionó con unas tenazas contra la mesa, lo que facilitaba su manipulación. Repitió la operación con el corazón que quedaba, pero al leer su ficha echó la cabeza para atrás en señal de preocupación.
—Otro corazón de piedra... ''frío cómo el hielo'', según el diagnóstico —suspiró—. Es el noveno de hoy —lo palpó con la palma de las manos, y las retiró rápidamente—. Efectivamente, pareces una bola de nieve.
Con parsimonia, se levantó y buscó por encima del cristal de las gafas el bote que más le convenía.
—Aquí estás —exclamó mientras sacaba de este una pasta roja que desprendía humo—. ¡Quema! ¡quema!
Envadurnó con vehemencia el corazón hasta que quedó completamente cubierto, y al poco se endureció y comenzó a echar más vapor que antes. Sujetándolo con guantes para no quemarse, lo dejó con cuidado en los estantes de un armario empotrado, sobre una compleja estructura de hierro.
Volvió frente al cubo de metal: quedaba un corazón negruzco, lleno de rasguños y coloreado de un tono carmesí, restos de sangre seca. Se le dibujó una sonrisa al anciano.
—Como en los viejos tiempos, un corazón que ha amado con todas sus ganas. Verás lo bien que te dejo, y la ilusión con la que vas a volver a enamorar... —golpearon la puerta con fuerza, y acto seguido entró un hombre en la habitación.
—Alberto, ¿qué haces por aquí? Ya hiciste el reparto el lunes.
—Hola viejo —levantó la mano derecha en señal de saludo—, tienes razón, pero se ha exigido una devolución.
El anciano se sorprendió.
—Tiene el corazón helado, no creo que quiera vivir sin sentimientos el resto de su vida. Entiendo que a veces pueden parecer un estorbo, y muchas veces nos hacen daño, pero sin ellos no podríamos ser felices, no seríamos...
—Nada de corazones de hielo. Busco el número... —sacó un papelito del bolsillo— Aquí: el número 675910 de la serie 67. Creo que se encuentra muy deteriorado, pero no tiene nada que ver con corazones fríos.
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Como la vida misma: una biografía del mundo.
Short StoryYo soñé, y en mis sueños había paisajes y voces que jamás llegué a conocer. Paisajes arcaicos y persuasivos secretos ansiosos por ser descubiertos. Al punto comprendí la naturaleza de mi misión: debía sacar a la luz esas historias escondidas en el s...