Olvidos

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Rascó el fondo de la lata de café y vertió los últimos granos sobre la cafetera.

—¿Qué tal has dormido, mamá?

—Ni bien ni mal. No lo recuerdo —respondió la anciana sin ningún tipo de emoción en sus palabras, desprovistas de su antaño timbre colorido. 

El sol naciente se veía recortado en la lejanía a través de la amplia cristalera, y sus emergentes rayos de luz penetraban en la habitación y teñían la pared de un color rojizo. El cielo estaba raso: había sido una noche fría; la luna, en lo más alto del cielo, había decidido quedarse un rato para observar la puesta en marcha de la cuidad con el despunte de los primeros rayos de sol.

Desde las alturas de aquel quinto piso, Sofía podía ver como las hormiguitas iban saliendo de sus madrigueras y se agrupaban todas juntas en torno a las paradas de transporte público. Siempre había alguna oveja negra que, desafiando al sistema, tenía el valor de circular con una bicicleta entre las grandes amenazas metálicas que resultaban los coches.

—Hoy tampoco lloverá —comentó la mujer apoyada sobre la encimera—. Si esto sigue así, las cosechas se echarán a perder. Al final va a ser verdad eso que comentan del cambio climático. ¿Tú que opinas, mamá?

—Me encanta el olor del café recién hecho.

La joven miró a su madre, con ojos más compasivos que tristes. Se acercó a ella, se agachó junto a su silla y le besó la frente.

—Siempre has idolatrado el café —dijo aún reclinada junto a ella—. Recuerdo perfectamente esa frase que convertiste en tu lema de vida y que no había día que no repitieses: "El café es la biografía del mundo, la esencia de la vida en sí misma". Lo repetías cada vez que tenías la más mínima oportunidad —estrechó las manos de su madre entre las suyas propias con ternura—. Recuerdo cuando Enrique me dejó. ¿Te acuerdas de él?

La anciana, hipnotizada por la luna, miraba por la ventana haciendo caso omiso de su interlocutora.

—Pues bien, recuerdo perfectamente que cuando te describí como de destrozada y nostálgica me sentía, tu única respuesta fue: "no sabía que hablábamos de café. Pero debo admitir que has descrito a la perfección su sabor". Estuve sin hablarte una semana —se le dibujó una sonrisa en el rostro mientras recordaba los tiempos pasados—. Solo el Jefe sabe como de incomprendida y miserable me sentí aquellos días.

El café comenzó a hervir, y el silbido del aire a presión devolvió a la realidad a Sofia, quien se había quedado ensimismada navegando por el mar de sus recuerdos.

—No sé si llevabas razón con tu filosofía cafetera, pero lo cierto es que no podría vivir sin una buena taza de café por las mañanas. Pero recuerda —enunció en voz alta mientras servía el café de espaldas a la mesa—, "nada de sacrilegios.." —Sofía dio media vuelta y miró a su madre expectante, anhelando que aquella mañana tuviese un momento de lucidez y completase la frase, "su frase".

Quedó medio minuto inmóvil frente a ella, tiempo tras el cual suspiró resignada ante el silencio de su progenitora. Habituada a esa situación, dominó la tristeza que trataba de hacer mella en su ánimo con soltura y sonrió. "El café con azúcar es una profanación" completó con tono melódico, como si fuese el estribillo de una canción, mientras le echaba un chorreón de leche a las tazas. Ese era el primero y más esencial de los mandamientos de la religión de su madre, quien, unos años antes, se regocijaba enunciándolo en tono aleccionador cada vez que alguien pecaba contra su "dios".

Sofía se sentó en la mesa frente a su modesto desayuno. Cansada de monologar, encendió la televisión en un intento por opacar el silencio que se había instalado en la habitación. La anciana soplaba con paciencia el líquido oscuro que tenía ante ella, y de vez en cuando le daba un sorbo meditado. <<¡Qué rico te sale siempre!>> exclamaba cada vez que lo probaba, y añadía un <<ummm>> final tan sentido que había duda de la sinceridad de sus palabras.

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⏰ Última actualización: May 02, 2020 ⏰

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