***1—Adiós.
***2
—Adiós.
***3
—Adiós.
***1
Tenía el uniforme de gala impoluto. Un gorro con aspecto de boina estaba anclado a su barbilla por una correa de cuero, y le daba un semblante serio pero atractivo; la chaqueta verde caía sobre sus hombros con primoroso cuidado; su pecho, hinchado y firme, se encontraba adornado por varias medallas, testigos mudos de su valía militar; el pantalón, atravesado por una perfecta raya, se desplomaba desde su cintura hasta sus zapatos y estos, negros como el tizón, se encontraban inmóviles sobre la acera.
—Cariño, me tengo que ir.
Tras de sí, a unos diez metros de distancia, en la calzada, esperaba expectante un coche militar con la puerta del copiloto abierta y guardada por un joven en posición de firme.
—Lo sé. No hagamos esto más difícil de lo que ya es, Juan —le respondió una mujer desde la puerta de la casa, frente a él.
Un largo silencio se apoderó del aire.
***2
—Me tengo que ir —dije observando al taxi parado en la puerta de la residencia.
—Eso parece —murmuró la chica frente a mí.
Nos miramos. Ninguno de los dos quería comenzar ese abrazo que, en definitiva, significaba "Adiós para siempre".
Los dos éramos jóvenes, vestidos de casual, y allí, en el hall de entrada, parecíamos dos estatuas que habían caído presa de los encantamientos de medusa. Cargábamos a nuestras espaldas dos semanas de aventuras, charlas interminables y paseos por el borde Del Río amparados en la brisa nocturna del verano. No era fácil olvidar nuestras risas, nuestras conversaciones íntimas en aquel "sitio secreto" que solo nosotros conocíamos, y aquellos juegos de manos que acababan en cosquillas.
En tan poco tiempo habíamos forjado algo parecido a la amistad. Porque es cierto eso que dicen de que las almas se juntan por colores, y las miradas, por intensidad. Ella me lo demostró.
Nuestras miradas estaban encendidas, radiantes, y no queríamos dar el paso. El taxista esperaba en la puerta: no quería molestar.
***3
"Último aviso para los pasajeros del autobús aparcado en el andén 3 destino París, acudan inmediatamente".
—Hijo mío, recuerda tomarte a hora tus pastillas; y tienes que comer bien, que estás en los huesos; y no vayas a salir mucho de fiesta, busca el punto medio, hay tiempo para todo; y siempre muy educado, demuestra que eres mi hijo; y no vayas a pillar frío, abrígate bien; y cuidado con tus cosas, que tienes la cabeza en las nubes; y ya sabes que.... —el joven, de unos veinte años, escuchaba paciente todos los avisos de su madre. La iba a echar de menos, pero tenía que continuar por su camino, y ella era consciente: no le iba a cortar las alas.
—Mamá, me tengo que ir.
Su madre interrumpió su monólogo, alzó la cabeza y miró a su niño a los ojos.
—Si, no vayas a perder el vuelo.
Le palpó el rostro con sus arrugadas manos, esas que tantas veces le habían arrullado, dado mimos y jugado con él.
—¡Qué delgado te has quedado! Prométeme que comerás bien allí.
—Te lo prometo mamá. Y no empieces a llorar, que dentro de nada estoy aquí... si las navidades están a la vuelta de la esquina.
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Como la vida misma: una biografía del mundo.
NouvellesYo soñé, y en mis sueños había paisajes y voces que jamás llegué a conocer. Paisajes arcaicos y persuasivos secretos ansiosos por ser descubiertos. Al punto comprendí la naturaleza de mi misión: debía sacar a la luz esas historias escondidas en el s...