Blanca música *Parte 2*

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Tras cuatro días de travesía, allí se encontraba, exhausto, camino de su fin, impaciente por encontrarse con su mujer. <<Cumpliré con mi deber, informaré, y luego dejaré que me acribillen a tiros>> era su único objetivo <<No me puedo detener, ella me está esperando>>.

Llevaba una foto suya en el bolsillo de la camisa. Era un retrato antiguo y carcomido por los bordes, y notaba como le calentaba el corazón. A cada paso, notaba como ella también sudaba, y le mantenía vivo frente a aquellas temperaturas extremas. Cuando se encontraba extenuado, se apretaba la mano contra el pecho y conversaba con ella hasta que le convencía de que debía cumplir con su misión cuanto antes para llegar al cielo y hacerle compañía. En su alma seguía prendida la llama del amor, y ni todo el hielo del mundo, ni todas las guerras y muertes serían capaces de endurecerle el corazón.

El paisaje era muy monótono, lo que menguaba la moral del soldado, y por ello no dudó en  adentrarse en un pinar más frondoso de lo habitual, aunque ello suponía desviarse un poco del camino. El nivel de nieve descendió considerablemente, aunque las placas de hielo abundaban debido a que la espesura de los arboles no dejaba pasar a los pocos rayos de sol que se filtraban entre las nubes. A pesar de las veces que se resbalaba y caía al suelo, por aquel bosque se desplazaba mucho más rápido que por mitad de la estepa. <<Ha sido una buena elección, Eduard>> se apoyó en un tranco para recuperar el aliento. <<Tengo las manos congeladas, espero encontrar pronto algún refugio donde encender una hogue... ¿y aquello?>> observó a lo lejos una estructura de madera, como un mueble, en mitad de un claro que se abría entre los árboles. Recogió el fusil del suelo y se lo colgó al cuello, para a continuación andar lentamente, con precaución, hacia aquel objeto misterioso. <<Tengo entendido que esta zona fue utilizada como laboratorio de pruebas para desarrollar explosivos y minas... ¿será aquello una bomba?>> arrugaba los ojos intentando escudriñar en la lejanía de que se trataba,  con el fin de ahorrase una sorpresa no grata. <<Puede ser que haya soldados enemigos por aquí, aunque me comunicaron que toda esta zona fue abandonada hace tiempo... Solo hay una manera de saberlo>> se acercaba a tientas, cubriéndose con los árboles. Sin embargo, no pensó por un momento en preparar su fusil. No tenía ganas de luchar por su vida, quería ver a su mujer lo antes posible.  Aquel odio y aquellas ganas de venganza habían quedado extintas, y en su lugar había surgido un sentimiento de nostalgia y tristeza que inundaba su corazón.

Conforme se aproximaba, su sorpresa crecía exponencialmente, y entornaba los ojos incrédulo ante lo que creía ver. Al llegar al claro, se quedó atónito: era un piano. Aquellas tablas de madera conformaban un Yamaha de roble, tintado de oscuro, y cubierto de una fina capa de nieve. Eduard se frotó los ojos con vehemencia y, al ver que aquel objeto no desaparecía, dio un paso para atrás. <<No es posible... ¿Lo es?>> su espalda se topó con el tronco de un pino, evitando que cayese al suelo.

Perplejo, se mantuvo inmóvil, sin cambiar de posición durante algo más de cinco minutos.

<<¿Qué es esto?¿Cómo es posible?>> murmuraba para sí.

Finalmente, se acercó a las tablas temeroso de que se tratase de un sueño, hasta que se encontró a medio metro de ellas y las palpó con sus manos.

Abrió la tapa del piano, acto con el que hizo caer toda la nieve. Las teclas se encontraban intactas, y su blancura competía con la nieve pues, junto a las negras, resaltaban de manera especial.

<<¿Qué significa esto?>> preguntó mirando al cielo.

Suspiró.

<<Este piano... cuantos recuerdos. De repente se me agolpan todas sus canciones en la cabeza>>.

Tocó con timidez la nota Re, tras lo cual se sobresaltó asustado. Se encontraba desafinado, y aquel sonido pertenecía más bien al mundo del ruido que al del arte, pero lo que le impresionó fue el contraste del silencio total de aquel paraje con... ¿la música?

El soldado, allí en pie, fusil colgando y rodeado de una inmensa blancura, tocó una nota, y otra, y otra más. El ruido que estas producían distaba mucho de parecerse a la música. Presionaba teclas aleatorias, pues no sabía tocar aquel instrumento. Fue entornando los ojos conforme avanzaba la serenata, y el sonido se fue convirtiendo en una melodía más suave y seguida. Sus manos comenzaron a moverse con mayor agilidad sobre el teclado, aunque aún torpes e inseguras.

<<Recuerdo cuando tocaste aquella preciosa pieza... 'Para elisa'>> murmuraba con los ojos ya cerrados. Solo pensaba en su mujer, tocando aquellas teclas distraído y sin orden lógico.

Llegó un momento en que aquel conjunto de notas fue distinguiéndose en una melodía distinguible: era una canción de Beethoven. Las manos parecieron perder todos sus callos y, con piel blanca y firme, y de dimensiones más reducidas, propias de una mujer, se desplazaban con velocidad entre acorde y acorde, saltando de teclas blancas a negras con gran precisión. La canción fluía impoluta, sin fallos, sin errores, e inundaba aquel claro del bosque dejando atrás al hasta hace un momento Rey de aquel valle: el silencio.

<<Mari...>> tenía su imagen claramente dibujada en la cabeza.

La cara de Eduard, aún con los ojos cerrados, se fue difuminando, y sus facciones comenzaron a confundirse con las de una mujer de cabello largo: su barba se tornó en una barbilla puntiaguda y de piel suave; su boca se volvió pequeña; y sus ojos, firmes, con un suave tono verdoso. El rostro que apareció estaba en perfecta armonía, y dejaba percibir a una mujer muy bella.

Su robusto cuerpo, maltratado por las frías noches de trinchera, se encogió y dejó a la luz el cuerpo de una dama, delgado, firme, de silueta graciosa y cuya cintura se movía al son de la música. Sus brazos, pequeños y rápidos, se desplazaban por el teclado incansables, creando aquel sublime concierto en mitad de la nada.

Las notas se precedían unas a otras, combinando en perfecta armonía. Las hasta entonces desafinadas notas sonaban ahora como si procediesen del mejor piano de París y, a pesar de encontrarse en un espacio abierto, no se perdía el sonido en la lejanía, sino que permanecía allí, como si del interior de un teatro se tratase.

La melodía avanzó imperturbable hasta que esta llegó a su fin.

<<Re, Do, Si, La....>> la última nota resonó en el tiempo, mantenida durante unos segundos, dándole el final solemne que se merecía aquella canción.

<<'Para Elisa', para ti, querido>> susurró la mujer en voz muy baja.

Eduard quedó de pie junto al piano, respirando entrecortadamente. Su rostro volvía a ser rudo, poblado de una espesa barba. Su cuerpo, cubierto de aquel sucio mono de guerra, volvió a estar presente y sus brazos robustos dejaban a la vista unos pelos negros y gruesos que salían de las manga de su camiseta. Allí estaba el fusil, intacto, ahorcando incansable al cuello del soldado.

Abrió los ojos sobresaltado, y se alejó medio metro del piano, cayendo de culo sobre la nieve.  Miró a su alrededor. Estaba allí, en aquel páramo solitario, sin nadie, sin nada, simplemente en silencio. Frente a él, a unos diez metros de distancia, había un zorro de un rojo granate intenso que lo miraba expectante desde la distancia. Había asistido al concierto.

<<El único testigo de lo que acaba de pasar>> pensó. <<¿Zorro, ha ocurrido verdaderamente esto?>> preguntó con voz quebrada. Su corazón latía a mil por hora.

El zorro permaneció impasible en aquel lugar, olfateando el aire con su pequeña trufa negra.

Eduard se adelantó de nuevo al piano e, indeciso, tocó una nota aleatoria. El zorro echó a correr y despareció ante la nieve. La nota estaba desafinada, y hacía más ruido que música.

Como la vida misma: una biografía del mundo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora