30 de Abril de 1992
Me desperté con un ligero olor a humedad mezclado con putrefacción. Mi vista se iba aclarando a la poca luz que iluminaba aquel lugar. Podía ver una extraña mesilla echa de un tronco al lado de la cama medio rota. Una pequeña lámpara iluminaba el lugar.
Las paredes parecían estar hechas de roca o la misma roca formando un hoyo enorme para formar una habitación. ¿Dónde estaba? Intenté levantarme, pero un profundo dolor en el hombro izquierdo me hizo retroceder. Un gemido de dolor salió de mis labios y mi cuerpo se recostó. Al levantarme la manga izquierda pude ver como mi hombro y parte del pecho estaban cubiertos por una especie de venda. Una pequeña mancha de color rojo se iba agrandando poco a poco. Me asusté. Si no se paraba, me desangraría.
- No deberías haberte movido, ¿sabes? - Pronunció una voz al fondo de aquella extraña habitación. La silueta de un hombre de no más de treinta años se acercó a mí. Pude distinguir una cabellera negra y unos ojos de un extraño negro azabache. Me sonaba demasiado. El hombre se sentó a mi lado y me dio una especie de ampolla para que me la tomara. Le miré desconfiadamente durante un rato. Su mirada no cambiaba ni un ápice. Profunda y decidida. Finalmente cogí aquel bote. Lo abrí con cuidado y dejé que aquel extraño líquido recorriera mi garganta. Estaba amarga, muy amarga. En mi cara se formó una mueca de desagrado y tosí al instante.
- Esto esta asqueroso... ¿qué era eso? - pregunté con aquel sabor todavía recorriéndome la boca.
- Una ampolla de sangre. Te ayudará a coagular. - Pronunció de manera indiferente.
- ¿Existen ese tipo de cosas? - Pregunté desconcertada.
- Sólo para los soldados. Para que no se desangren en combate. - respondió de la misma manera.
Me quedé callada.
La luz, al ser tenue, solo puede distinguir unas pocas facciones de su cara: blanca, nívea, prácticamente intocable, exceptuando una gran cicatriz que le recorría la yugular. Probablemente de algún combate. Seguí con la mirada sus acciones. Al pasarse la mano por el cabello divisé otra cicatriz en la parte interna de la muñeca.
¿Suicidio? Probablemente.
Se revolvió el cabello con insistencia. Parecía intranquilo. Un sonido fuera proveniente del cuarto de al lado le hace voltearse. Frunció el ceño y salió gruñendo. Me quedé estática en el sitio.
Personaje raro, muy raro.
Pero tenía un ligero parecido una persona muy conocida. Me sonaba haberlo visto en algún sitio.
Me acosté de nuevo y miré lo que parece el techo. Una gran mancha de humedad se encuentra ahí. Empecé a imaginar cosas. Al principio no aparecía nada, pero al rato conseguí distinguir un gato gordo asustado. Solté una carcajada. Que imaginación la mía. Otro golpe procedente de fuera del cuarto me asustó. De repente una silueta delgada y de estatura media atraviesa el cuarto con una gran bandeja. Mi cara es de completo asombro.
- ¿Ya estás despierta, preciosa? - Era la voz de un hombre. Una cabellera larga se menea detrás de su cabeza amarrada a una coleta. - Te traje algo de comer, estarás hambrienta. Llevas tres días durmiendo - Escuché su risa. Al posicionar la bandeja encima mío pude ver su gran sonrisa. Bajé la mirada hacia la bandeja.
¡Madre mía! Eso era un banquete.
El olor de un gran cuenco de sopa de picadillo me inundó las fosas nasales. Olía de maravilla. Un gran plato de huevos revueltos con setas y un gran filete de no sé qué, pero que parecía apetitoso. Una especie de crema de calabaza con picatostes y un cuenco lleno de fruta fresca. Se me hacía la boca agua. Escuché otra risa. Tal vez mi cara parecía la de una hiena deseosa de comida. Cerré la boca y giré la cabeza para verle a los ojos. Grises. Una mirada gris y sonriente.
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El Reloj de Plata
Fantasy¿Te has preguntado alguna vez qué harías si pudieras cambiar el pasado? ¿Qué todo a tu alrededor cambiara tan rápido? En el año 1992, un país arrasado tras la guerra hace años, las amenazas de un nuevo confrontamiento ante las puertas del pequeño...