1 de Julio de 1992
Estaba nerviosa.
Más de lo que me podía llegar a imaginar. Me sudaban las manos y el cuerpo no dejaba de temblar con leves espasmos. Estaba sufriendo un ataque de ansiedad.
Respiré hondo y miré hacia mi hermano, el cual parecía estar tranquilo, pero no era así. Conocía lo suficientemente bien a mi gemelo como para saber que él también estaba entrando en pánico.
Su cabeza se giró para verme y yo intenté sonreír, pero en vez de una sonrisa, una extraña mueca surcó mis labios.
Alex soltó un leve suspiro e intentó sonreír, intentando hacer que mi cuerpo dejara de estar tenso. Pero esa vez no le funcionó. Mi cuerpo estaba rígido, como una pared de piedra. Podrían darme un golpe y partir mi cuerpo en pedazos por la rigidez.
Volví mi vista al frente, mientras seguíamos caminando por la calle hasta llegar al juzgado. Mi madre iba detrás de nosotros observando cada uno de nuestros movimientos mientras su mente divagaba en algún lugar de sus pensamientos.
Mi madre solía perder levemente la cabeza. Una o dos veces al día, su cabeza desconectaba. Daba igual si le llamabas o le zarandeabas, ella nunca iba a contestar hasta que volviera en sí. Era algo que mi hermano y yo habíamos vivido desde que teníamos uso de razón.
Sabrina, más de una vez, nos había dicho que lo más probable era por culpa de mi padre. Desde que se fue, hace 16 años, mi madre había sufrido esos leves ataques de epilepsia. Su mente se desconectaba, por ello, la medicaba.
Volví a mirar hacia delante, mientras la gente de la ciudad nos miraba. Íbamos escoltados por un escuadrón del ejército, uno delante, dos en los laterales y otro detrás de mi madre. No sabía por qué ni las intenciones de Nicholas con la escolta, pero hacía que me sintiera una terrorista. No tenía intenciones de escapar ni nada por el estilo.
Quería ayudar a mi padre.
Solo eso.
Giré mi cabeza hacia la derecha, encontrándome con la mirada despectiva de Alicia. Su familia era periodista y ella había heredado la tremenda necesidad de grabar y escribir todo lo que veía y que pudiera usar en su propio beneficio.
La chica me odiaba, desde siempre, pero eso era algo que en esos momentos no me importaba en lo más mínimo.
Su madre, Irina Ross, fue compañera y amiga de mi madre en su juventud. Luchó a su lado en la guerra, como ayudante en el hospital, y ambas tuvieron a sus hijos en el mismo periodo de tiempo.
Irina estaba casada con Saul Ross, también antiguo compañero de mis padres en la academia. Saul había dejado la milicia y se había dedicado al periodismo. Siempre le había gustado el trabajo de investigación y eso les vino muy bien en el pasado.
Saul estaba al lado de su hija, mientras me dedicaba una mirada de comprensión y de cariño, a la vez que giraba la vista hacia mi madre. El hombre, bastante claro de piel y con el pelo oscuro, había tratado a mi madre siempre con cariño. Cada vez que venía a casa, sus palabras eran dulces y amables.
No sé si entre ellos hubo algo en algún momento de su vida, puesto que mi madre nunca me quiso contar su vida amorosa. Le dolía el simple hecho de recordar a mi padre.
A pocos pasos de la entrada del juzgado mayor, mis pies se detuvieron, haciendo que mi madre chocara contra mi espalda. Me había quedado paralizada.
- Scarlet, cariño... - mi madre quiso sonar normal, cariñosa y comprensiva, como era siempre. - No te pares ahora. Necesito que estés bien, ¿vale? - me agarró por los hombros.
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El Reloj de Plata
Fantasy¿Te has preguntado alguna vez qué harías si pudieras cambiar el pasado? ¿Qué todo a tu alrededor cambiara tan rápido? En el año 1992, un país arrasado tras la guerra hace años, las amenazas de un nuevo confrontamiento ante las puertas del pequeño...