XLVII

35 8 0
                                    

Mi piel arde con cada palabra arrastrada que sale de tu boca, reclamas lo que sale de tu imaginación y quizá, de tu corazón engañado.

Me golpeas la cara y quedo intacta en mi sitio. Me dices que me odias pero que aún me sigues amando. Y yo te digo que lo entiendo, entiendo que me odias cuando te enojas y desatas tu furia conmigo. También entiendo que me amas cuando estás feliz, porque me sonríes de la manera más real que he conocido.

Y me golpeas otra vez. Otra, otra y otra vez. Tanto que ya no sé qué se siente el dolor.
Te amo, pero ¿Cómo seguir con esto? ya nada es igual. Me alejo de ti como puedo, arrastrándome en el piso frío con sangre tibia.

Gritas—¡Te amo, te amo maldita sea, pero no quiero que seas de otro hombre, eres mía, mía maldita sea!—mientras noto que tus ojos se oscurecen de la rabia.

Me golpeas la cabeza y siento que ya no puedo más. Cierro mis ojos, paralizada, y siento el terror dentro de ti, crees que me has matado, por eso regresas a mí, me sacudes para que reaccione, y aunque quisiera mis músculos no lo permiten. Me dices que no muera, que me necesitas, no puedes estar sin mí. Recuestas tu cara al lado de la mía y te pregunto con las palabras arrastradas—¿Qué es el amor?— me respondiste—lo que sentimos tú y yo—quedé en silencio. Pensando.

—¿por qué siempre me golpeas?—pregunto con los ojos cerrados¿Qué clase de amor es éste? me golpeas y luego me besas, no quiero seguir con esto.

—porque ésta es la clase de amor real mi cielo, nos amamos.

—ya no te amo— te digo más para convencerme a mí misma de que es así.

—sí me amas, y yo también te amo, mi amor— me respondes con la voz suave, no queriendo aceptarlo.

—no, no te amo—vuelvo y te digo porque lo quiero creer así.

!Claro que sí me amas!—gritas por última vez.

Sentí cómo me golpeaste nuevamente, pero, ya no sentí nada más, éste último golpe no resultó un dolor inmenso, si no más bien, mi liberación.

Todo se volvió negro.

Fui perdiendo todo por ti, mi familia, amigos, mi valor y autoestima, hasta que lo último, fue mi vida.
Y eso no se puede recuperar.

Era tarde, para ti, para mi.

Lo último que escuché fue un disparo, pero no lo sentí.

Te disparaste a ti mismo.

Al parecer si me amabas, hasta el punto de acompañarme a la muerte, después de habérmela causado.

«¡Vaya, que amor!
Tan desquiciado.»

AgoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora