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«Silenciando el silencio, la brisa fuerte se esfuma dando paso a la calma llovizna que empieza en el alma. Cuando el corazón está roto, queda vacío, como una cueva, pero tan oscura y silenciosa, tan falta de presencia, que cuando tratas de entrar en él, en ése hueco horrendo, te asustas, porque no sabes dónde estás, y te sientes igual que ése corazón roto; vacío, desolado, y te acurrucas a momentos en ése lugar, llorando, ansioso por salir, atado a los remordimientos ajenos y crudo pasado a que fue sometido ese pobre corazón.

El corazón no tiene la culpa, la tiene el que lo hirió.»

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