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Una Sola Vez

Caminaba él rumbo a su departamento. El sol había caído y era hora de llegar. Salía de su Trabajo,  agotado, obviamente,  un periodista nunca tiene descanso. 

Pasos lentos, calma respiración. Sus ojos veían sin ver el camino blanco por la nieve, pero a lo lejos solo había oscuridad.

Su cabello negro,  peinado elegante hacía atrás, junto a sus ojos perfectamente negros hacían lucir su hermoso y maravilloso rostro. Mientras un mechón rebelde se escapó cayendo en su frente sin permiso alguno.

Sentía su respiración,  sus pensamientos vagaban,  como un ave volando sin rumbo.

Pocas personas por aquel camino que se hacía más largo con cada paso que daba, miraba al suelo mientras sus zapatos eran cubiertos de aquella nieve.

De repente siente un golpe leve en el pecho, no sabía lo que lo causó, o tal vez, quién. Levantó su mirada para poder reconocer a aquel ser con el que se había topado.

Sus ojos brillaban al darse cuenta de lo que estaban contemplando en aquel momento. Aquél ser, era ella.

La joven quedó en silencio,  por unos instantes. Observando a ese hombre de ensueño con sus ojos penetrantes que ocultaban un secreto y le regalaba una invitación exclusiva para descubrirlo.
—Lo siento señor, no fue mi intención—dijo aún sin desviar la mirada de aquel rostro.

Aquella mujer de ojos verdes como el amazonas, tez clara como porcelana, labios rojos aparentando un hermoso carmín. Cejas perfectas, y un cabello rubio recogido en una cola que la hacía aparentar muy joven.

Segundos, minutos, pasando. Como si nada más importara en el momento, aquel momento que parecía una eternidad.

Sus miradas ¡Oh aquellas miradas!
Parecían almas gemelas encontradas por primera vez, como dos seres destinados a estar juntos, a combatir contra todo y contra todos.
—L-lo  lo siento, debo, debo irme—dijo al fin la joven que al terminar de pronunciar aquellas palabras,  decidió emprender su camino.

Segundos bastaron para que aquel hombre que yacía confuso, sin responder, limitándose a voltear, volviera a la realidad.

—¡señorita dígame su nombre!—exclamó, sin darse cuenta que ella se había alejado lo suficiente como para no escuchar aquel pedido de una voz que parecía necesitada.

Solo se limitó a observar cómo aquella mujer se hacía cada vez más pequeña, por aquel camino oscuro, frío y solitario.
Emprendió nuevamente su camino, envuelto en un trance obsequiado por esa dama que transmitía una sorprendente y extraordinaria belleza.

Esa noche fue la última vez que se vieron, y fue el comienzo de la temporada más fría de la época.


Escrito el 22/06/2016

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