|Capítulo 2 • ALEX|

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Un chico alto y musculoso me abrió la puerta. Me miró confundido. Me fijé más en él.

Su cabello era castaño y tenía unas tumidas cejas encima de los ojos color miel. Dios, ¡y qué lindos ojos! Su brazo derecho estaba lleno de tatuajes. Y al lado de los labios, en la mejilla derecha, tenía una cicatriz, casi imperceptible, pero que me hizo reconocerlo.

No podía ser él, ¡era imposible!

—¿A-alex...?

Su mirada se relajó. Ahora estaba muy, muy sorprendido, como si no se lo acabara de creer.

—¿E-eres...?

Sonreí.

—Sí, soy yo.

Me tiré a sus brazos envolviéndolo en un abrazo que hacía años que anhelaba. Él tardó unos segundos en reaccionar, tal vez aturdido por la sorpresa de mi llegada, pero en seguida rodeó mi espalda con sus brazos y me apretó contra él con ganas.

Al fin. Lo había echado muchísimo de menos. Y estaba claro que él a mí también, porque ambos tardamos un buen rato en soltarnos. Antes de deshacer el abrazo, me dio un besito en la cabeza. Sinceramente, estuve a punto de llorar.

Se me quedó mirando. Me repasó de pies a cabeza.

—Has... crecido...

Reí.

—Es que 7 años es mucho tiempo. Tú también has cambiado mucho, por un segundo me ha costado reconocerte. Lo he hecho gracias a esto —le rocé la cicatriz de la mejilla.

Y en hacerlo me entró una espécie de electricidad, de hormigueo. Aparté la mano rápidamente y me excusé con una sonrisa tímida. Aunque éramos hermanos había pasado mucho tiempo, ambos nos habíamos hecho mayores, y ahora era como si fuéramos totales desconocidos, tan solo unidos por viejos recuerdos.

—Bueno... eh... pasa...

Entré en la casa.

—Disculpa el desorden, no suelo recibir visitas... O al menos no visitas tan... agradables.

Sonreí. Enseguida me inundaron los recuerdos y con ellos una punzada de dolor, pero traté de apartar esos pensamientos.

—¿Recuerdas como te la hiciste? —señalé su cicatriz.

—Cómo olvidarlo —sonrió—. Estábamos jugando, y tú te metiste sin querer en el terreno del señor Malmonte. Entonces los perros se pusieron a perseguirte y yo tuve que saltar la valla, cogerte y pasarte al otro lado, fuera del alcance de esos malditos chuchos —se sentó en el sofá y me invitó a hacer lo mismo—. Pero cuando volví a saltar la valla, intenté ir muy rápido porque los perros me iban a pillar y entonces fue cuando resbalé, me di en la cara contra la ella y me clavé los pinchos de arriba de la vaya metálica en la mejilla derecha. Dios, fue muy doloroso...

—Sí, pero en lugar de maldecir, ponerte a llorar o retorcerte de dolor, como que viste que yo estaba llorando, me cogiste y me llevaste corriendo con papá y mamá.

—Sí... Y me quedó esta bonita marca de recuerdo —se tocó la cicatriz con la yema del dedo.

—Bueno, ahora la tienes mejor, casi ni se te nota. Recuerdo que los primeros días después de los puntos no podías casi ni beber agua.

—¡Fue horrible!

—¡Sí! Y yo me empeñaba en querer darte besitos en la cicatriz, porque pensaba que así se curaría, pero a ti te dolía y nos peleábamos mucho por eso... —sonreí al recordarlo.

Alex también sonrió.

—Me alegro de que estés aquí.

—Yo también, Alex. Yo también.

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¡Qué tal!

¿Os gusta Marià Casals (el chico que he puesto como Alex)?

¿Qué os está pareciendo la historia?

Actualizaré pronto,

Chaooo💜

Violada por AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora