Simon

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Sé que si seguimos a este ritmo los dos terminaremos vergonzosamente rápido. Intento pararlo y empujarle mientras me incorporo. Al principio se resiste (con su fuerza superior podría forzarme fácilmente a mantener la posición) pero se termina separando ligeramente y me permite sentarme erguido.

Me clava sus grises ojos mientras me levanto, sus respiración agitada, su pecho subiendo y bajando a un ritmo fuerte. (Yo estoy igual, casi no puedo conseguir suficiente oxígeno del aire).

Le agarro la mano y tiro de él para que se levante y lo llevo al dormitorio. Cierro la puerta y me giro hacia él.

Así, de pie, me saca unos siete centímetros y tengo que inclinar el cuello hacia arriba para mirarle a la cara.

Primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora