Capítulo Uno

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Ya estaba llegando tarde. Corría atreves de la ciudad, pasando transeúntes que estaban igual o más apurados que yo tratando de llegar a sus destinos.
Tenia una cartera en mi brazo izquierdo llevando todo lo que necesitaba y en mi mano derecha agarraba un portafolio negro de mi jefe, el me había pedido recogerlo antes de llegar a la oficina. Lo más raro de todo no era que el lugar era del otro lado de la ciudad, sino el lugar donde debía recogerlo: parecía una casa abandonada, rodeada por edificios al final de una calle, nadie parecía darse cuenta o no le prestaban atención, lo cual me sorprendió porque claramente llamaba la atención. 
Era como una de esas casas abandonadas que muestran en las películas de terror, en medio de la nada, y aparte como si dijera "si entras no podrás salir" o algo como eso.
Subí los dos únicos escalones, mientras escuchaba el rechinar de la madera mientras pisaba; me acercaba a la doble puerta. Me fije si había o no un timbre, no lo encontré, así que decidí tocar. Espere un minuto, volví a insistir, nada.

 Saque mi celular de mi cartera para fijarme la hora, justo las 9, tendría que apurarme si no llegaría tarde. Decidí entrar.
Mientras abría la puerta, descubrí un pasillo extenso lleno de cosas desde el piso hasta el techo, pero tenía el suficiente espacio para caminar; de repente escuche una melodía: tambores, varios tambores y voces cantando en un extraño idioma que ni siquiera reconocí, me motivaban a moverme, como si estuviera hipnotizada seguí la por el pasillo.
Ya no me importaba mí alrededor y seguí la música.

Entre a una habitación, a diferencia del pasillo que estaba lleno de cosas por todos lados, esta habitación era bastante amplia, y tenía muchas columnas y telas de diversos colores colgadas por todos lados. 
Corrí suavemente algunas telas con mis manos, acercándome a la causa de la música, una fuente o algo por el estilo y de color blanco estaba en el medio de la habitación, parecía que brillaba algo. Me separaban unas 3 o 4 telas antes de llegar a la fuente, pero no me podía acercar.
- Charlotte- escuche mi nombre, pare y me di la vuelta para saber de donde provenía esa voz. La música paro de sonar.
-Charlotte- escuche de nuevo.

De detrás de una columna apareció un hombre, me fui acercando a él para distinguirlo. Lo primero que me fije fue en sus ojos, verdes, muy llamativos. Su pelo rubio cubría sus orejas y llegaba hasta sus hombres. Pero cuando me acerque mas parecía que su pelo tenía destellos negros en las raíces. Estaba vestido con una camisa blanca que cubría sus bien marcados brazos y unos jeans azules.
-¿Charlotte no?- me dijo, me quede eclipsada con su voz.
- Si- respondí dudosa - ¿cómo lo sabes?- 
-¿Vienes por algo no?- 
-Si- no respondió mi pregunta.
-Ten- me dio un portafolio negro, ni siquiera me fije de donde lo sacaba. -por allí tienes la puerta- me señalo detrás mío, gire mi cabeza para ver donde me decía. Vi una puerta blanca, no parecía que estuviese ahí antes de que llegara. Cuando gire de nuevo para decirle gracias, ya no se encontraba. Entonces decidí darme la vuelta e irme antes de llegar tarde al trabajo. Cuando toque el picaporte de la puerta, me recorrió un escalofrió por todo el cuerpo, abrí la puerta y salí.

Me encontraba en la misma calle que antes, rodeada de edificios. Me di la vuelta para ver la casa, me sorprendí cuando vi que no salía de una casa, si no de lo que parecía una fábrica abandonada. Lo mire un rato impactada, no podría haber estado alucinando pues tenía el portafolio en mi mano. Sin pensarlo demasiado seguí mi camino. 
Cuando estaba a punto de cruzar la calle, alguien me empujo. Caí a la calle, me levanté tratando de ver quien me había empujado, el desgraciado ni me pidió perdón, pero no podía distinguir a nadie por la cantidad de gente que se encontraba. Entonces me percate que no tenía el portafolio y lo empecé a buscar, pronto cambiaria el semáforo y yo estaba en medio. Fije bien mi vista y lo encontré 5 pasos detrás mío, llegue a él y di un suspiro, me habría salvado pensé.

La luz del semáforo cambio, y empecé a escuchar de la nada el sonido de los tambores, el mismo que había escuchado en esa casa. Lo último que vi fueron dos faros de luz acercando a mí. Todo se volvió luz y me cegó.

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