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—Por aquí milord.—la jovencita empezó a caminar rodeando los pasillos.

Al caballero no le sorprendía que la menor de los Murgot se encontrará despierta.
Lady Lucinda casi nunca lograba conciliar el sueño rápido, así que comúnmente se la pasaba recorriendo la mansión o leyendo en las noches hasta agotarse lo suficiente para quedarse dormida. Un problema en común que compartían Alicia, Lucy y Anthony. Ellos casi nunca dormían bien, pero últimamente la descarriada jovencita bajo su cargo lo hacía perfectamente.

La pequeña luz del farol que llevaba en sus manos los alumbraba mientras avanzaban tomando pasillos secundarios para no toparse con Anthony y llegar sin contratiempos a la habitación de la dama.

Cuando finalmente llegaron, Lucy abrió la puerta y extendió su mano en un gesto sutil. Jonathan la miró fijamente antes de señalar uno de los bolsillos de su levita, permitiendo que la jovencita tomara unas cuantas monedas.

Cualquiera que pensará que Alicia era la única negociante en esa casa, no conocía a Lucy.

La jovencita solía cobrar por su silencio y por su ayuda.

—Usted no ha visto, ni oído nada ¿verdad milady?

—¿Quién está hablando? ¿Acaso son fantasmas?.—musitó mirando hacia todos lados como si de verdad no pudiera verlo.—Estaré vigilando por si viene mi hermano, no se demore mucho.

Lucy se quedó plantada afuera de la habitación, esperando que él dejará a su hermana y se retirará.

El conde abrió las mantas de la cama, depositando el delgado cuerpo de la joven en ellas. Su piel blanquecina resplandeció con los pequeños destellos de la luna que se filtraban por las cortinas de la ventana. Wester encendió la pequeña chimenea para calentar la estancia y luego se acercó a la cama para verla por última vez antes de irse.

Se sentó en el filo de ésta, apoyando su espalda en el respaldar mientras observaba a la descarada dormir plácidamente. Retiró con su mano unos cuantos mechones rebeldes que caían por su rostro, antes de escuchar un pequeño susurró salir de sus labios.

—Jonathan eres tú.—ronroneó Alicia adormilada. El conde se sintió extraño al escuchar su nombre de los labios de esa descarada.

—Sí.—contestó y la mujer lo tanteó con su mano. Los ojos de Alicia estaban entreabiertos como si se rehusará a despertarse por completo.
La dama se impulsó con la ayuda de su brazo hasta llegar a su altura y en el trayecto se desacomodo el ya de por sí revelador vestido rojo, dejando uno de sus hombros y parte de su pecho descubierto.—¿Alicia?.—gruñó el conde para despertarla, pero la mujer se apegó más a él, mientras volvía a cerrar los ojos.

Wester respiró con fuerza.
¿Acaso esa descarada lo creía de piedra o algo así?

Entendía que confiara en él, pero la verdad es que con sus locuras ni siquiera él podía controlarse. Muchas veces Alicia no medía las consecuencias de sus actos.

—Tengo sueño, milord.—le susurró aún con los ojos cerrados.—y también tengo calor. Me ayudaría a quitarme el vestido por favor. No puedo dormir así.

Lady descaro buscó su mano en la oscuridad y la condujo hasta el pequeño lazo que sujetaba el vestido, incitándolo a desatarlo.

—Se lo creyó ¿verdad milord?—abrió los ojos y lo observó divertida por la broma que le había jugado.

Wester que aún sujetaba su mano la obligó a acostarse de nuevo y se colocó encima de ella.

—¡Qué divertida bromita, milady!.—el conde sostenía todo su peso en sus brazos mientras observaba a la descarada removerse inquieta debajo de él. Sus grandes ojos verdes estaban abiertos de par en par sin poder dar crédito a lo que había pasado.—Si tanto le apetece bromear, porque no lo hacemos juntos.

Apostando Por Tu AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora