Confesión

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Sara:
Pronto ella se convirtió en mi mejor amiga. Había ya pasado bastante tiempo desde que nos conocimos y desde esa íbamos juntas a mi árbol, el cual había ya cambiado a "nuestro" árbol. Nos pasábamos largas horas hablando en la tranquilidad del lugar, escuchar el silbido suave de la brisa de verano. Hasta que un día me animé a comentarle lo que quería llegar a conseguir.

-Lu, quiero decirte algo- Le dije jugando con mis dedos, nerviosa.

Ella asintió, acomodándose para escucharme, como siempre lo hacía.

Le comencé a contar con dificultad lo que soñaba en llegar a lograr. Desde mis intentos de composición, hasta lo que veía cuando dormía, en frente de un pequeño público. Me abrí hacia ella. Le conté absolutamente todo.

Cuando acabé mi relato, bajé la cabeza, sin querer ver su reacción por si acaso me decía que era una meta inútil y que debía dejar de pensar esas cosas. Pero ella me acarició un brazo y la miré. La encontré sonriéndome ampliamente, a lo que yo correspondí.

-Es extraño- Comenzó a decir mirando a la nada.- Yo también tengo ese sueño- Susurró.

Mis ojos se iluminaron, lo sé, pude notarlo. Y me lancé a ella en un abrazo. Fue un impulso, a lo que ella río rodeándome con sus brazos.

Era algo irreal. Mi mejor amiga no me juzgaba. De echo, compartía el mismo sueño que yo. Ella también quería alcanzar la misma estrella que yo. También quería cruzar la misma puerta que yo.

Ella también estaba tan emocionada, igual que yo. Comenzamos a hablar sobre ello. Y entonces pensé en que eso no significaba que quisiera comenzar a soñar junto a mi. Así que mi alegría desapareció un poco. No sabía si preguntarle si deseaba compartirlo conmigo.

-Tengo una idea- Dijo ella, viendo que mi euforia se esfumaba.- Deberíamos hacer un grupo, principalmente tú y yo-. No me esperaba que dijera eso. Para nada. Y mi alegría volvió de la nada. Pero a unos niveles de felicidad, que jamás había sentido. Deseaba llorar. Ella no cesaba de reír. Asentí frenéticamente.

La invité a mi casa, ya había venido varias veces, ya la conocían mis padres y la querían muchísimo. Eso me alegraba. Subimos las dos a mi habitación, donde tenía mi piano y un montón de partituras tiradas por el suelo y encima del instrumento. Mi violín estaba guardado en un armario, pues una vez mi hermano se sentó encima de la funda y me lo rompió. Recuerdo que lloré como nunca ese día, era mi pasión tocar esos dos instrumentos.

Lucía dejó sus cosas en mi cama y se dirigió al piano. Arrastró sus dedos por las teclas y me miró.

-¿Me enseñas?- Preguntó sonriéndome, para luego volver su mirada fija a las suaves teclas del instrumento.

Nunca había enseñado a nadie, aunque me lo hubieran pedido, que ya fueron varias personas, como mi hermano. Pero siempre me negué. Pero decidí que a Lucía le enseñaría, pues era mi mejor amiga y ella deseaba comenzar a tocarlo.

Asentí y me encaminé al armario para sacar otra silla en la cual sentarme mientras ella se sentaba en el taburete que tenía para ensayar. Se notaba que estaba emocionada, pues cuando le enseñaba donde estaba cada nota, la tocaba con ilusión. Yo arrastraba sus manos para hacer pequeños acordes, y ella después los repetía. Se reía y aplaudía como una niña pequeña con un juguete nuevo. Yo me reía con ella, su felicidad era contagiosa.

Poco tiempo después me convertí en algo parecido a su profesora. Me hacía reír, ya que siempre que se sentaba frente al piano, me llamaba "profe". Le mandaba ensayar por mensaje. Y ella lo hacía, por lo que en pocas semanas, mejoró tanto, que ya podía tocar dúos conmigo. Me enorgulleció mucho, ya que estaba haciendo lo que quería. Y me creaba ilusiones, pues Lucía me decía que esto nos serviría en el futuro, cuando formáramos el grupo. Siempre me ponía de buen humor.

Después de ensayar un rato en mi casa, siempre íbamos a nuestro árbol. Donde podía volver a llevar papel y bolígrafo. Y pensábamos juntas sobre los temas que podíamos escribir, que podíamos expresar en canciones. Pero no se nos ocurría gran cosa. Teníamos ya varias ideas escritas en un papel, como pueden ser: sobre el amor, la amistad, las dificultades... De muchas cosas, pero todas estaban tan gastadas por demás cantantes y grupos que no sabíamos qué escoger.

Las dos estábamos pensando, de tal manera, que acabamos cerrando los ojos y conectando nuestra mente para soñar lo mismo. Soñamos que entrábamos en un escenario. Pequeño, pero enorme para nosotras. Íbamos con una camiseta básica roja, y unos vaqueros negros. No estábamos siquiera para aparecer delante de gente en condiciones. Pero eso, al parecer, en el sueño no nos importó y entramos. Nos dieron unos micrófonos. Y de pronto, se comenzaron a escuchar aplausos, muchos aplausos. Lucía entró antes que yo y miró hacia el lugar de donde provenían los aplausos y gritos. Y sonrió. Se giró hacia mi y me señaló todo el público que estaba allí. Hice que mis ojos se giraran hacia el lugar donde su dedo estaba señalando. Y vi a tanta gente. A gente iluminando la estancia con las linternas de sus teléfonos. Me volteé asustada hacia la puerta por la que acabábamos de entrar, y no había nadie más que nosotras pisando aquel pequeño escenario. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué estaba haciendo allí toda esa gente? Y de un momento a otro, una música comenzó a sonar. Y sentí que me sabía la letra. Y sentí que debía subir el micrófono hasta mis labios, y cantar. Y así lo hice. Y aquel público, aplaudió y chilló la canción junto a mi.

Lucía se despertó antes que yo, manteniendo una sonrisa enorme en su rostro, debido al sueño que acababa de tener, que ella no sabía que yo había soñado lo mismo. Esperó hasta que yo me despertara, y en eso comenzamos a hablar sobre ello, sobre la ilusión que aquello comenzaba a causarnos de verdad.

T.R.DDonde viven las historias. Descúbrelo ahora