Prólogo

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Una muchacha de veinticuatro años esperaba sentada en una mesa de madera, con el celular en la mano y una taza de té, a un muchacho que por alguna razón no llegaba.
En la mesa de al lado un hombre de setenta y un años esperaba mientras tomaba un vaso con agua, a una mujer que tampoco aparecía.
Ambos habían estado esperando por media hora.

Un mesero pasó por tercera vez sobre el lugar del hombre canoso y cabellos cresposos; que con la mirada fija en la ventana del pequeño café, tenía esperanza en que su acompañante llegara, y le preguntó si ya estaba listo para ordenar.

—Mejor traiga la cuenta por favor —le respondió.

El mesero asintió, pero antes de irse la voz de la muchacha sentada al lado lo detuvo.

—A mi también me trae la cuenta —dijo al dejar su celular sobre la mesa.

El trabajador asintió una vez más y se retiró.

La jovencita de ojos cafés, cabellos negros y lacios hasta los hombros, y sin flequillo, miró al señor que se encontraba sentado y se encogió de hombros.

—Creo que me dejaron plantada —rió.

El hombre que vestía una camisa negra sonrió y le respondió:

—A mi también.

Aquella respuesta le sorprendió a la muchacha y volvió a hablar.

—Esto de las citas en Tinder no están dando resultados.

—¿Qué es Tinder? —preguntó, haciendo que la joven se riera.

—¿Puedo sentarme? —cuestionó al señalar la silla disponible en la mesa de dos en donde el hombre se encontraba sentado.

—Sí, adelante.

La muchacha de vestido rojo con flores amarillas hasta la rodilla y casaca jean, avanzó y se sentó en frente de él.

Tinder es una aplicación en donde conoces personas que quizá puedan ser tus amigos o algo más. Tú decides quien te parece atractivo y quien no. Depende de eso haces match e inicias la conversación —rió—. Suena tonto pero a veces funciona —se encogió de hombros—. Y ¿usted también usó un sitio web para tener su cita?

—Había un grupo en Facebook sobre conocer personas, ya sabes, de mi edad —se señaló a si mismo un poco avergonzado—, y había una mujer agradable, pero creo que nunca va a llegar —rió—. Como dijo que vivía por aquí, pensé que podría ser mi primera amiga en este vecindario.

—Oh, es nuevo en el barrio. Yo vivo a unos edificios de aquí —le sonrió.

El mesero volvió y se dispuso a cobrarle por las insignificantes bebidas que ambos habían comprado durante la espera.

—Yo me acabo de mudar hace un par de horas. En el edificio blanco con crema, de fachada antigua, que se ubica doblando a la esquina —señaló la calle.

—¡Usted es el que me despertó! —rió— Hoy en la mañana vi cómo subían y bajaban cajas en el apartamento al frente mío, pero nunca vi al dueño —sonrió—. Ahora resulta que es usted.

—Siento incomodarla con el sonido de las cajas —juntó sus manos en señal de disculpa.

—No se preocupe —fue amable—, al menos ahora ya tiene una amiga —le sonrió—. Soy Abigail Spencer, pero me gusta que me llamen Gail —estiró la mano para saludarlo.

—Yo soy Brian, Brian May —respondió el saludo—. Un gusto.

A Love so Beautiful «Brian May»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora