Capítulo 6

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Una vez guardado el telescopio, la cámara, la laptop y cerrada la puerta del balcón, siendo las diez y media de la noche, los dos vecinos abandonan el edificio para caminar lentamente bajo el eclipse lunar

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Una vez guardado el telescopio, la cámara, la laptop y cerrada la puerta del balcón, siendo las diez y media de la noche, los dos vecinos abandonan el edificio para caminar lentamente bajo el eclipse lunar.

Gail había pasado innumerable veces por las calles de Birmingham de noche, sin embargo esta vez el ambiente se sentía distinto. Brian, con ambas manos en el bolsillo de su saco marrón, caminaba al lado de la joven y por momentos la observaba. Se sentía nervioso.
Al llegar a la avenida, veían los autos pasar, las discotecas iluminar las calles, los restaurantes con personas cenando o disfrutando de un buen vino y algunos puestos de comida o souvenirs abiertos.

—¿Siempre es así? —preguntó May al cruzar la pista junto a ella.

—Hoy se ve más bonito —dijo con la vista puesta en frente. Algo en ella le decía que no lo vea, ya que podría notar el nerviosismo generado en ella.

—Así lo veo —respondió al verla.

Llegado al otro extremo, Gail se distrajo, al ver a través de la luna, los libros que una librería cerrada ofrecía y en eso, Brian vio como un vendedor de rosas se alistaba para retirarse. El hombre recordó lo sucedido en la tarde y se acercó para comprar el detalle que anteriormente había desechado.
Con la rosa roja en la mano, se acercó a la vitrina y junto a Gail se quedó un pequeño momento viendo los libros.

—Te gusta mucho la lectura por lo que veo —mencionó Brian con la rosa escondida en su espalda.

—En mi carrera me exigen mucho leer, no es algo que me moleste —respondió con la mirada aún puesta en los libros—. Soy buena en eso. Lástima que esté cerrado, veo que trajeron nuevas obras.

—¿Y las rosas? —preguntó— ¿te gustan?

Gail volteó y se mostró confundida.

—¿Rosas? Pues sí, me gustan mucho las plantas.

—No es un libro, pero a diferencia de eso, combina con lo que traes —comentó al mostrarle el obsequio.

La pelinegra sonrió al ver el pequeño detalle y sostuvo el regalo con delicadeza. La olió ligeramente y volvió a sonreír.

—Gracias —se mostró agradecida.

—Es lo menos que puedo hacer.

—Créeme, ya hiciste mucho —dijo con una sonrisa.

Ambos continuaron caminando y apreciaban la vida nocturna del estado ingles. Llegaron a un parque y en una banca gris frente a una pileta de mármol, que era alumbrada por luces amarillas, decidieron tomar asiento.

—Hace tiempo que no daba estos paseos —confesó May.

—Yo igual —miró la rosa que sostenía—. Me siento bien en que hayas aparecido —lo vio—. Me hacia falta conocer a alguien sincero, sencillo, para nada comparada a la gente de aquí.

A Love so Beautiful «Brian May»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora