Capítulo 3

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Luego de vomitar tres veces en el inodoro del baño de visitas del departamento de Brian. Gail, con el maquillaje corrido, intentó calmarse al verse en el espejo. Mientras tanto, su vecino guardaba desesperadamente su guitarra y telescopio para evitar posibles daños. También decidió tapar la jaula de su mascota, para que no se despertara.

Al terminar de limpiarse los labios con papel higiénico, Gail jaló la palanca, se lavó las manos y salió del baño con la mirada perdida que sus ojos cafés llorosos mostraban. Se dirigió al sillón guinda y tomó asiento.

—Siento por vomitar encima de ti —dijo apenada al ver como Brian, quien se había cambiado su pantalón y zapatos, salía de la cocina con una taza de café—. No quise hacerlo.

—No te preocupes, a todos nos pasa —intentó animarla al darle la bebida—. A mi me ha pasado unas cinco veces al tener tu edad.

—No es eso —agachó la mirada.

Brian la vio preocupado, no sabía por qué ella sostenía la taza con fuerza, ni por qué empezó a llorar.

—¿Qué sucede? —le preguntó al sentarse a su lado.

Los labios de Gail al querer hablar, temblaban ligeramente.

—Soy alcohólica —confesó y dio un sorbo al café.

Al astrofísico le sorprendió aquella revelación. Por lo pasado con ella el día anterior, no daba indicios de ser una persona con una adicción peligrosa, más bien daba a entender que era una persona completamente positiva y sin problemas.

—Honestamente yo no...

—No lo imaginabas ¿verdad? Para colmo estudio leyes —lo miró y dejó la taza sobre la mesa de vidrio—. Brian, yo no quiero que Gwilym sepa de esta faceta —se sentía decepcionada de si misma—. Yo no pensé volver a caer, pero cuando regresé del baño en el restaurante observé en la mesa que habían traído tragos y yo... —sus manos temblaban— no sabía que hacer. Supuse que sería algo dulce y pensé que si había pasado cinco años sobria, tal vez lo habría superado, pero no fue así —lloró—. Cuando tomé ya no paré y él tal vez se dio cuenta, así que solo le mentí y me fui —con sus manos, tapó su rostro. Pues tenía vergüenza.

Brian abrazó a la joven e intentó calmarla acariciando su espalda. Nunca había estado en alguna situación en donde algún amigo suyo haya pasado por algo similar.

—Cuando llegué a la avenida —continuó hablando al separarse de él—, vi una licorería abierta y ¡no me pude resistir! —pausó y se acomodó en el sofá—. Llevo cinco años aquí porque me quería librar del alcoholismo y conseguí cosas buenas. Estoy a punto de terminar mi carrera, tengo amigos, consigo conocer a un chico adorable y correcto como Gwilym, pero recaigo por mi propia culpa —volvió a levantar la taza de la mesa—. Pude negarme a tomar, pero no. Fui terca.

—No debes de dejar que eso malogre todo lo que has construido —la miró—. Yo que llevo más años en este mundo, se sobre lo que es fracasar, se lo que es tener miedo a continuar con tus metas porque algo te lo impide y se lo que es volver a empezar.

Gail con asombro notaba la seguridad de Brian, se volvió a percatar en sus ojos color avellana que la miraban fijamente, reflejaban honestidad y pureza.

—Yo no quiero que tengas una mala imagen de mi —dijo la joven—. Nadie de los que viven por aquí saben de mi problema y lamento que hayas tenido que ver esto.

—No tengo ninguna mala imagen de ti —era sincero—. Se que la chica jovial y amigable que conocí en esa cafetería es la misma que ahora llora por una tontería. Pudiste estar limpia por cinco años y ese trago que te tomaste no va a ser el causante de ninguna recaída.

—¿Por qué eres tan bueno? —rió al secarse las lágrimas.

Aquella pregunta hizo que Brian agachara la mirada y sonriera. Gail observó como el hombre se sonrojaba, a pesar de estar siendo alumbrados por la luz de la luna que entraba por el balcón y también sonrió. Se acercó a él y lo abrazó otra vez.

—Muchas gracias —susurró Gail al apoyar su mentón en el hombro de él—. Siento que es mi ángel —intentó reír.

Brian cerró los ojos al recibir el abrazo y se prometió estar para ayudarla por siempre.

—Gracias a ti —susurró él.

El rostro de Gail se mostró sorprendido y se desprendió del abrazo.

—¿Por qué lo dices?

—Ya no siento soledad —sonrió levemente con ambos labios sellados.

—Me alegro de escuchar eso —sus ánimos aumentaron ligeramente—. Ya se está haciendo tarde, tengo que ir a descansar y creo que tú también deberías de hacerlo —dijo al ponerse de pie—. Gracias una vez más Brian. Hasta mañana.

Gail salió del apartamento de su amigo para dar unos siete pasos y entrar al suyo. Al dejar las llaves sobre una repisa pegada a su pared, rompió en llanto porque no quería que su adicción volviera, tenía mucho miedo. Se dirigió a la cocina y con un vaso de agua servido, fue a su habitación para colocarse su pijama.

Por más que intentaba dormir, Brian se había preocupado por la muchacha, pero no solo lo estaba por el futuro de ella, sino por el sentimiento de simpatía y quizá atracción que se había generado de una manera rápida desde el día en que la conoció. No quería verla destrozada por el alcohol, quería verla feliz como cuando fueron a comer o como cuando le mostraba las calles.
Él giró hacia el otro lado de la cama y decidió dormir, pero el timbre sonó.

Caminando con sus pantuflas negras, Brian vio por el pequeño visor y supo que era Gail.

—¿Sucedió algo? —preguntó al abrir la puerta.

Ella se sentía nerviosa.

—¿Puedo dormir aquí? —no quería verlo, estaba también avergonzada.

—Has llorado otra vez ¿no?

—Tal vez —alzó la mirada—. No puedo dormir.

Brian observó su pijama de blusa blanca, pantalones delgados celestes y pantuflas de conejito, y asintió.

—Bien, pero déjame traer mi almohada porque...

El hombre no terminó la frase debido a que Gail se metió directo hacia la habitación, se acurrucó entre las sábanas y cerró sus ojos para tratar de dormir de manera placentera.
Al verla en su dormitorio, sostuvo la otra almohada que no estaba siendo ocupada y decidió ir a dormir en el sofá.

—Duerme aquí —dijo ella.

Brian volteó a verla confundido.

—Alguien como tú no debería de dormir en un sofá —fue directa.

—¿Cómo yo? —preguntó, pensó que hablaba de su avanzada edad.

—Así de alto —sonrió—, pobre tu espalda.

Con la almohada sobre su estomago, Brian caminó de vuelta hacia su cama y se echó. La pelinegra veía hacia la ventana, mientras que el astrofísico miraba hacia la puerta de su baño personal.

—Hasta mañana —dijo ella.

—Hasta mañana —le respondió.

Brian no creía lo que sucedía, volteó levemente su cabeza para ver la espalda de la joven y al volver a su anterior posición, sonrió levemente y durmió.

Fin del capítulo 3.

A Love so Beautiful «Brian May»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora