Malbél. Su padre había sido cuanto menos jocoso a la hora de nombrar de tal manera a su hijo, o así lo hubo pensado Malbél cuando no era más que un retoño ignorante al verdadero significado de las palabras.
Y así era el nombre, pues provenía de Mal, que significaba Muerte, y Bél, que tenía su origen en Belé: palabra, en un idioma antiguo que tan solo las familias De Gules del Reino Medio conocían. En efecto, las palabras son el mayor de los males, así como lo es la muerte, pensaba Malbél ahora que había alcanzado la adultez.
De aquella manera había logrado la posición que le ocupa. Cuando aún vivía en el Reino Medio, en Torre del Cuervo, y hubo contraído matrimonio con Negara De Gules, intentó durante varios años hacer poderosa a la familia. No lo consiguió.
Las familias rechazaban el poder de la palabra. Eran orgullosas en mayoría y sólo conocían el arte de la guerra ¡Todas unidas hacía tiempo que hubieran logrado encarar a los Reinos Cardinales del Este y el Oeste! Era la frase que se repetía Malbél día sí y día también. Necios, los llamaba a todos sin excepción, incluyendo a su esposa.
Con el tiempo, adquirió una pose erguida y calma, inalterable a cualquier contrariedad. Así marchó un día de su hogar, abandonando a Negara y dejando en claro que el Reino Medio era débil, que jamás alcanzaría la gloria; que las familias De Gules no merecían atención. Marchó pues, sin remordimiento.
Los años le dieron la razón. Mientras que él escaló hasta las altas esferas de la capital del Oeste, Negara, rota de ira, trató de unificar al Reino Medio utilizando el poder de la guerra. Por supuesto, no lo logró. Es más, la guerra civil hizo presa a todas las familias De Gules de una crisis que los obligó inclusive a ocultarse de los pueblos más salvajes que habían sido siempre esclavos. Patético, hubiera dicho Malbél en el pasado al enterarse de la noticia. Silencio, replicó sin embargo su nueva naturaleza.
La misma fuerza, el mismo mal, la misma canción que corrompió a su esposa lo visitó una vez Malbél alcanzó la posición de senescal. Era una entidad inteligente, más que él incluso, llegó a determinar. Con frialdad se dejó seducir por aquél ente oscuro: lo necesitaba. A veces, hacen falta sacrificios si se quiere ganar algo en correspondencia. No obstante, trató la alianza con sumo cuidado.
Y, así, llegó a la actualidad: coronado rey del Oeste, posado sobre el suelo del mirador más alto de la más alta y negra torre, ataviado con las mejores confecciones. Se había hecho a sí mismo. Se había convertido en un hombre nuevo, que nada tenía que ver con aquél retoño inexperto del Reino Medio. No obstante, aún conservaba un recuerdo de sus orígenes: posado sobre su hombro, siempre calmo, había un cuervo negro de ojos escarlatas. Símbolo familiar; todo cuanto quedó de su antigua persona. Así lo creyó, hasta que su pasado se presentó ante él.
Desde el mirador veía cómo las formaciones de soldados plateados del Este forcejeaban con los escamas negras del Oeste. Las murallas de la capital estaban siendo asediadas, y, aunque las fuerzas se hallaban en balance, el ojo avizor de Malbél le avisaba de que pronto las cosas torcerían en favor del enemigo. Al contrario que el susodicho, Malbél y sus gentes carecían de amigos o aliados. Estaba sólo frente al peligro.
Y como predijo, tras las lejanas elevaciones de tierra donde se apostaban los plateados, emergió de repente una figura dorada. Pudo apreciarla con extrema nitidez pues, como ya se hubo dicho, Malbél poseía la dotada mirada de un ave rapaz.
Aquella figura no era otra que Néladi II De Gules, a quien no hubiera temido pues no alcanzaba más posición que ser la heredera de un trono decadente, si no fuera por lo que vendría tras de ella. Los Gules de Torre del Gules Dorado pasaban por la peor época posible. Eyválan, apodado el Dorado, y su criatura, habían perdido la vida durante el Cruce de Dragones, batalla que tuvo lugar en un tiempo tan cercano que la recuperación económica resultaba imposible de imaginar. Y sin embargo, allí estaba Néladi II, cargando a caballo ¿Por qué? La respuesta llegó temprana.
Igual que su ama, tras el desnivel, emergió la figura de un príncipe alado bañado por la radiante luz del sol. Un ave melenuda cuyas alas de largos mechones escarlata y oro podrían haber sido confundidas fácilmente con una capa de estandartes ondeando al viento. Tan gigantesco era su tamaño como el de un castillo. El rugillido de la bestia estremeció los corazones de los escamas negras y enalteció el aliento de los escamas plateadas.
Incluso desde aquél mirador tan lejano, Malbél pudo sentir el nauseabundo hedor del miedo y la desesperanza en sus hombres. Aún así, su veterano rostro y su pose erguida no se vieron alterados ni por un segundo. Sin necesidad de mediar palabra alguna, el cuervo sobre su hombro abandonó el nido, voló confiado hacia el campo de batalla, siendo visto por miles de soldados, y graznó en respuesta al rugillar del ave dorada.
El graznido se vio alargado, pasando de normalidad a agonía, como el grito escalofriante de mujeres y niños pasando por el peor de los tormentos: desgarrador. Entonces tomó una forma nueva, fruto de tales sensaciones: una criatura alada de colas tan largas como serpientes gigantes, un cuerpo dracónico cubierto de plumaje ensuciado de negro, un cuello gusanoide también vestido de muerte, y una cabeza cuya mandíbula inferior estaba separada en dos partes como si hubiera sido cortada por la mitad; y esas partes se hallaban pegadas por membranosos tejidos rojos al pico superior de color blanco cadavérico, que tenía el aspecto de un cráneo aviar sobrepuesto cual yelmo cubriendo el tono sangriento de seis ojos: tres a cada lado. Aquél engendro nunca antes hubo sido visto por ningún mortal, y fue bautizado en el momento como Falso Terror, o Terror De Gules.
El nombre fue escogido sabiamente, pues la pesadilla clavó sus garras en el Gules Dorado de Néladi II y por poco consiguió matarlo. La pesadilla regresó a la muralla y desgarró nuevamente su propia voz en un lamento: la llamada a sus huestes.
Así, en cada calle, en cada balcón, en cada alcándara, el estandarte del Oeste fue zarandeado con la fuerza del viento y de los corazones militares. Desde el mirador, era como ver el flujo suave de varios ríos con destino a desembocar más allá de las murallas.
El temor floreció en ojos plateados enemigos.
La batalla está perdida, pensó Malbél, pero ellos no lo saben. Y continuarán sin saberlo, mientras nadie nombre una palabra al respecto.
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Malbél
Short StoryLas palabras son en extremo peligrosas, y poderosas en consecuencia. Malbél es consciente de ello y las ha usado a lo largo de su vida para recorrer un duro camino hasta la cima social que, en su humilde opinión, tanto le corresponde. Sin embargo, e...