Palabras equivocadas

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Una mañana de invierno, un cuervo aterrizó en la torre de mensajería. El animal tenía las plumas de un negro pulcro y miraba con el inquisitivo carácter de su amo. Malbél acudió a recibirlo con esperanzas de que el espionaje al Reino Medio hubiera dado frutos maduros. Contrariado, descubrió que no fue así.

Meses después, cuando se encontraba aletargado, y sin embargo caminando de forma incesante de un lado a otro de la habitación, notó el mal, las mentiras, aparecer con su contaminante aura que posible era de oler; y olía para Malbél como la carne enferma de un hediondo campesino.

— Mentiras, mostraos—dijo en un tono a caballo entre autoritario y rogante.

De una esquina emergieron las tinieblas, y con serpenteantes movimientos tomaron la forma de una mujer oscura. Su largo vestido, que indistinguible era de la piel, flotaba como neblina espectral cuando llegaba a las faldas más bajas. Sus mechones se desplazaban por el aire como hilos de seda sobre la superficie del mar. Todo su ser perdía forma y la ganaba, como si tan solo pudiera mantenerse intermitente.

— Decid—dijo la embaucadora voz de la sombra.

— Dicen mis gentes que Gules han sido vistos marchando en conjunto hacia la torre blanca, aquella que es símbolo de libertad en el Reino Medio. Dicen también que, ahora, hay un trono y que alguien se sienta en él. Vos, que sois oráculo de mentiras y por ende conocéis las verdades, ¿sabéis de quién se trata?

Las mentiras parpadearon y retozaron alrededor de Malbél cual baile lascivo y apasionado. El hombre reaccionó con postura firme e inalterable a los seductores movimientos de las sombras.

— ¿El cuervo que os proporcioné no es suficiente ayuda, que tenéis que acudir a mí de forma tan directa, Malbél?—hizo énfasis en el nombre de éste.

— Por desgracia. Un Gules Dorado hizo de telón y ocultó la obra a mis ojos. Pero vos lo sabéis, certeza tengo de ello, pues no sois necia.

La soslayada mirada de Malbél se cruzó con la risueña y maliciosa dama de ojos sangrados. Una sonrisa se apoderó de tal señora.

— El soldado que arremeterá contra la puerta trae respuestas que quizás halléis interesantes.

Tal como dijo ella, un soldado desprovisto de ostentosa armadura golpeó la recia madera tres veces y dio un paso al frente. No vio éste a nadie, tan solo a Malbél y a su cuervo de siempre, posado.

— Disculpad la intromisión, su merced. Traigo noticias del Reino Medio.

— Hablad sin demora, noble caballero—concedió Malbél tratando de inculcar cortesía en su voz ceniza.

— ¡Así lo haré, su merced! Vistos han sido los nobles Gules y sus ejércitos festejar dúrante la llamada fiesta de Octubre conocida como el Día de Todos los Gules, o así lo informan nuestros exploradores. Más importante, su merced, es la bandera que colgó aquel día de lo alto, en la torre blanca.

— ¿Y qué bandera fue esa?

— Sobre un cielo azur; una montaña de sable y una torre de plata. En lo alto, un sol de gules y un cuervo cenizo.

— ¿Un cuervo cenizo, decís?

— Un cuervo cenizo, su merced.

— ¿Estáis completamente seguro?, ¿no engañó la altura a nuestros hombres?

— Así lo juran, su merced.

— Podéis marcharos, un placer recibir vuestros informes. ¡Por el Oeste!

— ¡Por el Oeste!

Tenía la respuesta. A no ser que, por una inexplicable fuerza, todo cuanto conocía resultase falso, era imposible equivocarse. Si un cuervo cenizo se alzaba sobre la Torre de los Cielos, había de ser obra de su primogénito: aquél al que abandonó largos años atrás. Quizás Negara le hubo hablado vilezas sobre su persona, pero el amor de un hijo no es difícil de tentar para un padre.

Con ello en mente, Malbél escribió una carta para el regente de la Torre de los Cielos. En ella díjole a su descendiente que él era su padre, su único y verdadero, y que deseaba forjar los lazos perdidos en el pasado: que deseaba conocer al guerrero en quien se había convertido. No obstante, insatisfecho de usar tan solo la tentativa de las emociones, ofreció una poderosa alianza con el reino del que ahora era rey, bajo las palabras de que aquello haría a la familia Gules de Torre del Cuervo la única y verdadera regente del mundo conocido. La única y verdadera.

Volvieron a pasar meses hasta que la respuesta llegó a Malbél, de manos de un cuervo que era inequívocamente propio de Torre del Cuervo, fácilmente reconocible por el pico marcado con la Estrella Boreal. De tal manera, abrió el manuscrito y leyó con atención. La respuesta era breve, pero concisa, como toda buena palabra.

— Si en verdad fuerais mi padre, y en verdad me amarais, sabríais que soy hija y no hijo.

MalbélWhere stories live. Discover now