Palabras: Lujuria y Soberbia

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Situóse la historia en un salón que hubiera pasado por cantina. Columnas de negro bien matizadas con dibujos tallados conformaban el lugar y dorados soportes de piedra teñida las sujetaban. La luz de los candelabros bañaba a las gentes. Estaban unas comiendo y bebiendo en compañía, apalancadas a lo largo de inmensos bancos emparejados con inmensas mesas. El resto de muchedumbre bailaba cerca de la chimenea cuyas llamas madre daban el calor que sus hijas no podían sustentar al ambiente.

En una de tantas mesas, un joven Malbél, de cabello azabache, rostro alargado y mandíbula cuadrada, que no lucía ropa de alta gala sino más bien un jubón pobremente decorado, festejaba con sus amigos de toda la vida, al son de acelerados timbales y una flauta dulce.

— ¡Cuéntanos de nuevo!—le rogó a gritos uno de aquellos camaradas. Malbél había estado alardeando de la muchacha con la que, pronto, contraería matrimonio.

— ¿De nuevo?—aunque preguntó de forma hastiada, sonreía de oreja a oreja y su mirada era vacilante—. Escuchad con atención esta vez. Se trata de una hermosa dama, indudable ante cualquier ojo, tanto viril como fémino. No diré de ella más que, como buena hija de los Gules de Torre de la Luna, la piel le brilla con la intensidad de las estrellas y que el cabello se le extiende llano como el manto de la noche.

—¡Vamos!, ¡cuéntanos sus manías, sus secretos, sus virtudes!—el estruendo de varias voces apoyó las palabras del hombre.

—No. Si hablase tales términos ofendería su honor, pues es imposible contar sin caer en lujuria—dejó transcurrir un momento de silencio para ensalzar la expectación de sus compañeros—. Pero—inclinó el cuerpo sobre la mesa y los hermanos de bebidas lo imitaron, curiosos. Seguidamente, bebió su quinta copa de Elixir de Ginebra—, si yo os dijera. Es más, os diré: bajo los faldones de la montaña, entre matojos y arboledas custodiadas por cuervos ofendidos, se halla una gruta secreta que da a estancias cercanas a mi lecho. Allí me la llevaré.

Uno de los oyentes, ofendido, estalló en un enorme ¡bah!

—¡¿Cómo va a existir tal cosa?!, sería una idiotez. ¡Y sabido es que habría guardias custodiando una ruta como esa!

—No durante el Día de Todos los Gules—respondió Malbél, con aires de grandeza, creyendo que había hecho gala de incuestionable inteligencia frente a sus embotados amigos.

La velada terminó. Malbél regresó a palacio complacido por cuanto había vivido en aquella reunión. Ya en cama, miró por la ventana la belleza de la amplia luna, y soñó despierto con la suave y blanca piel que degustaría meses después, en ese mismo lecho, con esa misma diosa brillante observando desde lo alto.

Despertó una mañana acongojado por la noticia que recibió a gritos por parte de una doncella; aquella con la que tenía más confianza. Los padres de Malbél habían sido hallados muertos en sus propios aposentos, posados sobre un reguero de sangre que les emanaba del cuello. Para colmo,  varias reliquias familiares habían desaparecido, al igual que todos los amigos de Malbél.

MalbélWhere stories live. Discover now