Capítulo 7: New york, New york (parte 2)

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-Dime que esto es una broma, Amaia, dímelo por favor.- Balbuceó Alfred mientras sus lágrimas caían una tras otra. Se acercó lentamente a ella observando como Amaia intentaba esquivarle la mirada.

-Alfred....yo...No podemos seguir así, por favor entiéndeme.- Las lagrimas de la navarra también continuaron el mismo camino que las del chico, mientras, ella colocó sus manos dándole pequeñas caricias.

-No, Amaia, no me pidas que te entienda. Hace una hora estábamos bien viendo una maldita película y ahora vienes y me sueltas esto. Pues no, no pretendas que lo entienda.- El Alfred indefenso de hace un par de segundos dio paso a uno lleno de furia.

-Alfred, yo...- Una Amaia desesperada titubeaba mientras buscaba las palabras exactas para poder darle una explicación.

-Ah, que ni siquiera me sabes dar una explicación? Se acabó y ni siquiera sabes decirme un por que?

-No voy a dejar de quererte nunca Alfred, pero este no es nuestro momento y lo sabes.

-No, la verdad es que no lo sé, ni nos estás dando la oportunidad de averiguarlo Amaia.

Amaia iba a interrumpirle en cuanto el timbre de aquel piso de Barcelona sonó. Y eso solo significaba una cosa. Javier estaba ahí para llevársela lejos, nada más y nada menos que en un avión con destino a Nueva York.

Se formó un silencio sepulcral en la cocina y una Amaia temblorosa se acercó a abrir la puerta bajo la mirada atenta de Alfred.

Javier entró en aquel piso enérgicamente dejando su maleta apartada en el recibidor.

-Alfred, hombre, como estás!.- Dijo acercándose dándole un abrazo.

Alfred seguía plantando en el medio de la estancia y casi le costó corresponder al abrazo de Javier.

-Bien bueno, aunque yo.... me tengo que ir, seguro que me esperan en casa.

Amaia observaba la escena aún desde la puerta, mientras le veía coger su amada chupa de cuero.

-Alfred espera, no te vayas por favor.

-Buen viaje Amaia, ya hablaremos cuando vuelvas si te apetece.

El estruendo que se oyó cuando Alfred cerró la puerta hizo que el corazón de Amaia se desperdigara en mil pedazos. Mientras, Javier observaba la escena sin saber muy bien que hacer.

-Bueno creo que deberíamos ir yendo ya Javi, no me gustaría llegar tarde.

-Estás segura hermanita? Quieres hablar o...

-No, estoy segurísima.- dijo cortándole la frase.

Y así, sin más, cogieron sus maletas y se las llevaron cargadas de grandes sueños. Aunque quizás uno de ellos acababa de hacerse añicos.

Alfred

10 minutos llevaba en aquel coche aparcado en la puerta de su casa del Prat. Había conducido a toda velocidad y en apenas un rato había llegado a su destino. Pero no era capaz de entrar en casa, sus lágrimas seguían cayendo una tras otra y su cerebro seguía pensando en qué había hecho mal. Tras un buen rato decidió que sería buena idea entrar en casa para darse una ducha e intentar acostarse, pero sintió la verdadera necesidad de tomarse una de sus pastillas contra la ansiedad que había conseguido apartar desde hacía un par de meses. Claro, ella era su cura, su voz lo era, pero ahora ya no podía recurrir a su medicina particular.

Engulló la pastilla sin ni siquiera agua y como un resorte entró en su casa deseando que nadie hiciese preguntas.

Tuvo suerte y se encontró a sus padres dormidos en el sofá. Bien, una explicación menos.- Se dijo asimismo.

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