—Levántate —ordenó el padre Andrew.
Se hallaba de pie observándola, con la imponente erección sobresaliendo bajo su pantalón.
Liddie tenía la vista cristalizada y estaba satisfecha, pero su llama interior seguía sedienta de más. Deseaba más.
Y así sería... Tendría que recibir y dar mucho más.
—Estoy exhausta, desátame —afirmó Liddie, murmurando, levantándose a su vez.
Las piernas le temblaban ligeramente.
Observó sus prendas esparcidas en el suelo de la habitación y al padre Andrew totalmente vestido ante ella.
<<¡Joder!, qué espera para quitarse la ropa>>, pensó.
Justo cuando creyó que él la dejaría libre para descansar, tal vez para dormir una pequeña siestecita entre sus brazos... <<Entre sus brazos>>. Se detuvo, extrañada y ligeramente alarmada. Aquello significaba todo lo contrario a lo que ella le habría pedido dos noches atrás, incluso lo que le hubiese gustado al acabar el sexo. Ella estaba acostumbrada a ser independiente de cualquier sentimiento romántico.
Sintió algo removerse en lo profundo de su estómago.
Y de cualquier manera, aquello que había deseado tan de pronto y tan profundamente... no ocurriría.
—No tan rápido, aún no termino —la detuvo Andrew, en voz bajita, acercando sus rostros. Le encantaba la vista que tenía de ella—. ¿Recuerdas eso también? —sonrió, manteniendo la mueca burlona. Liddie mordió su labio asimilando sus palabras, y comprendió que la noche sería larga y placentera—. Cuando vuelva quiero verte sobre la cama, de rodillas, y con muchas ganas de seguir con este delicioso juego. Te haré un café.
El padre Andrew murmuró tan cerca de los labios de Liddie, que ella estaba lista pare recibir un beso de su parte.
Pero no fue así.
La monja mordió sus labios, sumida en los repentinos quereres que la embargaban. Pensó en las palabras del padre Andrew y, a pesar de todo, le gustaba la idea. Más de lo que realmente podía sentir en todo su cuerpo. Aunque se hallaba exhausta, su cuerpo y su pasión deseaban continuar jugando.
No se rendiría tan fácil. Quería seguir en su juego.
Ella era tan pervertida como él.
Andrew salió de la habitación, aquella bañada en erotismo y lujuria, y se encaminó hacia la cocina en penumbras. Aún llevaba puestos incluso los zapatos. Encendió la tenue luz y buscó algo de café en el único mueble allí presente, a un lado del fregadero. Tomó la primera taza a su alcance y vertió en ella un poco de agua que Liddie misma había dejado horas antes sobre la cocinilla; ahora tibia. La madrugada anterior, antes de marcharse, Liddie se había sentado en el sofá, bebiendo una taza de café caliente.
La necesitaba despierta, atenta a todo lo que ocurriese.
De pronto, una fugaz imagen de él preparándole el café de todas las mañanas le abordó la mente, y dio un respingo, aturdido. Tragó saliva, algo pensativo, y fijó su vista en un vaso abandonado sobre la mesita de comedor, que contenía un par de hielos en su interior. Imaginó la mezcla de sensaciones que el hielo y la boca de aquella erótica mujer le provocarían.
Le hubiese gustado experimentar aquella sensación nuevamente, después de tantos años.
Apartó su vista entonces, junto a la sensación de vacío que acrecentaba dentro de su estómago.
<<Se está acercando...>> , pensó. Y tomó la taza volviendo a la habitación.
Sus ojos se abrieron de par en par, brillando de lujuria y deseo, al ver a Liddie justo como él había indicado, sobre la cama, bañada por la tenue luz de su lamparilla.
Su silueta era delineada por las sombras y la claridad, el oscuro cabello le caía sobre la espalda como un velo, y continuaba con las manos atadas a su espalda.
El padre Andrew creyó estar presenciando la escena más hermosa que jamás había visto. Liddie. Aquella monja por la cual siempre tuvo satisfacerse en la soledad. Atada, desnuda, hermosa y dispuesta nuevamente para él.
Pestañeó, esta vez sin poder apartar los quereres que le atacaban. Su corazón pareció dar tumbos dentro de su pecho, y se encontró a sí mismo pensando en cuánto le gustaría acariciar aquel cabello, con ella dormida sobre su pecho, entre sus brazos, después del sexo.
¿Acaso sentía algo más que deseo por ella?
Apretó el puño con tanta fuerza que sus uñas cortas al ras, se le marcaron en la piel. Intentó apartar aquellos pensamientos, con violencia. Obligándose a ocultarlos.
Ladeo la cabeza, y le regaló entonces una brillante sonrisa. Haciéndola estremecer ante aquella silenciosa advertencia de maldad y deseo.
—No voy a querer el café ahora mismo—dijo ella, devolviéndole la sonrisa, cómplice.
Andrew soltó una risa suave, bajita, cómplice, y dejó la taza sobre la mesita de noche.
La miró a los ojos y subió sobre la cama, acomodando su cuerpo en el lecho, tal como si fuese a mirar la televisión o dormir. Cómodo y listo. Con Liddie mirándole expectante y juguetona a su lado.
La hermana Liddie se encontraba húmeda nuevamente, a la espera y fantasía sobre qué vendría ahora. Gracias a su sucia imaginación.
—Es tu turno, preciosa —él le sonrió, y ella pareció distinguir el destello de un secreto en aquella sonrisa. Pero esta vez, un secreto pesado—. Quiero ver qué tan bien lo haces otra vez. Quiero sentir tu lengua y tu boca, Liddie, ahora.
Liddie cayó desconcertada ante aquello, con una ligera sensación amarga en el cuerpo. Tenía las manos atadas a su espalda, ¿cómo demonios esperaba él que pudiese desnudarle y chupar su miembro como ella tanto deseaba?
Andrew la miró un segundo, el pecho le latía a mil y su erección se hallaba durísima.
¡Jodido infierno! Cuánto deseaba desatarla y hacerle el amor con locura.
>>—Voy a darte una pequeña ayuda—murmuró, con el semblante serio y los ojos fundidos en deseo.
Desabotonó su camisa sin quitarle los ojos de encima, y luego bajó la cremallera de sus pantalones, abriéndolos. Levantó sus caderas ligeramente, para bajar sus pantalones hasta la mitad de su trasero. Luego puso su mano sobre la gran erección encarcelada bajo su ropa interior.
<<Ya no puedo aplazar esto más...>> pensó, sintiendo su estómago tensarse.
Y se abandonó a lanzar las palabras finalmente.
>>—Considéralo como un reto—espetó, con la voz ronca—. Si no logras quitar esta molesta ropa y usar tu deliciosa boca en mí...—se detuvo, apretando la mandíbula, asimilando una última vez lo que estaba a punto de decir—. Si no logras hacer esto, Liddie, después de esta noche jamás volveré a tocarte.
Sus miradas se habían vuelto fuego. El destino de sus encuentros estaba sellándose con rigurosa sentencia, y Liddie no quería que aquello ocurriese, sintiendo su pecho agitarse. Luego se tranquilizó súbitamente. Sabía que Andrew tampoco quería que sus encuentros acabasen, después de todo... había sido él mismo quien, la noche anterior, le había pedido repetir el encuentro.
Todo aquello sería un juego excitante, parte de su castigo... Aunque le parecía un poco exagerado.
Caminó de rodillas sobre la cama y se acomodó sobre el muslo derecho del padre Andrew, sentándose.
—¿Y si lo logro?
Le desafió con la mirada, dándole una sonrisa de labios cerrados. Su respiración se hallaba agitada.
La mirada del sacerdote se volvió gélida.
—Si lo logras, renuncio a mi cargo en la iglesia, junto a ti, y no vamos a otro lugar. Juntos y libres—y de pronto sintió que estaba revelándole un querer que ni siquiera se había atrevido a revelarse a sí mismo.
Doloroso e impactante.
Pero no se echaría atrás.
Liddie se encontró perpleja ante aquellas palabras, y cuando pudo volver en sí, asimilándolo, sin siquiera poder detenerse a decir nada, se encontró a sí misma con el corazón latiendo desbocado dentro de su pecho, encantada con la idea. Su respiración se volvió trabajosa imaginándose escapar con el hombre frente a ella.
Con el dueño de sus fantasías.
Se imaginó a sí misma echada sobre su pecho, disfrutándolo. Aquello era como una revelación. Algo que ni siquiera se había atrevido a confirmarse a sí misma.
Confirmarse que estaba comenzando a sentir y desear algo más que sexo con aquel pervertido sacerdote. Algo más profundo... Algo en el padre Andrew que la hacía sentir de una manera más dulce.
Pero a pesar de todo, Andrew sabía que ella no podría lograrlo. Se encargaría de ello, se apegaría a su plan e ignoraría todo lo demás. Ella jamás podría lograr quitarle la ropa interior, por más que lo intentase. Y con el doloroso pesar que le embargaba en silencio, sabía que no podía continuar arriesgándose con Liddie de la forma en que lo estaban haciendo, no por mucho más tiempo.
Joder, necesitaba dejar de imaginársela tendida en su pecho cada noche, sin miedos. A ella escapando con él.
Ambos estaban comenzando a sentir algo más que deseo el uno por el otro. Algo más profundo y más intenso... Pero uno de ellos estaba dispuesto a jugar, con una vaga fantasía en mente, y el otro sólo había implantado la línea final: Acabar con todos aquellos deliciosos encuentros de una vez por todas. Claro que los extrañaría después, incluso más de lo que se había permitido pensar. Pero era por sus propios bienes.
Aquello había resultado ser el reto de una sola línea, y sólo él sabía el destino.
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Holy Sin [Santo Pecado]
RomanceÉl es amable y bien parecido, un hombre impecable. Aturdido por el deseo prohibido que lo ha estado invadiendo durante tiempo. Ella es bella, dulce pero decidida, una mujer irresistible. Y está dispuesta a conseguir lo que le ha estado quitando el...