-¿Liddie? -preguntó al cerrar la puerta y entrar en su hogar.
Entrecerró los ojos y la buscó con la mirada alrededor de la sala en penumbras, y luego se dirigió a la cocina.
Se sentía ansioso, pero era plenamente consciente de que debía controlarse si quería que todo saliese a la perfección.
Volvió a llamarla, al no encontrarla.
>>-¿Liddie?
Y la voz dulce de aquella mujer se hizo escuchar a lo lejos, en la misma habitación en donde habían follado la noche anterior. Juguetona.
Toda la casa se hallaba en completa oscuridad, incluso la habitación.
Ella encendió una pequeña lucecita de noche puesta sobre la mesita, para iluminar parte de la cama en donde se encontraba tendida.
-Tardaste mucho en llegar-murmuró, y una sonrisa traviesa se asomó entre sus labios-. Tuve que satisfacerme yo sola.
Los ojos del padre Andrew brillaban. Comenzaba a calentarse al verla allí tendida, esperando por él. De camino, había imaginado que llevaría un corset como la noche anterior, pero no era así. Se había equivocado. En cambio vestía unas delgadas y delicadas bragas color vino con detalles de encaje en sus caderas, y un sujetador a juego. El contorno de su figura se veía iluminado con tenuidad, como si le invitara a descubrir el resto de su piel oculta entre las sombras, sus lugares secretos y sus caminos. El cabello le caía con gracia sobre el hombro.
Él se preguntó de donde habría sacado el encantador corset de la noche anterior. Y ahora, la miró, sólo haría falta desnudarla.
El padre Andrew pronto cayó en cuenta que se había quedado absorto en su belleza. Cada detalle le recordaba a una sublime obra de arte, y la sensación de desgracia y excitación le cayó sobre los hombros. Sintió su pecho encogerse, y pronto se alertó del creciente sentimiento que le abordaba. Algo nuevo sobre ella, y algo viejo. Un calor abrumador esparciéndose a través de su cuerpo.
Hizo a un lado la sensación, violentamente. No debía. No podía existir lugar para una emoción así.
Pestañeó, y se quitó el sombrero. Admiró su cuerpo tendido en el lecho y se relamió.
El antifaz que había comprado para ella contrastaría perfectamente a su delicado rostro, su cuerpo y su lencería.
Ella lucía imponente, exquisita, sin embargo él sería el amo ahora y ella su precioso juguete.
>>-¿Te vas a quedar allí plantado, Andrew?
Su carcajada suave resonó por sobre el silencio.
El padre Andrew arrojó la cuerda al suelo, junto con su sombrero, fuera de la vista de la hermana Liddie.
Ella no la había visto.
-Cállate, Liddie -demandó, frío.
Aunque frío era lo que menos estaba en ese momento.
Liddie respiró con dificultad, con la boca ligeramente entreabierta. Se levantó de la cama mientras él entraba en el cuarto mirándola fijamente, y frunció el ceño, confusa.
Un deje juguetón y amenazante surcaba los ojos del sacerdote. Sin embargo, en el fondo, una agria sensación le continuaba escociendo.
-¿Qué te sucede? -reclamó-. ¿Por qué me hablas tan... brusco, de pronto?
Ni siquiera la había saludado, y de alguna manera... aquello había dolido. Allí, en el pecho.
-Eres mi juguetito esta noche -dijo, tomando su cintura salvajemente. La pegó a su cuerpo y luego acarició su mejilla con una de sus manos frías, encontrando sus ojos. Esbozó una pequeña sonrisa de medio lado-. Estoy al mando hoy, ¿recuerdas?.
Liddie observó aquellos orbes azules, intensos y feroces. Una sensación rara la llenó de pronto, como un fantasma, sin embargo recobró la calma con su sonrisa.
Ella le devolvió la sonrisa.
-Estás un poco extraño esta noche -soltó una sutil carcajada, posando sus manos en el pecho del sacerdote-. Me asustaste.
El semblante de Andrew pareció oscurecerse, pero ella no lo notó.
La hermana Liddie alzó una mano para posarla sobre el rostro del padre Andrew, imitando su gesto, sin embargo, antes que pudiese dejarla sobre su mejilla, él apartó su mano bruscamente, agarrándola con la suya propia.
-No, no, no...-la besó con pasión-. Ayer por ti, hoy por mi.
Se hallaban cara a cara. Centímetros. Los ojos de la hermana Liddie brillaban de excitación, y los de él en furioso deseo.
Le encantaba que él la dominara, lo ansiaba en ese mismo momento. Pero, aún si ella deseara ser dominada por ese hombre, le encantaba la sensación de tenerlo bajo su mandato.
-Te ves muy bien vestido así, ¿sabes?
Le regaló una sonrisa juguetona, intentando persuadir al sacerdote. Se acercó a su oído abrazando su cuello y delineó su mandíbula con la lengua.
Caliente y deliciosa sensación.
Un escalofrío recorrió la espalda del padre Andrew, y una ancha sonrisa se formó en su rostro. Sabía lo que ella quería lograr y no se lo permitiría por ningún motivo. Era su turno.
-Sé lo que estás haciendo, pequeña sucia... -canturreó por lo bajito en su oído, y la apartó de sí.
La hermana Liddie rió, jovial, dándole una mirada excitada y coqueta. Le excitaba su autoridad cuando actuaba así, su sensual rudeza en el juego. Y le fascinaba provocarlo.
>>-Esta es mi noche, ahora es mi turno de saciar mis ganas de someterte y darte un delicioso castigo -su mirada era penetrante, y le regaló una sonrisa matadora, acercándose a ella-. Además... eso te encanta.
Se quitó el abrigo dejándolo caer al suelo, y acto seguido, la besó hambriento. La tomó por los muslos levantándola a su cintura. Su lengua dibujaba los labios de su compañera, entrelazándose con la de ella. Apartó todo sentimiento ajeno al placer de tenerla en sus manos, concentrándose en ella y todo aquello que lo volvía loco.
Fogoso, caliente, excitante, placentero, violento. Le encantaba. ¡Oh infierno!, cómo le encantaba que él la besara así.
El padre Andrew la depositó en la cama, subiéndose y cubriéndole el cuerpo bajo el suyo. Sus labios danzaban al compás de una rápida melodía inexistente.
Desesperados el uno por el otro. Hambrientos el uno por el otro.
-¿Qué pretendes hacer? -inquirió Liddie bajo su cuerpo.
Mojada, agitada. Deseosa de sentir el miembro de ese hombre dentro de ella.
Andrew le regaló una sonrisa secreta, traviesa. No se lo diría, se lo demostraría.
Volvió a unir sus labios con los de la monja de aquella manera tan exquisita y sus manos ahora recorrían a su gusto el cuerpo semidesnudo de aquella hermosa mujer. Encontró el camino hasta su feminidad y entonces la acarició sobre la tela. Lento y delicado, como a los pétalos de una flor.
La hermana Liddie gimió.
-Mírame a los ojos mientras te toco -ordenó él.
Liddie abrió los ojos saliendo de su placentero trance. Mordió su labio. Fijó su mirada en aquellos orbes azul líquido y no tardó en perderse en ellos y su belleza. Su rostro. Como si de una obra de arte se tratase.
Bueno, él lucía como una maldita obra de arte a sus ojos.
>>-No muerdas tu labio, o no podré contenerme de follarte violentamente luego.
Advirtió, haciendo estremecer de gusto a Liddie bajo sus brazos.
Estaba lo bastante mojada como para haber sido penetrada en ese mismo momento, sin embargo, ella no imaginaba que esa noche sería demasiado larga. Agotadora, deliciosa, placentera y sobre todo, una tortura.
-Y pensar que tardé tanto en darme cuenta que compartíamos este deseo -una pequeña carcajada escapó de la boca de la castaña, y el padre Andrew gruñó.
Presionó y frotó rudo y ávido el punto débil de Liddie, haciéndola lanzar un gemido ahogado de placer. Haciéndola ver que hablaba en serio con lo de ser brusco.
La hermana Liddie levantó la cabeza de la almohada, dispuesta a buscar los labios de Andrew, pero él se lo impidió inmediatamente. Impacientándola. Todo estaba saliendo como él quería y sabía que si la besaba ahora se perdería en sus labios y sus encantos tan rápido como habían iniciado, y aunque le urgía y anhelaba besarle de igual forma, no cedió. La torturaría tomándose su tiempo en todas las maneras que tuviera a su alcance.
Liddie podía imaginarse algo de lo que estaba por venir, y le seducía aún más cada cosa de la que él le privaba, juguetón. Le cautivaba lo que él estaba provocándole. Le encantaba y sentía estar preparada para lo que él quisiese, para someterse y complacerlo. Como él lo había hecho la noche anterior.
El padre Andrew la miró con la sonrisa voraz, y la besó después de unos segundos observándola.
Adoraba la imagen que veía. La monja era preciosa sin duda.
ESTÁS LEYENDO
Holy Sin [Santo Pecado]
RomanceÉl es amable y bien parecido, un hombre impecable. Aturdido por el deseo prohibido que lo ha estado invadiendo durante tiempo. Ella es bella, dulce pero decidida, una mujer irresistible. Y está dispuesta a conseguir lo que le ha estado quitando el...