Liddie tenía la mirada puesta en esos ojos azules, mientras el padre Andrew le acariciaba con sus dedos una de sus mejillas. Dibujaba el contorno de su mandíbula, tal como si sus dedos fuesen el pincel y Liddie la obra de arte. El uno sobre el otro, desnudos. Sintiéndose por fin llenos, como ambos habían soñado. Tumbados sobre la misma cama con caricias y besos amorosos después del sexo.
Aunque no todo podía permanecer siempre de color rosa.
Debían hablar sobre el pasado. Sus pasados. Del doloroso pasado del padre Andrew y del cargo forzado de Liddie.
Entonces ella decidió lanzar la primera piedra, tomando aire y conteniendo el aliento. Tratando de terminar con todo eso rápidamente.
Quizás les sobraría tiempo para repetir el delicioso encuentro de minutos antes.
—¿Qué es lo que debo saber? —inquirió, serena.
Andrew la observaba con aquella expresión dulce, pero terriblemente preocupada.
Había llegado la hora de contar su más grande secreto. El mismo por el cual las vecinas chismosas se preguntaban por qué un hombre agraciado como él había decidido volverse sacerdote. El mismo que le atormentaba en recuerdos cada vez que irrumpía en su memoria.
El pelinegro dejó escapar un suspiro pesado, y se apresuró a besar a la mujer que tenía bajo sus brazos. Intentando calmar el dolor repentino que le atacaba.
Ella percibió que había algo más en ese beso. Algo más que una nueva chispa de deseo naciendo. Otra cosa. Dolor. Ese beso desesperado significaba un débil intento por calmar el dolor que el padre Andrew estaba comenzando a sentir en el pecho.
Liddie arrugó el entrecejo.
—Antes respóndeme algo —murmuró sobre sus labios húmedos luego de separarse de ella—. Dijiste que he sido el primer hombre con el que has hecho el amor —Liddie asintió sonrojándose bajo aquella afirmación—. ¿He sido yo el primero con el que has tenido simplemente... sexo?
Si ella afirmaba esa pregunta, estaría respondiendo a todas las dudas del padre Andrew... y abriendo nuevas.
Liddie abrió los ojos de par en par bajo la mirada atenta del padre Andrew, sin palabras. No se imaginaba que en el momento de contestar, sería tan difícil.
Espabiló, tragando saliva, y su semblante pareció tornarse oscuro.
—No —respondió pesadamente—. No haz sido el primero.
Y en aquel momento volvió a sentirse una zorra ilusa, recordando las crudas palabras de su padre aquella noche en que su castigo en la iglesia comenzaba.
Una fina lágrima cayó desde sus ojos verdes y el padre Andrew supo entonces que el pasado de Liddie era tan doloroso como el suyo, sin sentirse alarmado ni extrañado por la afirmación.
Pasó su pulgar suavemente por sobre su mejilla secando el rastro de dolor húmedo que aquella lágrima dibujó en su rostro, y esperó tranquilo a que ella continuara.
>>—Pero quiero que tú hables primero, no puedo soltarlo ahora, necesito armarme de valor para decirte esto —susurró, agitada, tropezándose con un repentino sollozo.
El padre Andrew cerró los ojos asimilando sus palabras.
Aquí venía. No había vuelta atrás.
—Te quiero Liddie, lo sabes —murmuró, pesado. La castaña asintió frunciendo el ceño en preocupación—. Sólo quiero asegurarme que lo tengas claro, y no pienses alguna tontería después.
Liddie sonrió cómplice ante sus palabras, y Andrew le regaló una sonrisa de lado, dulce; luego su semblante cambió, oscureciéndose poco a poco. Todo volvía a tomar el mismo peso de antes.
El padre Andrew suspiró y cerró los ojos. Entre todas las palabras atoradas en su garganta, como si fuese el secreto queriendo aferrarse a mantenerse guardado, logró soltar aquél nombre que le pesaba en lo más profundo.
>>—Emily —musitó, abriendo los ojos para ver la expresión de Liddie. Ella escuchaba expectante y calmada—. Se llamaba Emily.
Liddie observó como el rostro de su hombre se contraía con dolorosa tristeza.
Lo atrajo hacia su hombro, y él escondió el rostro en su cuello, hablando en su oído.
>>—Yo tenía quince años, estaba enamorado... Mi padre era un jodido fanático religioso, un adorador de Dios —entonces Liddie cerró los ojos comprendiendo que esas palabras que salían casi en un susurro rabioso desde la boca del sacerdote, le dolían en lo más profundo, y cuando un sollozo ahogado se oyó de parte del ojiazul, sus propias lágrimas comenzaron a caer—. Él siempre había deseado ser un sacerdote, soñaba con serlo, pero su madre, la mujer que llamaría abuela si la hubiese conocido, le obligó a casarse y tener hijos. Así nací yo y mis dos hermanas —Liddie escuchaba su voz claramente abatida—. Entonces cuando comencé a crecer y a interesarme en otras cosas... —se detuvo un segundo, jadeando, sintiendo el coraje correrle en el cuerpo— Interesarme en la música, en mi libertad... y en la hija menor de su mejor amigo del trabajo, las cosas cambiaron. Yo sabía que él no quería por nada en el mundo que yo tuviese novia, entonces comencé a verla a escondidas. Ella me amaba, y yo...
—La amabas —acabó ella, con la voz clara pero suave, intentando sonar fuerte.
Le dolía verle así.
Otro sollozo escapó de sus labios, acompañados del llanto silencioso de Liddie.
Ella sintió cómo el padre Andrew asentía levemente, sin quitar el rostro de su lugar en su cuello. Su rostro se contrajo y mordió su labio con fuerza reteniendo un sollozo, mientras sus lágrimas corrían con libertad sobre sus mejillas. Lo abrazó con fuerza por los hombros, dejando la mitad del cuerpo de Andrew sobre el suyo, y con un susurro tranquilizador lo alentó a seguir.
El padre Andrew respiró sonoramente.
—No pasaron muchos meses. Todo iba tan bien entre ella y yo... La amaba tanto. Pensé que ella era la mujer de mi vida. Soñaba, como un maldito iluso, el que algún día podría casarme con ella y vería a nuestros hijos correteando por la gran casa de campo que soñamos que tendríamos. Nos... juramos amor eterno —soltó una carcajada agria.
Sentía cómo ese vacío en su pecho se liberaba un poco más en cada lágrima, y por primera vez se hallaba hablando tamaña confesión con alguien. Y ese alguien resultaba ser incluso más especial. Los recuerdos llegaban a su mente atormentándolo y no podía evitar llorar en medio de la palabras. Se sentía tan vulnerable ante Liddie, ante la mujer que amaba... y sabía que con ella estaba a salvo. Sabía que ella no lo juzgaría, y eso lo mantenía tranquilo.
Liddie tenía el corazón en las manos. El hombre que amaba estaba confesándole su dolor más profundo, y a ella también le dolía. Podía sentir su tristeza traspasarle el cuerpo y contagiar sus emociones, y no podía soportar oír ni ver al fogoso Andrew Miller que ella conocía, sufriendo. Pero aún así no lo detuvo, no haría semejante cosa.
>>—Cada noche soñaba con un futuro juntos, sin saber que no habría nunca un futuro para los dos. Emily y yo jamás seríamos algo juntos —el padre Andrew cerró los ojos con fuerza, y su cuerpo se tensó. La rabia volvía a aparecer, amargando todo su ser. Su voz se volvió áspera de asco—. Mi padre descubrió a mi madre siéndole infiel un día en que yo y Emily habíamos acordado encontrarnos en el bosque a poca distancia de su casa. Esa tarde cuando llegué a mi casa, la primera... la primera jodida mierda que escucho es que Billy Compton, su propio colega, había traicionado a mi padre. El maldito padre de la mujer que más amaba sobre la tierra se había follado a mi propia madre.
Y entonces no pudo más, se dejó ir en llanto escondido en el cuello de Liddie, apretando sus ojos cerrados con fuerza. La rabia lo envolvía al recuerdo de lo ocurrido. Dolía, lo asqueaba.
—¿Y qué pasó?... —murmuró a duras penas la castaña, temerosa de saber.
Quería besar con todas sus fuerzas al sacerdote vulnerable y destrozado, que lloraba como un niño escondido en su cuerpo.
Cuánto deseaba que su pasado tan sólo hubiese sido un mal sueño. O que siquiera fuese una historia que pudiese borrar y reescribir. Reescribir con ella. Poder suturar todas sus heridas.
Pero eso no era posible.
—Mi padre la golpeó —murmuró, recordando el amargo sabor del asco que sintió por su padre desde aquel día. El mismo que sentía ahora de tan sólo pensar en ello—. Mis hermanas lloraban escondidas en la habitación que compartíamos y mi padre... en cuanto me vio detrás de él observando, confundido a más no poder, se dirigió a mí —Andrew se detuvo, apretando la mandíbula, y lanzó un gran suspiro antes de continuar—. Me golpeó. Y recuerdo tan bien cómo dijo que me había visto con la hija de su ex colega... Eso era mentira, siempre lo he sabido, porque eramos cuidadosos y la única forma de que se hubiese podido enterar fue por Billy. Él lo sabía todo, Emily se lo contó sin poder aguantar la presión del secreto. Y él... había prometido callar. Pero en ese entonces nada importaba. Y mi padre me acusaba con tanto asco y rabia que... estaba jodidamente atemorizado —y entonces fue demasiado para Liddie, y ya no pudo soportar su llanto—. Dijo que nos marcharíamos a otro pueblo, que nada de lo que pasó se volvería a discutir y que me olvidase de Emily... Así fue. Esa noche pensé en escapar junto a ella, cumplir todos nuestros sueños, y... mierda, ¡lo intente! —la voz del sacerdote era cruda, llena de ira. Otro sollozo escapó, tomando una gran bocanada de aire para acabar de una vez. Liddie se sacudía en pequeños temblores de llanto—. Cuando llegué al lugar en el que nos encontraríamos, me apuré a decirle cuanto la amaba y que escapásemos rápido... Y recuerdo a la perfección cómo me escupió que era culpa de mi familia que la suya se destruyera, y para ella, yo tenía toda la culpa sólo por pertenecer a esa familia. Me sentí roto, destruido, vacío. Sentí que moría en ese instante, entendí que ella no me amaba de la misma forma que yo a ella... Y en cuanto amaneció al día siguiente, estaba jurándome a mí mismo jamás volver a enamorarme. Nunca volver a amar a nadie.
>>Mi padre nos llevó lejos días después. Todos estábamos bajo sus ordenes después de lo ocurrido y yo ya tenía un destino elegido por él del que no podía zafarme. Nos llevó a una ciudad grande y me obligó a entrar en un seminario, y después de todos esos años obligado a prepararme y formarme para servir a la iglesia, siendo el sueño que él nunca pudo cumplir, me convertí en ésta mierda. En un sacerdote. Y me enviaron al poco tiempo a este pueblito, junto a un par de monjas.
Liddie se cubrió la boca con una de sus manos y explotó en sollozos ahogados. Recordando su propia historia. Compartiendo el dolor de Andrew.
—¡Oh, joder, Andy!
Lo abrazó con desmedida fuerza. Quería hacer de sus cuerpos uno solo.
El padre Andrew abrió los ojos alarmado, apartándose de sobre su cuerpo.
—Liddie... —la separó de sí, arrugando el entrecejo al ver su rostro pálido cubierto de lágrimas. Le limpió el lloro con sus pulgares y luego tomó su rostro tratando de averiguar el por qué de su intenso llanto—. Preciosa, ¿por qué lloras?
Fijó sus ojos enrojecidos en ella con inquieta preocupación.
—Andrew yo... no puedo —musitó, se sentía tan estúpida. Para ella, su historia no era nada más que una completa basura tonta. Se parecían, pero sentía que no era ni de cerca tan importante siquiera—. Yo pasé por algo parecido... pero lo mío no es más que una tontería. Algo que ocurrió por mi propia culpa. No... —entonces el padre Andrew cayó sus sollozos con un beso apasionado y tranquilizador.
La acariciaba con cariño mientras recorría con su lengua el interior de su boca, luchando contra su suave lengua. Intentaba calmarla, y funcionó.
Se separaron por la falta de aire e inmediatamente ella fijó sus ojos asustados, nublados y empapados de lágrimas. Tenía miedo de ser juzgada por él, incluso aunque ella misma sabía que eso no iba a ocurrir.
El padre Andrew secó el rostro de Liddie tiernamente con sus pulgares.
—No importa qué sea, ni cómo sea, sólo cuéntamelo —susurró con dulzura.
Liddie asintió, suspirando.
ESTÁS LEYENDO
Holy Sin [Santo Pecado]
RomanceÉl es amable y bien parecido, un hombre impecable. Aturdido por el deseo prohibido que lo ha estado invadiendo durante tiempo. Ella es bella, dulce pero decidida, una mujer irresistible. Y está dispuesta a conseguir lo que le ha estado quitando el...