Era sábado por la tarde, segundo día de la semana en que todas las personas del pueblo se reunían en la iglesia. El padre Andrew había preparado todo para la misa que venía en camino, pero algo le faltaba. Algo con largas piernas y hermoso cabello.
Liddie.
Sin embargo, se había prometido la noche anterior no volver a hacer algo así jamás. Estaban exponiéndose al peligro de ser descubiertos si continuaban.
El día anterior había sido una de las increíbles maravillas del mundo para él y le hubiera gustado volver a repetirlo de cualquier forma posible. Tenía muchas, bastantes, ideas en mente que quería poner en practica con aquel pecado andante que llevaba por nombre Liddie. Pero él mismo había prometido la noche anterior antes de dormir:
<<Jamás volveré a caer en algo así, aunque ella me haga pensar en las cosas más sucias que alguien podría>>.
—Ya están todos aquí, padre Andrew.
La voz de una de las hermanas irrumpió en su cuarto. Él tenía la puerta abierta, y asintió hacia ella. Tomó su biblia y partió a fingir ser un santo una vez más, sin embargo, no se sentía culpable por nada de lo que había hecho. De ninguna manera. Aquello ya había ocurrido, afortunadamente, y no había vuelta atrás. Lo había disfrutado más que nada en su vida, pero no volvería a suceder. Se convencía de eso.
✦ ✦ ✦ ✦Andrew se hallaba guardando cada una de sus pertenencias importantes en el maletín de cuero negro que tenía sobre la mesita, para marcharse a sus aposentos. Pensaba en ella y entonces sus manos se deslizaron sobre la madera sintiendo que podía revivir el momento. Santo dios, soñó sentir el aroma de la monja rozarle la piel con suaves caricias tentadoras.
Joder.
Observó a través de la pequeña ventana, la gélida lluvia nocturna se tendía sobre el pueblo con la furia de un castigo, tal como si supiese lo ocurrido en aquella misma habitación la tarde del día en que sus pasiones se liberaron. Se acomodó el largo abrigo, abrochándolo con rapidez.
Rondaba la media noche y la lluvia no había cesado hasta entonces, cuando aquella inconfundible voz acaramelada inundó sus oídos.
Liddie.
Ella no había asistido a la iglesia por el día, y mucho menos a la gran misa de sábado que se había realizado como de costumbre, y él se preguntaba por qué. Sin embargo, en un instante, eso le había dado una idea, un motivo por el cual continuar sus juegos pasionales, un motivo por el cual tirársela una vez más. Se le cruzaba por la cabeza castigarla por su irresponsabilidad.
Le intrigaba saber el por qué de su ausencia. Realmente, le intrigaba todo en ella.
Pero no lo haría, no volvería a poner un dedo sobre aquella seductora mujer nunca más. O eso trataba.
—Vaya —ella le estudió de pies a cabeza con la mirada penetrante, colmada de lujuria, mordiendo su labio—. He tenido suerte nuevamente, santo padre Andrew.
Una risita delicada salió de entre sus labios, y él pudo vislumbrar una pequeña tinta de agrado escondida en ella. Pronto se encontraba teniendo una gran lucha entre sus instintos y su cuerpo.
Se mantuvo inexpresivo ante ella y sus palabras, queriéndole dar a entender la farsa de que ya no causaba nada más en él.
—No, no ha tenido suerte —dijo, tan frío como pudo, y comenzó a encaminarse hacia la puerta.
La hermana Liddie detuvo su paso, interponiéndose en la salida.
El miembro del padre Andrew comenzaba a despertar de tan sólo tenerla cerca, y sabía que debía salir de allí tan rápido como pudiese, antes que cayese rendido ante los encantos de la hermosa mujer que tenía enfrente.
>>—Con permiso, hermana. Es una noche bastante helada y oscura, más de lo normal, llueve a cántaros, y mi hogar está muy lejos de aquí. Debería usted también marcharse a casa. No ha asistido a la misa de hoy, y de todas formas, ya no tiene nada más que hacer aquí por hoy—la regañó.
Liddie había comprendido el por qué de su comportamiento, después de todo, ella también era consciente de ello, pero eso no la detendría, y no dejaría que él terminase con lo que recién había comenzado. Guardó la calma, a pesar de todo ella lo entendía, todo había sido demasiado repentino para ambos, una liberación de pasiones electrizante. Después de tanto deseo secreto. No dejaría que él se echase atrás ahora, y como por arte de magia, en un segundo, había ideado un plan para volverle a tener con ella.
Y dentro de ella.
—Claro, entiendo —murmuró, y le cedió el paso inmediatamente—. Voy en dirección norte, ¿y usted? —inquirió, volviendo a comportarse como la monja tranquila e inocente—. He traído mi camioneta.
El padre Andrew se volteó hacia ella desconcertado ante su pregunta.
En realidad no ante su pregunta, sino ante su comportamiento. Habría jurado que ella tomaría el control y le seduciría, hasta que él se la follara una vez más. Luego, pensó en que ella también debía saber sobre el peligro.
Para sus adentros, deseaba que ocurriese.
—Hacia F.R Wood —dijo, y ella le sonrió.
Liddie sabía que su plan resultaría, de una u otra forma.
—Puedo llevarle yo, si usted quiere —ofreció.
El padre Andrew la miraba confuso, debatiéndose entre aceptar o no. Sabía que no debía, pero ignoraba que, con el simple hecho de aceptar, estaba metiéndose en la boca del lobo.
De cualquier manera le convenía, la dirección a la que debía ir a parar se encontraba a bastantes kilómetros de la iglesia, y la lluvia no le daría tregua en su caminata.
Dudó, hasta que finalmente desistió. Se rindió ante sus pensamientos y aceptó.
Pensó en que tan sólo debía controlar su cuerpo tan bien como estaba yendo hasta entonces y todo resultaría como se había prometido.
—Me haría un gran favor —asintió—. Gracias, hermana Liddie.
Se encaminaron hacia las afueras de aquella pequeña iglesia, hacia donde se encontraba estacionada la vieja camioneta con paja en la cabina. Bañada por la blanquecina luz de la luna.
Liddie nunca había quitado la paja de la cabina de la antigua camioneta que su padre le había dejado alguna vez, ni tampoco solía usarla, prefería mil veces andar a pie, pero ésta era una ocasión especial.
Ella llevaba el mismo Hábito del día anterior, el mismo que dejaba entrever sus bien formadas piernas y la delicada lencería de color negro que vestía, oculta con provocadora inocencia debajo; sin embargo, tenía una sorpresa para el padre Andrew bajo sus ropas.
Los ojos de Andrew se desviaban incontrolablemente hacia la parte baja de Liddie mientras ella caminaba, una y otra vez. Por más que estuviese luchando para mantenerse a raya, le era jodidamente difícil. Difícil, ante una mujer tan provocadora dispuesta para él.
Subieron entonces a la camioneta, refugiándose de la lluvia.
Una vez más sus pensamientos le atacaron y sus fantasías se hicieron presentes, inundándolo por completo. Sus manos sudaban, y muy pronto se encontraba haciendo un gran esfuerzo por mantener su rebelde miembro bajo normalidad.
Se la imaginaba sobre él, en un lecho de sábanas de seda. Se la imaginaba tendida sobre una alfombra de terciopelo, rojo como el vino, en algún lugar. Se la imaginaba sobre él, debajo y delante. Se imaginaba se lencería al descubierto, modelada por las curvas que le volvían loco, y a ella misma tocándose para él, gustosa y excitada.
Su miembro comenzaba a despertar y antes de que se hiciese notorio bajo su ropa, puso el maletín que llevaba en mano sobre sus muslos.
La lluvia empapaba el parabrisas con violencia.
—¿En dónde se está quedando, padre? —preguntó Liddie, con la voz dulce, sutilmente provocativa.
Ella sabía muy bien que él no poseía una residencia estable. Que solía dormir de vez en cuando en el frío cuarto de la iglesia y si no era allí, en algún hospedaje.
—Ahora mismo voy hacia el hospedaje del señor Daves —carraspeó, evidentemente incómodo—. Él es un buen hombre.
Contestó a duras penas, sin voltearse a mirarla. Su rutina siempre consistía en quedar en aquel lugar y luego volver los lunes por la mañana a la iglesia.
¡Bingo! Le tenía en sus manos. Ella sabía que sólo bastaba con ofrecerle estadía en su hogar por la noche, y luego mentir sobre su camioneta con poco combustible.
Un pequeño pretexto engañoso del que ella estaba segura, daría resultado.
—Oh... Cuanto lo siento, padre Andrew —susurró, formulando una mueca de fingida aflicción. Él volteó hacia ella extrañado—. No he cargado combustible desde no recuerdo cuando... y la camioneta sólo está a unos cuantos metros de pararse. No podré llevarle hasta allá —lo miró a los ojos, y a decir verdad, él no lo consideraba problemático, podía llegar a pie; sin embargo, después de oír lo que soltaron los labios de aquella encantadora mujer y considerar que sus instintos estaban despertando, dominándolo, lo pensó dos veces—. Aunque, yo podría ofrecerle hospedaje en mi hogar. Claro, sólo si usted quiere.
Esa mujer sabía cómo conseguir lo que quería.
El padre Andrew lo pensó por un momento y consideró todo el camino que debía recorrer, el frío que debía pasar y la oportunidad que la mujer de sus sueños le estaba dando.
Finalmente aceptó.
<<Todo está en controlarme, de alguna manera>> pensó.
Ambos habían llegado a aquella humilde casa de aspecto viejo y anticuado, una morada humilde, en la que vivía la hermana Liddie.
La vio con la sonrisa secreta entre los labios y su mirada incitándole silenciosa y secreta a pecar, y su miembro ya palpitaba bajo la prisión de tela negra.
<<Al carajo>>.
Ella le sonrió antes de bajar de la camioneta, y él la siguió. Se encaminaba a su hogar junto a su más grande deseo tras ella.
Se imaginaba al padre Andrew sobre ella, debajo de ella, detrás de ella y de cualquier manera posible. Se soñaba lamiendo su apetecible miembro con afán, y entonces se halló excitada por sus fantasías. Pensaba en el padre Andrew tirando de su cabello y a ella misma atándolo a la cama.
La noche anterior se había despertado al encontrar sus manos sobre su intimidad, tocándose a sí misma. Soñaba tener a su deseado sacerdote tendido sobre su cama, desnudo y con el suave cabello que la volvía loca, despeinado. Atado y lanzando roncos gemidos, bajo las caricias de ella, que jugaba con su lengua recorriendo con ansias su dura extremidad. Aquello la había agitado tanto que acabó el resto de la noche satisfaciéndose a si misma, apasionada, con el rostro del padre en mente.
Vaya, ¡cuanto le ponía!
Se encontraba decidida a cumplir la fantasía que tenía en mente, de cualquier forma. Se descubría completamente deseosa de él, de sus labios amielados y de su cuerpo.
Andrew no se quedaba atrás, por mucho que se resistiese a aceptar el deseo arrasador que bañaba su cuerpo.
—Como si estuviese en su propia casa, padre Andrew —dijo, al tiempo que cerraba la puerta tras ellos.
El padre Andrew sabía que estaba en problemas ahora, conocía la situación y esa vibrante energía que emanaba de sus cuerpos no podía ser ignorada. Ya no podría resistir mucho más, debía marcharse, o caer en las manos de la delicia frente a él.
>>—¿Le apetece un café? —inquirió, como en un provocativo murmullo—. Se siente demasiado frío el ambiente.
A oídos de él, aquello había sonado como una evidente insinuación, y para ella, eso mismo fue.
De pronto, un autentico remordimiento le inundó, apretando su estómago. Se había adentrado en la boca del lobo, y en el fondo, si ignoraba su conciencia, deseaba quedarse atrapado y sin salida.
Arrugó el entrecejo, con una mueca de peligro, luchando consigo mismo. Si se quedaba un minuto más, le quitaría la ropa y la devoraría.
—Debería marcharme, hermana. Sería mucho mejor que no me quedase. No quiero causarle incomodidades y, agradezco su bondad —lanzó, apresurándose a la puerta de un salto.
Liddie le detuvo. Notaba en el rostro de su acompañante la obvia excitación.
Estaba completamente excitado, al igual que ella, y sin siquiera un mínimo contacto físico.
¡Oh dios, cuanto le deseaba!
—Le aseguro que no es ninguna molestia, quédese —volvió a repetir.
Y en un momento, él ya se había hartado de todo ese jueguito de ''me la follo o no''.
Se volteó hacia ella con los ojos abiertos de deseo y arrojó su maletín en el sofá a un lado de la ventana, acercándose hacia ella, cortando la distancia. La miró directamente a los ojos, intenso, y sabía que no había vuelta atrás en ese mismo instante, tampoco le importaba ya. La noche le ofrecía cobijo a sus pecados y él no se resistiría más, no aguantaba.
Aquella mujer le estaba volviendo loco realmente.
—Sé lo que estás tramando —soltó, con aliento gélido. Se asemejaba a una amenaza—. Ya me harté de esto... ¿Quieres te folle no es así? —su mandíbula se mantenía apretada y su entrecejo ligeramente fruncido. Sentía un hormigueante disgusto consigo mismo, con ella, con su cargo—. ¿No te bastó con sólo una vez, Liddie? Pequeña sucia...
Sus palabras eran una incitante regañina llena de fogosa pasión, atormentada de fallida resistencia, y la hermana Liddie lo disfrutaba.
Se sentía llena de un vibrante anhelo, satisfecha.
—No es como si tu no quisieras lo mismo, santo padre Andrew —se burló, provocativa.
Una risita cómplice se escapó de su boca, colmando el acalorado ambiente; llenando al agitado hombre que tenía enfrente. Entonces sólo sintió sus brazos rodearle la cintura con fuerza, rudo, atrayéndola hacia él con tanta desesperación y furia como un león cazando a su presa.
Se enredaron en impacientes besos y ardientes caricias. En un destello habían surcado la sala hacia la habitación en donde ella tenía su lecho. Perfumado con fantasías. Entre besos y mordidas el padre Andrew arrancó sin cuidado alguno el velo que llevaba escondiendo su cabello. Esta vez tiraría de él tanto como quisiese.
Pensó en la fantasía que imaginó antes, ésta vez la castigaría por dos buenas razones: No asistir a la importante misa del día y, sobre todo, por ser una mujer tan deseablemente provocadora, erótica, jodidamente deseable.
Y Liddie tenía para él una pequeña sorpresa, allí, en ese mismo cuarto.
Un jueguito pícaro.
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Holy Sin [Santo Pecado]
RomansaÉl es amable y bien parecido, un hombre impecable. Aturdido por el deseo prohibido que lo ha estado invadiendo durante tiempo. Ella es bella, dulce pero decidida, una mujer irresistible. Y está dispuesta a conseguir lo que le ha estado quitando el...